El fantasma del populismo

El fantasma del populismo

El presidente de la Comosión Europea, Jean-Claude Juncker, y el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, halándose al oído.Reuters

La victoria de Bolsonaro en Brasil, la agitación que Vox está suscitando en nuestro país, y el descontento de la ciudadanía con unos gobernantes que ejercen sus labores a favor de las élites ha agitado el miedo de un viejo continente que, poco a poco, geopolíticamente se está acercando a los años treinta. Pero ¿cómo surgen estos fenómenos? Con la crisis del 2008, socialdemócratas y neoliberales, teóricamente, iban a tomar medidas que acabaran con las desigualdades, sin embargo en la inmensa mayoría de los casos, sólo llevaron políticas económicas para ajustar el déficit. En Europa, no sólo se desmanteló "lo público", sino que también quedaron heridas las ideologías dominantes. Haciendo un repaso sucinto de las cuestiones que han motivado el ascenso de la ultraderecha, éstas puede ser resumidas en cuatro: la nueva izquierda, Europa, el racismo, la propaganda y el miedo.

Una nueva izquierda: Thomas Piketty observó que en los cincuenta y sesenta la izquierda captó la mayor parte de su apoyo de la clase obrera, pero desde los noventa hasta la actualidad, ya no es condominio de ésta. La condición del "obrero" tal y como lo entendemos en siglos anteriores ha desaparecido de los medios de comunicación. Y la responsabilidad no reside en cuestiones identitarias, no: el quid radica en que la izquierda ha evolucionado, y las teorías gramscianas de hegemonía y poder están abarcando también a otros sectores de la población: universitarios, funcionarios o el colectivo LGTBI, por citar unos ejemplos. También la globalización y la crisis de 2008 debilitaron a la izquierda tradicional: "El problema no está en cómo representar a las clases populares sino en cómo ser parte de esas clases populares", subraya con acierto Alberto Garzón.

Si Europa en los años de la crisis hubiera hecho más política y respondido enérgicamente a quienes toman la Unión como objetivo, Salvini o Abascal serían sólo daños colaterales

En Europa, desde hace tiempo, el sentimiento generalizado es que Europa desprecia al pueblo. Para muchos, no es más que una sociedad mercantil que reparte dividendos entre unos pocos accionistas. Con Maastricht se cometió el error de pensar que todas las economías eran homogéneas. Por ejemplo: Italia, Grecia o España han tenido a lo largo de su historia una base autoritaria mucho mayor que la de los países del norte. La Revolución Industrial llegó tarde en comparación con Francia, Inglaterra, Alemania o los países nórdicos. Y en cierta medida, la falta de coordinación en materia tributaria deriva de esto. Si Europa, en los años de la crisis hubiera hecho más política y respondido enérgicamente a quienes toman la Unión como objetivo y revisado su política comunicativa con esmero, Salvini o Abascal serían sólo daños colaterales. Pero la realidad es que ahora mismo la gente no entiende el discurso de Juncker o el de Draghi; el de los ultraderechistas, sí. El fracaso de la UE en materia comunicativa es palpable.

Una solución sería construir una Unión Europea de dos velocidades, transparente y democrática, creando un gobierno federal que reemplace a los 28 comisarios elegidos por los Estados responsables ante el Parlamento Europeo, al que se le tendría que reconocer iniciativa legislativa. Por otro lado, la creación de circunscripciones transfronterizas para las elecciones europeas podría resultar una buena idea, así como una mayor transparencia y difusión de los debates del Consejo de Europa. Finalmente, ante la problemática de los refugiados, su acogida se tendría que hacer conforme al PIB de cada Estado miembro y su población, creando un sistema de financiación de los partidos políticos europeos para ello. Medidas que de momento Europa ignora. Este artículo lo explica a la perfección.

La extrema derecha europea desprecia la globalización, pero se aprovecha de las redes sociales y de Internet para seguir la doctrina de Münzenberg: no afirmar lo propio sino negar lo ajeno

Otra cuestión es el racismo. La ultraderecha es hostil hacia los musulmanes, a quienes se les tacha de retrógrados. Como si el Islam fuera un bloque monolítico. Hay que diferenciar entre los países del Magreb, más avanzados porque el comercio marítimo con el Mediterráneo fomentó cierto cosmopolitismo (la sharia se aplica menos allí) y el tribalismo en Oriente Medio, cuyas dificultades geográficas obligan a los Estados a ser más autoritarios ante el riesgo de anarquía. Y no: los inmigrantes no viven de los subsidios y sí: la inmigración será necesaria, entre otras cosas, para cuadrar las cuentas de la Seguridad Social. ¿Alguien cree que la globalización sólo ha perjudicado a los nacionales de cada país? Ha afectado a toda la clase trabajadora.

Propaganda. La extrema derecha europea desprecia la globalización, pero se aprovecha de las redes sociales y de Internet para seguir la doctrina de Münzenberg: no afirmar lo propio sino negar lo ajeno. Por ejemplo, la ultraderecha afirma estar con los pobres y contra las élites, usando la vulnerabilidad de la ciudadanía cuando no es así: Donald Trump en su campaña jugó esta baza a la perfección. Por último está el miedo. En democracia se toman decisiones a través de debates, pero si estos desembocan en un conflicto grande entre ideologías distintas, la población reaccionará encomendándose a un tirano que garantice el orden. Y la ultraderecha cree garantizar el orden. El temor a perder la vida, según Hobbes, es lo que motiva a que un ciudadano sacrifique su libertad en el altar del cesarismo. Hannah Arendt complementaba las teorías del filósofo británico con la idea de que cuando los hombres están desencantados, más fáciles son de manipular. Los líderes totalitarios se aprovechan de la paranoia del pueblo con las teorías conspirativas que incluyen en su ideario político para falsear la realidad y la Historia. Todo esto sucederá en Europa si Juncker, Tusk y Schäuble siguen gestionando Europa como si de su jardín particular se tratara.

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