Ellos sí nos estudian

Ellos sí nos estudian

El autor (centro) en una imagen tomada durante la cobertura de la Guerra de Irak, en 2003.Alfonso Bauluz

Son tantas las veces que culpamos a los militares de manipular la prensa que nos olvidamos de nuestras propias responsabilidades. Siempre es más fácil solucionarlo reprochándo a otros nuestra incompetencia. Una de las razones para encontrar respuesta a este "enigma" es simple. Ver qué hacen. Y los militares llevan años -de ventaja- estudiando las coberturas periodísticas de los conflictos. Quieren saber qué y cuándo falla. Los periodistas, en cambio, hemos sido siempre poco dados a encontrar nuestros errores, que preferimos cargar a otros. Es más cómodo.

La realidad es que desde Vietnam y su fracaso polìtico-militar, las Fuerzas Armadas estadounidenses emprendieron una sistemática búsqueda de los estrepitosos fallos de su comunicación institucional. Y los encontraron. Más allá de las decisiones políticas, fuera de su alcance.

Supieron entonces que el monopolio del relato único puede quebrarse. Allí, con sus 58.000 cadáveres de jóvenes estadounidenses y muchos miles más de heridos y traumatizados, era ya más difícil mantener lo que David C. Hallin denominó la esfera del consenso y comenzó la de la controversia, en la que la opinión pública condiciona el relato mediático y no al revés.

La ulterior desaparición del Ejército de leva contribuyó a recuperar el dominio narrativo en Estados Unidos.

En España, con corresponsales con muchas más guerras a las espaldas que los propios profesionales de las armas, exceptuando el despliegue en el Sáhara Occidental, resultó que eran los militares los que tenían que observar el conocimiento de las guerras a través de esos periodistas consagrados a las coberturas bélicas.

Finales de los ochenta y al despliegue en Guinea Ecuatorial de los aviocares en misión de cooperación sigue la participación en Namibia durante el proceso de paz, y luego serán los Balcanes. Y después sus sucesivos episodios, donde las Fuerzas Armadas comparecen de nuevo en el escenario internacional, que ya no abandonan de la mano de Naciones Unidas o de la OTAN. También en los despliegues europeos. Es así como -pese a las torpezas de cada gabinete ministerial empecinado en loar exclusivamente al titular de turno- comienza ese aprendizaje y estudio que, finalmente, atesora conocimiento y esfuerzo.

En el caso estadounidense, facilitado por la exuberancia de medios, proliferan en estas últimas décadas los estudios de los profesionales en sus distintas armas y de las diferente academias militares donde la cuestión mediática y su manejo suscita debate, estudio, proposiciones y, también, respuestas prácticas y reales. Y por supuesto, en el ámbito académico.

Y es en este campo, en el español, ante la ausencia de trabajos de investigación académicos, donde es fácilmente observable cómo los profesionales de los medios o bien desdeñan, o bien no consideran relevante el abordar de una manera sistemática los errores de las coberturas o problemas inevitables como, por ejemplo, el acceso a los campos de batalla, o el control de las comunicaciones. Es así que tan sólo de manera individual se afronta esa casuística, por otro lado, común con algunas variaciones a todos los conflictos armados.

La investigación académica en español le sigue a la zaga, con aislados casos de búsqueda de experiencias, aunque casi siempre enfocadas a relatar las hazañas vitales o periodísticas de tal o cual corresponsal. Como mucho, y en un rasgo de gran exigencia, algunos relatos son sometidos a los pertinentes análisis estilísticos o incluso el enfoque o la determinación del uso de sus fuentes. Poco más.

Curiosamente, es la cobertura de las guerras la que más apasionada unanimidad despierta entre los llamados profesionales de la pluma, en cuanto al elogio a los colegas que acometen ese empeño. Algo que ni se verá luego reconocido en el ámbito profesional, ni acreditado en la investigación académica. Muchas veces ésta está más interesada en cumplimentar liturgias investigadoras que poco o nada aportan al conocimiento, el avance de la ciencia o la mejora de las coberturas bélicas.

Es cierto que, tras la invasión de Irak, sí se suscitó entre los graduados y posgraduados un mayor interés, y es entonces cuando ha aumentado el volumen de los trabajos que han tenido como finalidad desentrañar los múltiples aspectos que implican ese tipo de coberturas, incluida las relaciones con los ejércitos, con aproximaciones bidireccionales.

Y por citar un sólo ejemplo anglosajón de este enfoque, y encomiable por su crítica al periodismo -sin culpar a otros-, el trabajo de John R. MacArthur al analizar, en 1992, en su obra "El segundo frente. Censura y propaganda en la Guerra del Golfo", el papel de la prensa en la cobertura de la primera guerra (estadounidense) del Golfo.

Aquí han sido necesarios algunos años más para comenzar a abordar el asunto. Valga también citar "Los ojos de la guerra", la obra de Manu Leguineche y Gervasio Sánchez, que aunque concebido como un homenaje a Miguel Gil, aborda la crítica al periodismo institucional en muchos de los textos.

Prensa y manipulación. El Pentágono y las Operaciones de Información (Ed. Fragua, 2018), de Alfonso Bauluz, ofrece la panorámica de esa evolución que ha conducido al actual duelo de relatos, para obtener la victoria narrativa mediante las Operaciones de Información que abarcan todo el espectro, desde la presencia del reportero junto a las tropas, su empleo como una herramienta militar más y la supresión de los elementos de cohesión, "propaganda" y comando enemigos. Bauluz expone cómo desde siempre es al periodista al que corresponde hacer uso de su mejor ingenio y de las innovaciones tecnológicas para transmitir las noticias, sorteando todos los impedimentos, nuevos y clásicos, de la censura.

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