Sí, porque la independencia reforzaría la democracia

Sí, porque la independencia reforzaría la democracia

La mayoría de los catalanes no queremos montar ningún imperio ni conquistar a nadie; simplemente deseamos ser muy parecidos a los portugueses, los daneses o los españoles, o sea, ser soberanos y decidir sobre nuestras escuelas, hospitales, elecciones, leyes, etc.

Creo que en una Cataluña independiente la vida será más normal. Los catalanes no nos consideramos mejores que cualquier otro colectivo humano, pero tampoco inferiores. La mayoría de los catalanes no queremos montar ningún imperio ni conquistar a nadie; simplemente deseamos ser muy parecidos a los portugueses, los daneses o los españoles. O sea, ser soberanos y decidir sobre nuestras escuelas, hospitales, elecciones, leyes, administraciones, sin que nos venga todo dictado o interferido por pueblos vecinos.

Un Estado propio nos permitirá dejar de ser menores de edad políticos. Asumiremos nuestras responsabilidades colectivas, y no habrá ningún motivo de peso, más allá de los propios errores, para quejarnos de agravios financieros, de la discriminación lingüística o del incumplimiento de derechos colectivos. Seremos libres para decidir por nosotros mismos, para decidir qué país queremos, incluso para decidir en qué elegimos equivocarnos. Se habrá acabado el dar las culpas de todo al poder español, ese "piove, porco governo!" que ha influido a nuestro espíritu durante tres décadas. Cataluña madurará.

No se trata de un capricho, ni de montar un berenjenal para concursar en el Festival de Eurovisión. Se trata de disponer de nuestros propios recursos para destinarlos a lo que colectivamente y libremente queramos escoger. Se trata de tener un ejército pequeño, o ninguno, si es que optamos por reorientar el dinero de todos a mejorar la investigación, la excelencia y la competitividad. Se trata de decidir si optamos por rescatar grandes bancos sistémicos o por estimular las pequeñas cajas de ahorros y redes cooperativas. Se trata de empoderar al parlamento catalán para que resoluciones como la dación en pago no sean declaraciones vacías por falta de competencias.

Tengo la impresión también de que las relaciones con España mejorarán. La lengua española ya no podrá ser vista como imposición, sino como una elección libre de un idioma que nos gusta y nos conviene. Los intercambios económicos serán más libres y entre iguales, condiciones que desde Adam Smith son vistas como estímulos al comercio. Tal vez la única manera de que mejoren las relaciones de todo tipo es reconociendo que la clave de un futuro mejor para todos se encuentra en el respeto mutuo y el debate entre iguales.

La democracia también se reforzará en el camino que lleva a la independencia, puesto que sólo vemos un camino posible para llegar a ella; el camino que pasa por las urnas. El cumplimiento del principio de autodeterminación constituirá un éxito colectivo para los catalanes, sea cual sea el resultado. Y también lo será, incluso más, para la mayoría de españoles. Porque si oponerse a la voluntad democrática de los catalanes puede erosionar a la propia democracia española, lo contrario, o sea defender la libre voluntad de los catalanes, consagrará y reforzará de forma excepcional a la democracia española.

En algo se notará de forma radical una mejora; en el cese de la introspección incesante. Con una República Catalana, dejaremos de interrogarnos reiteradamente sobre las ventajas y desventajas de la independencia. Ese deshojar margaritas se acabará y dejará paso a una normalización de la vida nacional, pudiendo dedicar más energías a otras tareas y canalizando todo nuestro potencial creativo a la empresa, las artes o el bienestar. Como tantos independentistas catalanes, yo aspiro a dejar de militar en el campo del independentismo e ingresar en las filas de la independencia serena y reconocida.

Seremos comparables a aquellos países que antaño fueron parte del Reino de España, como Portugal, Chile, Costa Rica y buena parte de EEUU; países que en algún momento pertenecieron a la Corona Española, y que resolvieron emanciparse. Ya nadie les pregunta si su vida mejoraría con la independencia. Porque lo ven como un estado lógico que no requiere justificación. Lo que exige una explicación, en todo caso, es la dependencia. Y ésa se explica muy mal.