La Roja

La Roja

Se perciben ganas de buenas noticias, un deseo de ilusión que nada tiene que ver con una sociedad abatida o resignada. Con todas sus paradojas, la calle nos ha lanzado estos días un mensaje, casi una súplica, que no podemos ignorar.

Lautréamont propuso una imagen que luego asumieron como propia los surrealistas: "El encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección". No sé lo que habría pensado el gran apóstol de surrealismo de la efusión de alegría que tomó la noche del domingo las calles de España. Pero no es arriesgado suponer que habría encontrado de lo más sugerente el contraste entre la, digamos, cruda realidad de millones de parados y aún más millones de ciudadanos agobiados, y el trance de entusiasmo que embargó a otros millones de ciudadanos (muchos de ellos pertenecientes al primer grupo, especialmente los jóvenes).

Supongo que no soy el único español que percibe ese contraste, y que se siente escindido entre estos dos sentimientos encontrados. Y es que, como en tantas cosas en este país, aquí se verifica lo que un conocido mío denominaba el "Efecto Parrala". Es decir: unos dicen que sí, otros dicen que no.

Los que dicen que sí han copado las portadas de los periódicos y las cabeceras de radio y televisión. El éxito de La Roja no es sino la constatación de nuestra fortaleza como país, vienen a decir todos. Los más exaltados hablan de esencias casi genéticas, mientras que los sosegados se refieren a una mentalidad ganadora, un espíritu de superación, una falta de complejos tan importante en malos momentos como el que vivimos. No faltan los que, en clave aparentemente más pragmática y con jerga prestada del márketing, ponderan los beneficios que este logro le reportarán a eso que se conoce como la Marca España. Concepto que, por cierto, tiene desde hace unos días un alto cargo creado a tal fin. Llevados por el entusiasmo, algunos partidarios de la traslación mecánica del triunfo futbolístico se han apresurado a proponer que dejemos en manos de los Casillas, Iniesta, Xavi y Torres la salvación del país.

Si las razones de los que ven en el 4-0 la anticipación de nuestro renacer resultan un poco toscas, no puede decirse que los pesimistas se esfuercen mucho en crear nuevos argumentos. Los que dicen que no, siguiendo con el Efecto Parrala, se remiten al clásico panem et circenses. Algunos por convicción, otros por ese viejo cálculo que se resume en aquello de "cuanto peor mejor". La primaria alegría de las masas, nos vienen a decir, no es sino el efecto secundario de la continuada ingesta del nuevo opio del pueblo, que es el deporte. Un anestesiante colectivo que impediría que la gente saliera a la calle a hacer lo que realmente debe hacer, que es repetir la toma de la Bastilla. Incluso, entre los más leídos, no faltarán quienes, ante la efusión de cantos y banderas, compartan con el doctor Samuel Johnson su opinión de que el patriotismo es el último refugio de un canalla.

Aunque, como he avanzado, la situación me tiene algo perplejo y no poco escindido, tengo que admitir que me encuentro más próximo a los partidarios del sí. Me explicaré. Como el admirable Del Bosque afirmó, sospecho que para frenar el optimismo oportunista de algunos, ganar la Eurocopa no soluciona los grandes problemas económicos de nuestro país. Es algo evidente, que ni siquiera los más optimistas ignoran. Pero, puestos a interpretar la extraordinaria respuesta colectiva, no parece exagerado decir que se perciben unas ganas de buenas noticias, un deseo de ilusión que nada tiene que ver con una sociedad abatida o resignada. Y eso es bueno. Era lo que, salvando todas las distancias, parecía decir el autor de aquella célebre pintada que apareció en una pared de Buenos Aires en tiempos de convulsiones económicas: "Basta de realidades, queremos promesas". Siempre he creído que quien escribió aquello no exigía que le contaran mentiras, sino que le dieran una razón para seguir adelante. Lo que nos exige la gente que se ha echado a la calle a festejar este éxito es un proyecto colectivo, una referencia compartida como es la selección, para aguantar este duro trance. Para quien se dedica a la política comprender el estado de ánimo de los ciudadanos es una obligación. Con todas sus paradojas, la calle nos ha lanzado estos días un mensaje, casi una súplica, que no podemos ignorar.

Actualización: En una primera versión del texto se atribuía la cita "El encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección" a André Breton. El autor de esta imagen fue el conde Lautréamont, que Breton y otros surrealistas citaban con frecuencia.