Reivindicación del matiz

Reivindicación del matiz

Pasados unos días, a pesar del riesgo, me atrevo a emitir una opinión. Debo decir que la utilización de menores, incluso en causas nobles, me produce muchos reparos, y que me parece confuso el mensaje de quien, como la señora Bescansa, tiene a su disposición una escuela infantil en el mismo lugar de su actividad laboral completamente gratuita. Y entre todos los argumentos que se han apuntado para justificar el gesto de la diputada de Podemos, quizá el más sorprendente sea el de que la presencia del niño "ha servido para poner sobre la mesa un problema".

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Foto: EFE

Confieso que no me gustó el vestuario que llevaban los personajes de la cabalgata de Reyes de Madrid. No me tengo por un tradicionalista acérrimo, pero hay cosas que me parecen bien como están, porque su gracia reside, precisamente, en la evocación de determinados lugares comunes. Pero esta objeción, relajada y amable, matizada, como no podía de ser de otra forma ante un asunto de una trascendencia limitada, se convirtió en poco menos que reaccionaria tras la sobreactuación ("¡Jamás!, ¡jamás!") de los que sí son reaccionarios. Gracias, en gran parte, a la ardorosa campaña que desplegó un sector de la derecha, disentir de la indumentaria del Rey Gaspar se convirtió en muestra inequívoca de rechazo a la modernidad.

Más enjundia tiene la polémica desatada tras la decisión de la diputada Carolina Bescansa de llevar a su hijo a la sesión constitutiva del Congreso de los Diputados. Desde el primer momento, la cuestión se planteó, para algunos, en términos dicotómicos: quienes estamos a favor de la conciliación de la vida profesional y la familiar no podíamos sino estar de acuerdo con este acto valiente y reivindicativo. Los discrepantes eran colocados inmediatamente del lado de los que nunca han movido un dedo por los derechos de las mujeres. De nuevo, como en el caso de la indumentaria de los reyes magos de la cabalgata madrileña, discrepar de manera razonada, matizada, suponía una operación de considerable riesgo.

Pasados unos días, a pesar de ese riesgo, me atrevo a emitir una opinión. Debo decir que la utilización de menores, incluso en causas nobles, me produce muchos reparos, y que me parece confuso el mensaje de quien, como la señora Bescansa, tiene a su disposición una escuela infantil en el mismo lugar de su actividad laboral completamente gratuita. Pero entre todos los argumentos que se han apuntado para justificar el gesto de la diputada de Podemos, quizá el más sorprendente sea el de que la presencia del niño "ha servido para poner sobre la mesa un problema". Sobre la mesa, o sobre el escaño, cabría decir. Por supuesto, porque no es la primera vez que en nuestro Parlamento se ha hablado del tema de la conciliación, que, por cierto, suscita interesantísimas discusiones repletas de infinidad de matices. Pero, además, porque no sé si los defensores de esta tesis han caído en la cuenta de las consecuencias que, para la vida parlamentaria -y para el sentido común, por cierto-, tendría el que se generalizara esta práctica.

Por ejemplo, para "poner sobre la mesa" lacerantes problemas sociales, ¿habría que tratar de introducir en el hemiciclo a un representante de cada uno de los colectivos implicados? ¿Y qué hacer cuando los asuntos son más complejos? No es difícil aventurar la multitud de manifestaciones de todo tipo que unos diputados imaginativos pueden desplegar para "poner sobre la mesa" cualquier asunto y, de paso, conseguir unas buenas imágenes y otras tantas llamativas fotos. Como esos sabios que relata Swift en Los Viajes de Gulliver, que en lugar de palabras, se servían de los objetos que llevaban en grandes sacos, ¿debería completarse el debate en el Parlamento con la confrontación de ejemplos "puestos sobre la mesa"? Me consta que no es esta la intención de quienes han acogido favorablemente el gesto de la señora Bescansa, pero creo que es bueno detectar los riesgos que entrañan actos políticos que se blindan ante la crítica tras el escudo de las causas nobles. Para eso sirven los matices.