Los 'juegos del hambre' de la vida real

Los 'juegos del hambre' de la vida real

Esta es una historia que rompe el corazón: miles de niños afganos refugiados deambulan por Europa solos, sin padres, sin ayuda suficiente de los gobiernos europeos y en riesgo de caer en la indigencia, la detención y la muerte. Cada día supone una lucha por la supervivencia.

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Esta es una historia que rompe el corazón: miles de niños afganos refugiados deambulan por Europa solos, sin padres, sin ayuda suficiente de los gobiernos europeos y en riesgo de caer en la indigencia, la detención y la muerte.

Aunque suena como una versión de Los juegos del hambre, es una situación absolutamente real. En Human Rights Watch hemos estado documentando durante más de 10 años los abusos que sufren los niños migrantes no acompañados, y personalmente he entrevistado a cientos de estos niños. Los niños que conocí fueron enviados al extranjero en un último esfuerzo por encontrar una vida mejor o escapar de la persecución. Al menos 10.000 niños no acompañados entran en la Unión Europea cada año. Viajan con contrabandistas, en camiones, a pie y en desvencijadas embarcaciones. Es posible que haya miles más, ya que los niños tienen una fuerte motivación para esconderse y evitar ser registrados por cualquier gobierno.

Muchos niños afganos -una proporción sustancial de los niños que conocí- huyen de situaciones horribles en casa: familiares asesinados, malos tratos y violencia diaria e incluso hambre. Algunos habían sido reclutados como niños soldados.

La historia de un niño afgano llamado Reza realmente se me quedó grabada. Conocí a Reza (un pseudónimo) en una casa a medio construir y abandonada bajo un puente cerca de Patras, una ciudad portuaria en Grecia. Para llegar a la casa, atravesamos un paso subterráneo de gravilla, saltamos por encima de un desagüe abierto y nos arrastramos a través de un agujero en una verja de alambre de púas. En la casa vivía una docena de los solicitantes de asilo afganos. Dormían en colchones en el suelo; no tenían agua corriente ni electricidad. Allí me presentaron a Reza, un muchacho escuálido que presentaba las tenues huellas de un incipiente bigote.

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Reza, de apenas 14 años, había llegado a Grecia por su cuenta. Su padre había muerto y su madre y hermanas mayores decidieron que debían abandonar Irán, donde la familia se había refugiado, y marcharse a Europa. Me contó que se fue a Europa para ganar dinero para mantener a su madre y hermanas. Durante meses viajó por tierra, hasta que cruzó la frontera con Grecia en la región de Evros. Ahí fue interceptado por la policía griega. Lo metieron en la cárcel durante la noche, pero al día siguiente lo dejaron en libertad sin darle ningún tipo de ayuda o cuidado especial, a pesar de tener la apariencia del niño que es.

"No puedo quedarme aquí", explicaba Reza, refiriéndose a Grecia. "La policía viene por la noche y tenemos que escapar... Tengo comida, pero no con regularidad". Reza tenía una lista -un mantra, en realidad- de los países a los que esperaba llegar para encontrar seguridad. "[Quiero ir] a Suiza o Suecia. O Austria o Alemania". Sin embargo, el camino que Reza tenía por delante no era seguro: tendría que esquivar a los guardias fronterizos y viajar clandestinamente por Europa, quizás como polizón en barcos o colgado debajo de camiones durante días enteros. Dejar allí a Reza después de escuchar su historia, sabiendo que se enfrentaba a una amenaza real de daño e incluso la muerte, me rompió el corazón.

Me entusiasmé cuando me enteré de que el programa de televisión estadounidense de reportajes 60 Minutes quería mostrar la odisea que protagonizan estos chicos que huyen a Europa, ya que sus historias son sumamente importante. Espero que hayan tenido la oportunidad de ver el programa el 19 de mayo. Adultos, padres: ¿Pueden imaginar a su hijo haciendo un viaje como este, durante meses, sin recibir noticias de ellos y sin tener ni idea de dónde están? ¿O sin saber si están vivos o muertos? Y para los niños que miren el reportaje: ¿Imaginas la valentía que hay que tener para irse de casa y la resistencia que se necesita para sobrevivir un viaje así y empezar una nueva vida en solitario?

Si yo me encontrara en esa situación, sólo puedo imaginar lo mal que tendrían que estar las cosas en casa para sentir que la única alternativa es que mi hijo se vaya y corra estos riesgos. Creo que no dejaría de esperar cada día -cada hora- que alguien lo cuide y proteja. Sin embargo, los niños que llegan a Europa en realidad no reciben mucha ayuda.

Los gobiernos europeos tratan a estos niños como inmigrantes indocumentados que han violado la ley y prestan poca atención a sus necesidades como menores. Especialmente en Grecia -uno de los principales puntos de entrada a la Unión Europea-, pueden enfrentar prolongadas detenciones y abusos de la policía, y suelen ser tratados como adultos después de exámenes de edad poco fiables. Al igual que Reza, pueden encontrarse sin techo, durmiendo donde pueden, sin comida y sin acceso a escuelas o cuidados de salud. En última instancia, pueden ser deportados de vuelta a Afganistán, independientemente de si sus familias han podido ser localizadas.

Europa debe hacer más. La Unión Europea ha dado algunos pasos positivos para abordar el drama de los niños migrantes no acompañados, incluyendo mejoras en las pruebas para determinar la edad. Sin embargo, se necesita mucho más para que estos niños puedan tener una oportunidad justa. La UE debería proponer normas para asegurar que los niños tengan mejores garantías, puedan defender sus derechos y puedan impugnar decisiones del Gobierno en materia de asilo y deportación con la ayuda de tutores y abogados.

Todos deberíamos ser conscientes de que para decenas de miles de niños migrantes, cada día en Europa supone una lucha por la supervivencia. Y todos deberíamos hacer más: si estuviéramos hablando de nuestros hijos, anhelaríamos mucho más.