La película del reino perdido

La película del reino perdido

Érase una vez un país donde vivían las mejores y más bellas primas del mundo y nadie reparaba en ellas. Pero un buen día los mercaderes trashumantes descubrieron a la más grande y bella prima nunca antes vista, la de la familia Riesgo.

Es como un cuento infantil. Érase una vez un país donde vivían las mejores y más bellas primas del mundo y nadie reparaba en ellas porque las mantenían escondidas para no generar envidia a los habitantes que en ese reino carecían de ellas. Pero un buen día los mercaderes trashumantes descubrieron a la más grande y bella prima nunca antes vista, la de la familia Riesgo, y se la llevaron amordazada para después vendérsela a sus congéneres por un dinero desorbitado. La familia, al no poder pagar tal cantidad de monedas de oro, decidió, bajo decreto, que fueran todos los habitantes del reino quienes pagaran por su rescate. Y así se procedió. Las otras familias nobles de estirpe, que no de alma, y poseedoras de preciosas primas comenzaron a esconderlas en lujosos paraísos donde ningún mercader trashumante pudiera encontrarlas jamás.

Mientras esto ocurría con las bellas primas de los innobles aristócratas del reino y con la recuperación de la prima de la familia Riesgo, los jóvenes con talento aprovecharon el desconcierto para salir del reino y emigrar a otros reinos donde vivir sin el continuo acoso de los trashumantes. Fue entonces cuando el rey del reino tropezó y cayo rompiéndose por varias partes de su cuerpo y dando públicamente a conocer que estaba recubierto de una cerámica especial pero falsa. Que no era humano sino postizo. ¿Por qué un rey de barro había de reinar en un reino de humanos? Mientras se debatía tal enmienda en las plazas y calles, la bandera más grande del reino se desplomaba sobre tejados y casas dejando a todo el reino sumido en la más absoluta oscuridad y falta de ventilación. Los habitantes se iban asfixiando poco a poco, los que quedaban consumían un oxígeno viciado que les iba envenenando y convirtiendo su sangre viscosa en arena. El reino entero se volvió un lugar de estatuas de arena. Fue entonces cuando regresaron los mercaderes trashumantes y se encontraron con lo que querían, un reino sin oxígeno, habitado por gentes de barro de cuyos gobernantes, jóvenes con talento y familias pudientes habían huido. Comprobaron entonces que podían comprar el reino por unas monedas de oro falsas y convertir a sus habitantes en esclavos de sus favores sin riesgo de revueltas, pues eran todos de barro. Esclavos de un solo uso que al caer se rompían y convertían en arena. No quedó ni uno solo de los habitantes del reino. Un reino recubierto con la arena de los cuerpos de sus gentes. Los trashumantes ya afincados en el lugar trajeron esclavos de otros reinos; encadenados en las bodegas de sus barcos obedecían los modos de una lengua que no entendían. Los nobles que allí nacieron cambiaron sus apellidos para que nunca se supiera su procedencia, los jóvenes talentosos prefirieron aniquilar el recuerdo. El reino se perdió. Desapareció de los anales de la memoria para siempre jamás y se convirtió en el más temido emplazamiento por la cantidad de mercaderes y ladrones por metro cuadrado.