Los pájaros de Creta

Los pájaros de Creta

Fotografía de Mayte Piera

Fotografía: 'Pájaro en la orilla' de Mayte Piera

Los pájaros otorgan, por su envidiable vuelo, sus bucólicas cantilenas, sus plumajes de fantasía y, en resumen, por escapar al control del hombre, una componente mágica a cuentos, supercherías y cábalas mitológicas. Tenían los clásicos pájaros para el amor, como el torcecuello, pájaros que curaban la ictericia, como la oropéndola, o los nidos del martín para los eccemas. Hay pájaros para sanar nuestro ánimo y calmar tempestades, para oír, perseguir, admirar o, simplemente, para dejarnos el recuerdo de su viaje.

Días de Alcyone es una figura retórica, una metáfora utilizada bastante en la lengua inglesa y poco en la nuestra para referirse a un periodo de calma y bienestar; unos días que se grabaron en la memoria como gloriosos pero fugaces; normalmente durante la niñez. Esos días dulces y nostálgicos se evocan como fechas de alegría e independencia; es decir, como volátiles pájaros.

El Alcyone o Alcedo atthis es un ave migratoria presente el Mediterráneo desde finales del verano hasta el principio de la primavera. Por lo general, ponen sus huevos en enero, en la orilla de los ríos y en las grietas de la costa, coincidiendo con las calmas invernales mediterráneas y con las menguas; es decir, con la bajada del nivel del mar que se produce después del solsticio de invierno; de esta forma, se desplaza poco para alimentar a su prole. El nombre común del pajarillo es Martín pescador, por su habilidad en estos menesteres, armado con su pico largo en forma de puñal y con su plumaje colorido de plumier escolar.

Los pájaros se asocian a menudo con la alegría y libertad, aunque a veces dan pena y están en jaulas; otras se cansan en sus vuelos etéreos y vulgarmente bajan a descansar donde pueden. No es extraño, en las travesías, cobijar algún pájaro aprovechado que utiliza el barco como el coche-cama hasta que vuelve a oler tierra y se pira sin un pío. Esta facultad era aprovechada por los fenicios para aproximar su distancia a tierra en sus largas navegaciones. Normalmente son pájaros pequeños y agotados; gorriones, jilgueros, estorninos; despistados de su ruta por cualquier causa, que ven la cubierta del barco como la tabla de salvación. Pero a veces aparecen aves grandes, rapaces o pajarracos.

Un día llegó un palomo. Tenía una cabeza redonda y pequeña que movía de un lado a otro y unos ojos furiosos como clavos

Un día llegó un palomo. Tenía una cabeza redonda y pequeña que movía de un lado a otro y unos ojos furiosos como clavos que jamás entornaba y que se fijaban en la nuca de una cuando le daba la espalda; se posó en la cruceta del palo y, cuando el viento arreciaba y le hacía resbalar por la superficie de aluminio, el desdichado se aventuraba a bajar a cubierta y agarrarse a algún balcón, siempre a una distancia prudencial. Se llamaba Palomino y llegamos a tener cierta amistad, pues el muy cara se recorrió gran parte del Mediterráneo de balde con nosotros. Ahí fue cuando empecé a poner en tela de juicio el incansable vuelo de las palomas mensajeras. La vida está llena de mitos que día a día vamos desmontando o nos desmontan, y yo dudaba de que la blanca paloma con rama de olivo que apareció una mañana en el arca de Noé no viajara escondida en la nave desde hacía tiempo.

En otra ocasión, en un día tormentoso, aterrizó una nube de pajarillos menudos y rechonchos; unos cien mil, sin exagerar, que no me gusta. Aspirados de su árbol por algún chubasco, estaban tan desorientados y maltrechos que no dudaban en meterse dentro del barco, escondiéndose por sus rincones, estirando la pata entre los libros, desapareciendo para siempre por los huecos de los mamparos y las insondables sentinas. Muchos salieron volando al llegar a tierra, otros aparecieron tiesos y fríos; pero de la gran mayoría no encontré ni plumas ni huesecillos ni nada, ni alcanzo a comprender qué pudo ser de ellos, o si uno de los agujeros que atravesaron era negro y ahora pían felices en alguna rama adimensional de otro mundo paralelo. Dejaron todo el barco como el palo de un gallinero.

Hay estudios que dicen que las aves se basan en un mapa geomagnético para orientarse y que utilizan una brújula cerebral. Se les puede desviar, falseando el campo magnético que perciben, de modo que cambien su orientación espacial, aunque sigan viendo el sol, las estrellas y otras referencias en el mismo sitio. Quizás es lo que pasó durante el chubasco. También esta natural orientación era empleada por los antiguos navegantes que seguían en sus rutas la migración de las aves. El caso es que barco y pájaro, volar y navegar, tienen muchos puntos de encuentro, hasta el funcionamiento de un velero tiene fundamento en un ala.

Recuerdo en un puerto fluvial en Creta donde estuvimos hace muchos años, un río que desembocaba en una playa de aguas congeladas, donde la cubierta se llenaba frecuentemente con unos pajarillos azules y naranjas que tenían sus nidos en pequeñas grutas y cuevas cercanas a la orilla, adornados con escamas de pescado, conchas y ramitas; eran martines pescadores. Más allá del puerto, el río era navegable para embarcaciones de poco calado hasta llegar a un gran lago de aguas azules y misteriosas; del que se especulaba que brotaba de corrientes submarinas a varios kilómetros de profundidad. La desembocadura daba paso a una playa donde los pocos turistas de aquellos maravillosos años tomaban el sol y se bañaban, haciendo uso de unas duchas improvisadas, abastecidas por las aguas del mismo río. Al atardecer, las toallas se recogían a toda velocidad y sus dueños desaparecían corriendo, antes de que llegara la hora punta de los implacables mosquitos. Los pájaros zumbaban sobre la superficie, en línea recta con cortos planeos, apareciendo como sombras multicolores que se tiraban en picado sobre el lago y de una manera certera capturaban los pequeños peces desprevenidos; nunca les vi salir de vacío. Descansaban a puñados entre los cañaverales y sobre las conchas de las tortugas perezosas que les servían de improvisado flotador y silbaban unos pitidos agudos y atronadores al juntarse en un barullo, seguidos de un carraspeo áspero y cortante. Pi-pi-raca-raca...pi-pi-raca-raca. Y así pasábamos horas y siglos, pájaros y yo, revoloteando los unos y observando el ir y venir de esos perdigones azules. Me dejaron para siempre un recuerdo preciso, unos días de Alcione; en esa quietud y en ese pi-pi-raca-raca se escondieron mil sonidos emocionantes, de forma que si los volviera a oír, se aparecería Creta ante mis ojos, indudable y firme. Mucho más que frente a las columnas rojas de Evans en el palacio de Cnosos.

Alcíone, ἀλκυών, era la hija de Eolo y se casó con Ceyx, rey de Tesalia, hijo de Eosfóro, el que trae a Eos, el que trae la aurora. Alcione y su marido vivían felices, pero Ceyx quiso consultar el oráculo de Apolo; pertrechó su nave y zarpó una buena mañana, negándose en redondo a que les acompañara la desconsolada Alcione. Ceyx pereció en una horrible tormenta y Alcyone nunca volvió a saber de él, ni de su triste naufragio. Día tras día ella aguardaba esperanzada su regreso. Fue Morfeo quien se compadeció de su inocente ignorancia y le hizo ver en sueños amargos a su amado desapareciendo en el mar en medio de una furiosa tempestad. Alcione se lanzó desde un acantilado para acabar con su vida. Pero la muerte no le fue concedida, sino que se transformó en un hermoso pájaro. Eolo se apiadó de su hija e intercedió ante Zeus para que permitiera que, durante un tiempo, el mar permaneciera en calma y el pájaro pudiera poner los huevos tranquilo; así nacieron los días de Alcione y su relación con las tempestades, las calmas y las navegaciones.

El fenómeno meteorológico existe, aunque no es fijo ni constante en el tiempo; hay años que no se produce; pero sí que hay un periodo de días en invierno, cercanos al solsticio, en que el anticiclón invade el Mediterráneo, solazándose y expandiéndose, para dar muy poco gradiente barométrico y casi nada de viento. En España solemos llamarle "calmas de enero", aunque no siempre coinciden con este mes.

Cuando estaba todo dispuesto, se oyó un vocerío y un viejo harapiento surgió de entre los eucaliptos agitando un palo nudoso.

En la orilla, unos chavales cazaban pájaros, los hacían caer en trampas pegajosas para capturarlos y meterlos en una jaula improvisada con cubos y tela metálica. Creo que el método, antiquísimo, se llama cazar con liga y es muy poco selectivo. La liga es un pegamento natural que se extrae de una planta, se manipula un poco al fuego y se impregnan los matorrales donde suelen ir las aves. Durante el proceso, los animales pierden bastantes plumas que se quedan adheridas a la vegetación; los pobres bichos se agotaban aleteando incansablemente para liberarse de su enigmática inmovilidad y se desesperaban viendo su pollada indefensa en la orilla. Cuando no era accesible el pegamento natural, se fabricaba diluyendo suelas de zapatos en aceite caliente y se le añadía polvo de vidrio. Al fin, cautivaron suficientes y los distribuyeron en unas balsas hechas con cañas y maderas que lanzaban corriente a favor por el rio; los forzosos argonautas azules no se atrevían ni a piar en su último viaje hacia el mar, donde casi seguro les esperaban las carroñeras gaviotas, entusiasmadas con sus presas facilonas. Los niños no son conscientes de la enorme crueldad que acarrean muchos de sus juegos, aunque ellos siempre los recordarán como sus tiernos "días de Alcione".

Cuando estaba todo dispuesto, se oyó un vocerío y un viejo harapiento surgió de entre los eucaliptos agitando un palo nudoso. Los brutales muchachos salieron espantados, dejando su faena a medio acabar y los pájaros pegados sobre los maderos. El abuelo se acercó con murmullos de lástima y yo creo que lloraba. Uno a uno fue liberando a los desdichados mientras los acariciaba y les silbaba una melodía repetitiva. Los pájaros, a cambio, se alejaban de la increíble pesadilla con trinos de triunfo.

La canción que pongo a continuación es de Daphne y Dimitris Athanasopoulos, a los que tuve la ocasión de oír en directo el otro día ; me sorprendieron muy gratamente y les deseo lo mejor, pues lo merecen. Sus canciones, con gran carga social, tienen sus raíces en la música más popular, pero su forma de interpretarlas y darles la vuelta con problemas actuales, es muy interesante. En este caso, sobre una tonada tradicional del Epiro, cuya letra original poco tenía que ver, se cuenta la historia de dos muchachos que esconden en el río su amor proscrito; allí les sorprenden los padres y les atacan con cuchillos y piedras, sin entrar en razones. Al final, los jóvenes tienen que huir del pueblo. Parte de la estrofa, que hace referencia a la letra de la antigua canción, es intraducible, como ocurre con muchas canciones populares de estribillos repetitivos.

En frente de este río,

aquí, bajo el plátano,

están sentados dos chicos.

Son Juan y Jorge,

mano a mano abrazados,

a escondidas de su pueblo.

De repente, sus padres,

un manojo de hombres bragados

con cuchillos y piedras,

sin palabras ni charlas,

lo reventaron los valientes.

Mor maró y Mariyia,

hinojo y derdelina.

Hola Máro y Mariyia

Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora.