Cuentos de Fukushima: la bruja blanca

Cuentos de Fukushima: la bruja blanca

Un buen día, todos los peces en el mar murieron y se comenzaron a pudrir los cultivos de arroz. La tierra se volvió infértil. La bruja verde volvió al reino, esta vez convertida en una gigante ola, que los habitantes del reino acordaron en llamar Tsunami, y se enfrentó con furia a la bruja blanca, arrasando sus dominios y destruyendo el poderoso castillo de DAI-ICHI.

Érase una vez, un reino lejano, en el que sus habitantes gozaban de todas las riquezas y comodidades posibles. No obstante, a pesar de la riqueza y el bienestar del reino, el anciano rey que gobernaba se hallaba sumido en una profunda tristeza.

Los doctores dijeron que, lo más aconsejable, era buscar un remedio que pudiera suplir la carencia de alegría del viejo monarca y varios ministros partieron en todas direcciones buscando un hechizo o un mago que proporcionase al rey la energía vital necesaria para recuperar la alegría.

Llegó entonces hasta los oídos del rey la noticia de la existencia de una bruja blanca y una bruja verde en las regiones lejanas del norte. El rey dio orden de que las fueran a buscar y las condujeran a su presencia.

La bruja blanca hizo su aparición a los pocos días, montada en un elegante carruaje y con sus cabellos dorados reluciendo al sol. Su belleza era tal, que el anciano rey se enamoró perdidamente de ella nada más verla y le propuso matrimonio a cambio de aquello que más deseara, convencido de que tal belleza a su lado le granjearía la felicidad que tanto anhelaba.

La bruja blanca pidió un día de reflexión para meditar qué era lo que más deseaba del reino. Sus posesiones eran vastas y bajo su magia y encanto, habían caído monarcas de lejanas tierras y sus súbditos.

Sus hechizos provenían de una energía mágica, resultante del Uranio, piedra filosofal de los hechizos modernos, que aunque era poderosa como ninguna, poseía propiedades letales ocultas.

El único obstáculo que se resistía a su poder era la temible bruja verde, señora y dueña de los valles, montañas, y los ríos y protectora de la naturaleza de la tierra, que se hallaba de camino a palacio.

Al día siguiente, la bruja blanca se dirigió al rey y pidió, a cambio de su mano, que le cortara la cabeza a la bruja verde.

Conmocionado por la respuesta, el rey no supo qué decir pero tan enamorado estaba de su belleza, que, aunque excéntrica, concedió la petición a su amada y se casó con ella.

Transcurrieron muchos años antes de que el rey se diera cuenta de la difícil convivencia con la bruja blanca. Era caprichosa, exigente, y su terrible magia enriquecía a los súbditos del reino, pero hacía, por un extraño efecto inverso, que muchos otros murieran de forma insólita.

Desde su llegada, había oído noticias de malformaciones en neonatos, muertes prematuras y otros muchos acontecimientos inexplicables.

Paulatinamente, el rey se dio cuenta de que la infelicidad de sus súbditos y la suya propia había ido en aumento desde la llegada de la malvada reina.

Un buen día, todos los peces en el mar cercano al reino murieron y se comenzaron a pudrir los cultivos de arroz. La tierra se volvió infértil y un terrible miedo comenzó a invadir al anciano rey.

Acudió a los aposentos de su gran confidente, el primer ministro, para consultarle y su fiel amigo le confesó, entre lágrimas, que la reina había hechizado el reino y había planeado cortarle la cabeza al día siguiente para poder quedarse con su trono y sus riquezas.

El rey, preso de pánico, se envolvió en harapos y con la ayuda de su ministro, se dispuso a escapar por la ventana, deslizándose por una soga, para poder así huir de la malvada bruja.

Desgraciadamente, en su huida, la soga por la que se deslizaba se rompió y el rey se precipitó al vacío y se rompió el cuello.

Mientras tanto, lejos de allí, la bruja verde había escapado del terrible asalto preparado por los soldados del rey. Se agazapó entre las ramas y con la ayuda de los habitantes del bosque llegó hasta el mar, donde zarpó rumbo al océano para escapar del rey y de la bruja blanca.

Muchos años más tarde, la bruja verde volvió al reino, esta vez convertida en una gigante ola, que los habitantes del reino acordaron en llamar Tsunami, y se enfrentó con furia a la bruja blanca, arrasando sus dominios del reino del norte y destruyendo el poderoso castillo de DAI-ICHI, de donde provenía la energía del uranio enriquecido de la bruja blanca.

Tal fue la crudeza de la batalla entre el ejército del mar, de la bruja verde, y el asedio al castillo de la bruja blanca, que el combate llegó a oídos del mundo entero.

Cientos de mensajeros corrieron asustados frente a la violenta colisión y la furia de la batalla se saldó con miles de vidas humanas y ciudades y dejó anegados varios reinos del territorio norte, para finalizar, felizmente, con la victoria de la bruja verde.

Los habitantes del reino comenzaron, poco a poco, a despertar del hechizo en el que habían vivido durante años: a recuperar la alegría y a festejar la vuelta del reino de la naturaleza y de la vida.

Decidieron, entre todos, que el campo de batalla en el que se batieron las fuerzas de la energía de la naturaleza y la energía nuclear quedara como recuerdo para sucesivas generaciones y honrar a los héroes que perdieron su vida en la cruenta batalla, llamándolo "Fukushima", en honor al reino de la temible bruja, que había cegado el corazón del rey.

Fin

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Nueva Central nuclear de Tokamak (Japón), 2013. Architecture Global Aid.

Existen cuentos en el mundo que han servido para salvar la vida de muchos, véase sin ir más lejos, la historia de Las Mil y Una Noches, en la que la princesa consiguió salvar su propia vida gracias a los cuentos que le narraba cada noche al rey, o los cuentos de Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino, que bien pudieran haberse encontrado en este territorio, hoy inhóspito, y salvar muchas vidas.

Esta historia es real. O mejor dicho, podría ser real. Al fin y al cabo, lo que sucedió en la prefectura de Fukushima hace tres años, tras la explosión del reactor III de la central nuclear de DAI-ICHI no lo sabe nadie, si no es por las historias y la mirada de los periodistas, del Gobierno japonés, de los voluntarios, o de los grupos de ayuda internacionales.

La mirada y la forma de contar las cosas es lo que aporta veracidad a la historia, muchas veces deformada por intereses de diversa índole que uno bien quisiera fueran más fáciles de entender que un hechizo.

La mirada que propone el cuento es una mirada hacia la naturaleza. Libre de nombres, de números y de futuros inmediatos. Es una mirada hacia la construcción de un mundo diferente, en el que la experiencia de tantas vidas humanas que hoy están en el fondo del mar, no caiga en el olvido.

En realidad, la historia, tal y como nos la han contado, no liga en ningún caso la muerte a raíz del tsunami con la energía nuclear. Eso es cosa del cuento. De mirar cómo la naturaleza se cobra lo que le han quitado.

De hecho, hay todavía quienes afirman que la energía de DAI-ICHI no se ha llevado la vida de nadie. O por lo menos, eso decían antes de que abriera el hospital oncológico infantil de Fukushima en febrero de 2014.

Por eso, por falta de datos, lo mejor es mirar con ojos de niño y hablar no de los habitantes del norte de Japón, sino de lo que les rodea. De su entorno. De la naturaleza y la energía. Es decir, intencionadamente: no contar.

Sería maravilloso narrarle esta historia, al oído, en susurros, a quienes dirigen un país. A los reyes cegados por la belleza de la economía y preocupados por encontrar la alegría en energías nocivas para la población. (Qué raro que ningún político se haya comprado una casa estos últimos años en Fukushima) y la mejor forma para ello ha sido contarlo en un relato, como quien cuenta una arquitectura, con una dimensión y una comprensión del ser humano, que, al fin y al cabo es lo que define la profesión del arquitecto. Entender a la gente y lo que busca. Lo que anhela.

Hoy en día, Fukushima, está libre de presiones inmobiliarias, especulación y desarrollo y se podría decir que la naturaleza ha vencido en este lugar, aunque a lo mejor por el camino haya perdido su valor como espacio habitable, debido a la alta radiación que se registra en casi toda su extensión.

Hoy, en el año 2014, este lugar es un vergel, un espacio abandonado en el que la vegetación supera un metro de altura, con caballos salvajes, gacelas, corzos, liebres y jabalíes corriendo a sus anchas por la provincia, sin sospechar -pobres- que nada es fruto de la casualidad.

Los únicos visitantes son los trabajadores de TEPCO (los mensajeros) que se asoman al borde para dejar bidones de gasolina y comida para los 49 voluntarios que aún intentan dominar lo que queda de una de las más poderosas fuerzas del reino del norte: la central de DAI-ICHI.

Nuestro grupo de ayuda, Architecture Global Aid (AGA) ha estado colaborando en esta zona de Japón durante los últimos tres años. Mediante voluntariado, artículos internacionales, entrevistas de radio, publicaciones en periódicos, conferencias, camisetas y vídeos, hemos querido contar las miles de historias vividas y hemos construido casas-refugio o lo que es lo mismo, arquitectura para vivir bajo el nombre de "Origami Houses".

No obstante, lo más importante y por lo que nos gustaría levantar alto la escuadra de arquitecto es por haber construido un andamiaje. Andamios para sostener las convicciones de miles de arquitectos y voluntarios que se han sumado a ayudar con su presencia y su trabajo en Onagawa, Kamaishi, Rikuzentakata o Minamisouma entre otras ciudades.

Tal vez, una estructura de apoyo para el futuro de la gente joven que quiera ayudar a construir ideas y que no le importe la edad, nacionalidad o el lugar con gente que quiera ayudar a edificar Mundos mejores, que son, en definitiva, Reinos mejores.