La violación colectiva en Brasil muestra la espeluznante aceptación de la violencia contra la mujer

La violación colectiva en Brasil muestra la espeluznante aceptación de la violencia contra la mujer

Más que aceptarse, la violación se enseña. Desde que somos pequeñas, nos enseñan a protegernos. Se supone que, por pertenecer al sexo femenino, seremos atacadas y violadas en algún momento de nuestras vidas (y así es). Sin embargo, para los chicos, el culto al falo y a las piernas abiertas, libres y dispuestas, está a la orden del día.

REUTERS

"A lo largo y ancho del mundo, la violencia contra las mujeres y las niñas sigue siendo una de las violaciones más graves -y más toleradas- de los derechos humanos" - Phumzile Mlambo-Ngcuka, Directora ejecutiva de ONU Mujeres.

Hace unos días una joven de 16 años fue presuntamente violada por más de 30 hombres en una favela de Río de Janeiro (Brasil). Entre los 30 hombres, ¿ninguno se paró a preguntar por qué? Violaron su cuerpo y todos sus derechos. La grabaron con la vagina sangrando y con varios hombres riéndose de fondo. Más de 500 personas marcaron con un me gusta el vídeo que uno de los violadores colgó en Twitter. Ella estaba inconsciente. La habían violado más de 30 hombres.

Este crimen odioso se transformó luego en una broma para las redes sociales. "La dejaron fuera de combate, ¿eh?" era uno de los comentarios. La abuela de la chica contó a la radio CBN que la joven solía ir a las favelas y que a veces pasaba días sin dar noticias. También dijo que su nieta consumía drogas desde hacía cuatro años y que era madre de un niño de tres.

Esta información sobre la vida personal de la chica enseguida se convirtió en pretexto perfecto para excusar el crimen, dando cuerda a la maquinaria de la cultura de la violación que normaliza estos terribles actos de violencia. Para algunas personas, hombres en particular, es más fácil olvidarse del delito y centrarse en la víctima. Lo que suele ir a continuación son preguntas del tipo:

"¿Y si ella lo estaba pidiendo?"

"Ah, ¿que consumía drogas?"

"¿Y por qué salía por ahí?"

"¿No será que se lo merecía?".

Visiblemente conmocionada, a su salida del hospital la chica explicó, en declaraciones al periódico O Globo: "Cuando me desperté, tenía a 33 hombres encima".

Nada puede justificar una violación. Nada.

También contó al periódico que había salido a pasar la noche en casa de su novio el viernes y que hasta el domingo no se despertó, después de que ocurriera todo. La investigación continúa.

Nada puede justificar una violación. Nada.

La tentativa de dirigir la culpa hacia la víctima es muy triste, alarmante, indignante. Suelen ser hombres, relativamente sanos, que viven en una sociedad donde las relaciones están guiadas por el poder y la sumisión, los que cometen estos crímenes y buscan deslegitimar a la víctima.

La violación es la forma más cruel que tiene un hombre de demostrar a una mujer quién está al mando. La violación no es sexo, no es un intercambio de emociones, no es cariño. La violación es una demostración clara de poder sobre otra persona. Es violencia, es control, es tortura, es falta de respeto, es crueldad, es atrocidad, es un crimen que se manifiesta de distintas formas.

Más que aceptarse, la violación se enseña. Desde que somos pequeñas, nos enseñan a protegernos. Se supone que, por pertenecer al sexo femenino, seremos atacadas y violadas en algún momento de nuestras vidas (de hecho, se estima que casi una de cada cinco mujeres será víctima de abusos sexuales a lo largo de su vida). Sin embargo, para los chicos, el culto al falo y a las piernas abiertas, libres y dispuestas, está a la orden del día.

Y, en medio de este desequilibrado ciclo, los niños se convierten en adultos. En hombres que creen que las mujeres sólo existen en función de ellos. Cada 11 minutos se abusa de una mujer en Brasil. No debemos olvidar que hasta 2009 la violación se consideraba un delito contra el honor. Incluso hoy, en 2016, la violación es uno de los crímenes menos denunciados y más silenciados en Brasil.

En este país se registran cada año 50.000 casos de violación, pero se estima que esta cifra sólo representa el 10% de los casos reales. Las víctimas suelen retirar las denuncias por miedo a represalias, por vergüenza a la exposición, por miedo a que las juzguen por un acto de violencia que otra persona ha cometido contra ellas.

Es una cuestión cultural. Está muy arraigada. Y oprime.

Es un silecio que resuena.

No dejamos de repetir que las mujeres son tratadas como objetos para que casos como éste no vuelvan a ocurrir. Y para que entiendan, de una vez, que las mujeres quieren autonomía sobre su propio cuerpo porque (¡sorpresa!) tenemos ese derecho. Tenemos derecho a decir 'no'. Derecho a denunciar. Derecho a no querer que nos conviertan en objetos listos para usar y tirar. Derecho a caminar por las calles tranquilamente, a ser respetadas, a señalar con el dedo, a hablar.

La posición de poder es fácil y egoísta. Miramos al violador como un tipo normal. Quizá porque lo es. La gran mayoría de ellos está ahí, al lado de la víctima. Es su padre, su novio, su abuelo, su hermano, su marido, su vecino, su tío. La sociedad justifica y perdona al criminal, del mismo modo que culpa a la víctima.

Hay que romper este círculo vicioso de poder que habita en la mente de la gente. Es una cuestión cultural. Está muy arraigada. Y oprime. ¿Qué hay de liberador en invadir el cuerpo de alguien junto con otras 30 personas y luego desgranarlo públicamente? ¿Dónde está el romanticismo en la dominación, en la violencia contra otra persona? ¿Y en silenciar los derechos o ejercer poder? ¿Cómo puede emerger algo positivo y placentero de todo esto?

Vivimos en una sociedad que aprovecha la mínima oportunidad para subyugar, violar, faltar al respeto y aplastar los derechos conquistados por las mujeres.

Habrá hombres que se solidaricen con el caso y se sientan indignados por los actos de otros hombres. Pero esto no significa nada si el mismo hombre da una palmadita en la espalda a un amigo cuando éste último hace un comentario que objetiviza a una mujer, o si no reconoce el venenoso machismo en sí mismo. 30 hombres. Y ninguno se preguntó nada. Ninguno se negó a participar en el crimen.

Vivimos en una sociedad que aprovecha la mínima oportunidad para subyugar, violar, faltar al respeto y aplastar los derechos conquistados por las mujeres. Me identifico perfectamente con el sentimiento de que sólo podemos confiar las unas en las otras: sólo otra mujer es capaz de entender lo que esto significa.

No tiene sentido esperar de brazos cruzados a que hagan algo. Mucho menos cabe esperar algo de los gobernantes, que prefieren invitar al ex actor porno Alexandre Frota para hablar de educación; que acaban con el Ministerio de los Derechos Humanos, de la Igualdad Racial y de las Mujeres para crear en su lugar un secretariadodirigido por una mujer "defensora de la familia y de la vida desde su concepción".

La afirmación de Phumzile Mlambo-Ngcuka, subsecretaria general de la ONU y directora ejecutiva de ONU Mujeres, va haciéndose cada vez más evidente. La violencia contra las mujeres sigue siendo la violación de los derechos humanos más tolerada.

Estos casos nos conciernen a todos. Nos recuerdan quiénes somos y cuánto camino queda por recorrer. No nos callaremos. Hablaremos incluso por quienes no puedan hablar por sí mismas. Vamos a renacer en cada gesto, en cada lágrima.

Somos mejores cuando estamos juntas. Y cuando luchamos con rabia.

Este post se publicó originalmente en la edición brasileña del 'HuffPost' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.