Pornosofía

Pornosofía

Fotograma de la serie de HBO 'The Douce' (2017).AOL

La sabiduría que emana (o eyacula) de lo grotesco y lo morboso.

Pornoteoría.

¡Ay! La pornografía es capaz de transformar interjecciones de dolor, sorpresa o fastidio en expresiones de placer: ¡Ay! !Ah! !Uf!

El porno ha sabido venderse bien. La publicidad fue más eficaz que la filosofía a la hora de soñar la sociedad ideal y la buena vida, de ahí que que el filósofo francés Dominique Quessada acuñara la palabra publisofía. La pornografía, por su parte, ha sido más eficaz que la filosofía y tan inteligente como la publicidad a la hora de imaginar un espacio de libertad lleno de signos sobre la gratificación sexual. Si Platón temía a los poetas por su poder de seducción, Gilles Deleuze debió anticipar y temer a los pornógrafos por su poder de desencantamiento (el sexo en el porno es solo excitación sexual, no hay seducción) y explicitación.

El porno va más allá de la pornografía. Si toda filosofía hunde sus raíces en la metafísica, toda pornografía es "metaporno", una reflexión pornográfica que salpica y rebasa la esfera privada del sexo; si Diana Torres ha escrito un libro sobre el pornoterrorismo y podemos encontrar sentido a la expresión "pornopolítica", no veo por qué esperar a plantear estas ramas como partes constituyentes de algo más grande, la pornosofía.

Pornopraxis.

Desde la pornoteca de los años noventa (un amigo mío presumía de tener una colección amplísima de pelis con Jenna Jameson y otras) a la Arcadia de Internet, el porno es un lugar perfecto para volver a discutir temas como el cuerpo, la (in)moralidad, la represión o la explotación laboral y también para escuchar, una vez más, qué tienen que decir las feministas de la primera, la segunda o la tercera ola.

Reflexionar sobre el porno nos lleva hacia los límites de lo grotesco, lo morboso y lo tolerable. Incluso lo humorístico puede dejar de serlo. Por ejemplo, unos músicos pajilleros sacaron un tema llamado La ballada de Chasey Lane, una excusa en forma de canción para pedirle guarradas a esa actriz porno. En pleno shock por el caso Weinstein, no sé qué tipo de reacción produciría este tipo de propuestas. Y es que el porno no solo ha dado forma a nuestra cultura popular (que se lo digan a Chuck Palahniuk, que escribió una novela sobre una actriz que quiere follarse a seiscientos hombres en una misma película), sino que ha regalado un manual de instrucciones a centenares de miles de personas, muchas de las cuales no saben demasiado sobre esos ejercicios físicos cargados o desprovistos de amor. En este sentido, el porno es lo que el sociólogo francés Jean Baudrillard llamó la hiperrealidad. El simulacro del porno condiciona la realidad sexual de los individuos. ¡Uf! ¡Ay, ay, ay!

El porno goza de buena salud hasta en el ámbito ultraelitista de la Academia. Así lo atestigua La ceremonia del porno, que se alzó con el premio Anagrama de ensayo hace unos años. HBO no ha dudado en producir la última creación de David Simon, The Deuce, que trata sobre la legalización del porno durante los años setenta y los ochenta. Yo mismo quise escribir un texto académico sobre porno (soy tan ridículo que invento títulos de libros que no escribo, como Pornología o Porno y Civilización), pero como el proyecto perdió su sentido de ser, ahora me gustaría escribir una novela sobre una actriz porno. ¡Os juro por mi himen pornográfico que será menos grotesca que la obra de Palahniuk!

En conclusión, la pornosofía sería una incomodísima meditación sobre el exceso cultural de lo explícito y su única revelación podría ser una paráfrasis del Génesis: ¡Porno eres y en porno te convertirás!

Síguenos también en el Facebook de HuffPost Blog