'Schadenfreude': El dudoso arte de disfrutar con el mal ajeno

'Schadenfreude': El dudoso arte de disfrutar con el mal ajeno

El exministro de Cultura, Màxim Huerta.Juan Medina / Reuters

Si tuviera que elegir mis dos palabras favoritas, una sería Wanderlust (ganas de conocer mundo) y la otra, sin ninguna duda, Schadenfreude (satisfacción por el sufrimiento de otro). Tenemos una palabra en español para eso: regodeo. Recochineo también puede valer.

Tras el reciente nombramiento de ministros, hubo un choteo generalizado con la cartera de Cultura. El elegido fue Màxim Huerta. No lo llamaría infamia, pero sí una broma de mal gusto. Poco después, dimitió por un escándalo y estas fueron sus últimas palabras: "Seguiré trabajando por la cultura como lo hace el resto de ciudadanos de este país: comprando libros, entradas para un concierto, yendo al teatro, a la Zarzuela, viendo nuestro cine y entrando a ver exposiciones". Es verdad que la cultura también es tejido industrial, pero la Cultura (con C mayúscula) no equivale a la producción cultural ni al consumo. El tema es tan amplio que no tiene sentido discutirlo aquí.

Jamás me alegro con el doliente al que le ocurre algo malo. Me lo paso teta, en cambio, con el jactancioso y el despreciable al que las cosas le salen mal

Lo que sí tiene cabida es reconocer que sentí un pequeño "gustirrinín" cuando supe que dejaría de ser ministro de Cultura (y de Deportes, que eso también tenía delito). Sé que las intenciones de Huerta eran las mejores, y que asumía el cargo con humildad. Sí, es verdad, pero eso no evita el regodeo al comprobar que se marchaba, ni el escalofrío que recorría mi cuerpo, sintiéndome ruin y complacido a la vez. El Schadenfreude se apoderó de mí, a pesar de las temibles palabras de Arthur Schopenhauer (Chopi para los amigos): "Sentir envidia es humano, gozar de la desgracia de otros, demoníaco". La frase de Chopi, por cierto, está sacada de la Wikipedia. Lo digo porque a algún enemigo furibundo le excitaría saber que la he copiado de una fuente muy poco sofisticada (esto ya le pasó al novelista francés Houellebecq, "cantada literaria" que me provocó una risita maliciosa porque el vulgar copieteo proviene de alguien que se precia de ser un referente cultural ineludible).

Afortunadamente, el Schadenfreude en el fútbol (qué peligro, ahora que tenemos Mundial) no me llena nada. Me tranquiliza saber que no me "engorilo" cuando pierde el equipo rival.

Justicia azarosa

Así las cosas, no sé cómo se me ha metido tan dentro el Schadenfreude porque ni siquiera he leído entero La literatura y el mal de Bataille. Quizás los fragmentos con los que me deleité fueron suficientes. Sin embargo, en el regodeo no siento tanto la emancipación gozosa del mal como una especie de justicia azarosa. Es decir, no me río ni disfruto con los percances, como a algunos les pasaría con la caída de bruces del rey emérito y con otro tipo de infortunios menores. Para mí el Schadenfreude brota cuando se trata de una compensación, una especie de fuerza kármica que nos devuelve al equilibrio. Jamás me alegro con el doliente al que le ocurre algo malo. Me lo paso teta, en cambio, con el jactancioso y el despreciable al que las cosas le salen mal. Si yo no puedo impartir justicia, que lo haga la suerte (en la que no creo por norma general, y aun así irrumpe cuando le parece con fogosa arbitrariedad).

He ahí el drama del 'Schadenfreude': el gozo ante los padecimientos del otro no es más que la pírrica toma de conciencia de nuestra insignificancia

Me sentí pletórico, hace ya años, cuando se supo que no había armas de destrucción masiva. Aznar había quedado retratado para siempre y mi Schadenfreude llegó a un punto extático que no suelo alcanzar. Ver a Rajoy en Santa Pola también me proporciona gustito (saber lo que ganará como registrador de la propiedad no). Ese recochineo es mezquino y lo sé. Después lo pienso un poco y recuerdo el chiste de Zizek sobre un guerrero mongol que viola a una campesina en presencia de su marido... y al hacerlo, se ensucia los testículos de polvo. Cuando el mongol se aleja, el campesino se ríe a carcajadas. Y es que, al fin y al cabo, el hombre cree que se ha salido con la suya y que ha fastidiado al soldado porque "al menos" se ha ensuciado las pelotas.

He ahí el drama del Schadenfreude: el gozo ante los padecimientos del otro no es más que la pírrica toma de conciencia de nuestra insignificancia, de que nos conformamos con que las personas despreciables se fastidien un poquito, que el azar no los trate del todo bien, que se ensucien las bolas y ya de paso que se manchen al eyacular. ¡Hay que joderse!

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).