El papel higiénico de un 'idiota alemán', Donald Trump y el caos explosivo

El papel higiénico de un 'idiota alemán', Donald Trump y el caos explosivo

Donald Trump ya no es un 'eventual germen', es la mejor metáfora de la semilla de odio. Es el fantasma redivivo de dos guerras mundiales. Aunque la paz actual, la seguridad, la confianza, nos hagan olvidar que el peligro siempre acecha. Y que el Mal está ahí. Y la chispa puede estar en un simple papel higiénico.

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Foto: REUTERS

Ha sido, probablemente, el titular más contundente y llamativo sobre el voraz incendio que arrasó miles de hectáreas en La Palma a principios de este agosto de 2016. Fue así como el sensacionalista BILD resumió la situación provocada por un joven de Hatterstein, una localidad de Hessen, Scott Verdini Sturn, de 27 años: "Un idiota alemán provocó el fuego".

Scott se fugó de su casa, desertó, a los 22 años, días antes de poner en práctica su FP de panadero, o sea, de empezar a trabajar. Desapareció para hippyar por esos mundos. Paró en el sur de Tenerife, donde vivía de poner la gorra en los semáforos de Arona, tras hacer juegos malabares. En Gran Canaria salió en los periódicos ¡por morder a su perro! en una pelea doméstica. Su foto de inadaptado y extrasistema, con coleta y rastas, apareció en los medios de comunicación mundiales cuando se supo que había sido el causante de uno de los mayores incendios registrados en Canarias, que hizo arder a miles de pinos.

Menos mal que el pinus canariensis no es un pino cualquiera. Canarias es un jardín botánico relicto del cuaternario de laurisilva y de unos pinares que resisten, como ninguno, al fuego. Nacieron cuando los volcanes aún calentaban las islas, y de raza le viene al galgo y de tea el pino. Los montes suelen rebrotar en un par de primaveras, aunque el tronco siga tiznado. De todas formas, muchos han resultado mortalmente calcinados.

No imaginaban los madereros que talaron aquellos eucaliptos o pinos en Finlandia, Galicia, Asturias, regiones de cultivos forestales, que aquellos troncos tras pasar por una fábrica de celulosa iban a convertirse en un humilde rollo de papel higiénico que llegaría a la isla bonita a bordo de un contenedor embarcado en el ferry. Un rollo de papel que un hippy trashumante que huyó del calor del horno de una panadería alemana compró en Los Llanos de Aridane.

Scott es ecologista, y tras hacer sus necesidades en un cobertizo, con suelo de pinocha, procedió a limpiarse el culo con algunos trozos del rollo, aunque más ecologista hubiera sido con lonchas de un rolo de platanera. Luego, como hombre amante del medio ambiente, ahora reducido gracias a él, para evitar los malos olores tan cerca de su cueva, procedió a prenderle fuego al papel en cuestión. Así es que la hoguerita se desbocó, con la pinocha seca, más de 30 grados de temperatura ambiente y una brisa que actuó como un soplete.

Aquella necesidad fisiológica, los treinta y tantos grados de calor, el aire del mediodía... dio origen al incendio perfecto, que durante una semana arrasó La Palma, cinco mil hectáreas quemadas, un agente forestal muerto, millones de euros en pérdidas materiales y una seña de identidad, parte del alma isleña, vestida de riguroso luto ceniza. Teoría del caos en estado puro.

Como dijo una vez Vaclav Havel, expresidente de la República Checa: "Estamos obligados a luchar enérgicamente contra todos los eventuales gérmenes de odio colectivo".

Imaginen ustedes lo que puede provocar Donald Trump si se dan las condiciones adecuadas. El chico alemán comparte con el magnate, y dicen algunos aterrorizados compatriotas norteamericanos que desvergonzado mangante también, una procedencia común: Alemania. Ya es algo. La única diferencia es que uno es un idiota hippy y sin un euro, y Donald Trump, nieto de un inmigrante irregular, por cierto, con raíces en un estado vecino, Kallstadt, en el Palatinado, es un idiota multimillonario. Uno, el panadero inconcluso culminó sus idioteces en La Palma, está en prisión y es el hazmerreir de sus propios y sus extraños; y el otro la quiere culminar llegando a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de noviembre.

Uno, el pobre con coleta y rastas, cogió un pequeño mechero y prendió fuego al papel con que se había limpiado su trasero; el otro, si llega a conseguir su objetivo, se convertirá en comandante en jefe de la superpotencia mundial y, en vez de un mechero, tendría a mano el botón nuclear y podría tomar decisiones que hagan estallar polvorines en todo el mundo. El chico es un pobre hombre que cogió miedo a la vida y se convirtió en un ermitaño, fuera de los cauces del sistema, viviendo de juegos malabares con unas pelotas con las que entretenía a los automovilistas en los semáforos. El otro ha hecho juegos malabares con sus negocios, tiene una historia llena de sospechas, y contando cuentos simplones o abiertamente falsos y engañando a la gente, ha dado el salto hasta el interior de uno de los dos grandes pulmones de la democracia norteamericana: el Partido Republicano, desde el que saltar a la Casa Blanca, y que Dios, o quien corresponda nos coja confesados.

Nadie escarmienta en cabeza ajena, pero siempre habrá un político culto, que haberlos haylos, o un intelectual, que nos pueda recordar el consejo de un gran sabio que dio la resistencia al comunismo en la Europa del Este, Vaclav Havel, una leyenda que llegó a ser presidente de la República Checa: "Estamos obligados a luchar enérgicamente contra todos los eventuales gérmenes de odio colectivo".

Y Donald Trump ya no es un 'eventual germen', es la mejor metáfora de la semilla de odio. Es el fantasma redivivo de dos guerras mundiales. Aunque la paz actual, la seguridad, la confianza, nos hagan olvidar que el peligro siempre acecha. Y que el Mal está ahí. Y la chispa puede estar en un simple papel higiénico.