Golpe a golpe…

Golpe a golpe…

Nicolás Maduro en un ejercicio junto a militares.Reuters

La vejez resentida de un amargado ex presidente venezolano, Rafael Caldera (1916/2009), del partido demócrata cristiano COPEI, y su odio hacia su contrincante, el socialdemócrata 'adeco' Carlos Andrés Pérez, le allanaron el camino al golpista Hugo Chávez. Juzgado por su asonada y encerrado en prisión por 'CAP', como se conocía al líder de Acción Democrática (AD), Rafael Caldera en cuanto volvió a la Presidencia de la República lo amnistió, y pelillos a la mar. Y a partir de ahí nace el chavismo, blanqueado sucesivamente en las urnas. El populismo (o el radicalismo aparentemente regenerador) del candidato, ganó de calle las elecciones, tomó el poder y elaboró una Constitución ad hoc. Creó, en la práctica, una nueva república, aunque en Venezuela no se usa el numeral como en Francia, que van por la V, o en España, que se quedó en la II.

El chavismo inventa el 'bolivarianismo' y jura el santo nombre en vano; y el bolivarianismo al cabo fue hundiendo a Venezuela, impregnándose de corrupción, burlando la separación de poderes, naufragando en un mar de incompetencias y fanatismo, endiosamiento y clientelismo, ingredientes mortales que crecían en el caldo de cultivo de un régimen caudillista. Con la muerte del fundador, elevado a los altares bolivarianos en situación de ex aequo con Simón Bolívar, el Libertador, sube al trono un antiguo camionero designado al parecer in extremis o casi in corpore insepulto por el exgolpista; pero de lo que hubo siempre queda. Incluso por la vía de la herencia, o del contagio.

En diciembre de 2013 la situación ya se había deteriorado; el ejército, comprado por el chavismo, tenía un poder y una influencia desmesurada, y amedrentadora que disuadía a la democracia (en la actualidad hay 2.000 generales, mientras que por ejemplo en España hay solo 200); la economía había empezado su caída libre, con una inflación galopante; la prensa independiente, acosada con el pretexto, utilizado en todas las dictaduras, de que era enemiga del pueblo, y respondía a ocultos intereses y conspiraciones internacionales o del gran capital, una variante de la conjura judeo masónica marxista internacional que denunció hasta su moribundia el Generalísimo Franco desde el balcón del Palacio Real, en la Plaza de Oriente madrileña.

En las elecciones parlamentarias a la Asamblea Nacional, se produjo la gran sorpresa: la oposición reunida en la MUD (Mesa de Unidad Democrática) consiguió una abultada mayoría: 112 escaños por 55 del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela). De golpe y porrazo la denostada oposición se convirtió en un efectivo y vigilante contrapoder del Gobierno. Con dos tercios en sus manos la MUD podía aprobar leyes orgánicas y enmiendas constitucionales, conforme a la Constitución Bolivariana considerada por los mismos chavistas-maduristas "la mejor constitución del mundo".

Y es entonces cuando Nicolás Maduro da un volantazo y ejecuta un golpe de Estado desde la alta magistratura de ese Estado: saltándose la Constitución (en un proceso parecido al de los separatistas catalanes de Puigdemont, Torra, Junqueras y compañía limitada a pesar del ruido) convoca una Asamblea Constituyente que teledirigirá, motivo por el que aplaza las elecciones municipales y para gobernadores, que todos los sondeos adjudicaban a la oposición, porque la marea le venía en contra al oficialismo.

  Un joven se enfrenta a las fuerzas de seguridad durante las protestas contra Nicolás Maduro.Carlos Garcia Rawlins / Reuters

Y cada día se encrespaba más. Ya habían comenzado las huidas a otros países producto de la desesperación de las familias, y de la inseguridad jurídica.

Entonces hubo serias y sonadas advertencias, como la de la fiscal general Luisa Ortega, destituida por oponerse a lo que ella consideraba inconstitucional. Tuvo que exiliarse a Colombia. Otra voz de alerta fue la de Luis Almagro, secretario general de la OEA: "La Constituyente es un nuevo golpe de Estado". Luis Borges, presidente de la Asamblea legítimamente elegida: "No se dejen engañar. (...) busca destruir la democracia".

La maniobra era sencilla y desvergonzada: dejar en un limbo sin competencias ni influencia efectiva al incómodo Parlamento, creando una nueva Asamblea adicta y servil mangoneada desde el palacio de Miraflores (sede del gobierno en Caracas). Los asesores y compadres españoles, autores intelectuales y cómplices necesarios de esta 'corte de los milagros', aún callan y otorgan, si bien ante la magnitud de la chapucera cantinflada, el río de refugiados y el hartazgo de la comunidad democrática internacional algunos comienzan a marcar distancias; entre ellos Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.

En ese valiente paso adelante, cuando nace para la historia la leyenda de un joven político de 35 años, Juan Guaidó, hijo de un taxista que trabaja en Tenerife, que ha puesto a Maduro en una situación límite.

Poco a poco Venezuela se fue convirtiendo en un país de huídos: en la actualidad hay entre dos millones y medio y tres millones de exiliados económicos o políticos; España a su vez se ha convertido en la capital del exilio en Europa. Decenas de miles de venezolanos esperan la recuperación de las libertades y el fin de la tragedia. La inflación rompe los récord mundiales: el Fondo Monetario Internacional prevé que en 2019 alcance el 10.000.000%; entre julio de 2017 y 2018 fue del 40.000% anual, pero desde mayo a julio de 2018 aceleró el ritmo hasta el 482.000%...

Pero a Maduro 'le ocurrieron' una idea sus asesores dinamiteros: crear la moneda virtual, 'Petro', y eliminar tres ceros de los billetes; pero ante la galopada de los precios decidió finalmente quitar 'solo' cinco, así el billete de más valor sería de 500 bolívares y no de 50.000.000. Circulan en las redes los vídeos en que el heredero de Chávez considera esta payasada como uno de los grandes descubrimientos de la economía planetaria. La terapia es como curar el cáncer con sahumerios. Empezó la necropsia final.

El punto crítico, ése en el que se está al borde de la guerra civil, fue la elección fraudulenta para otro mandato de Nicolás Maduro, tras brutales represiones a las protestas de esas masas populares hambrientas, sin nada más que perder, desencantadas y atormentadas por la realidad que les concernía y rodeaba, y a los jóvenes que no se conforman con el destino irremediable del infierno. Con los discursos no se come. Ni con las banderas que los chavistas utilizan hasta en el 'uniforme' chandalero.

  Juan Guaidó.Carlos Barria / Reuters

Es ahí, con casi tres millones de huidos del 'paraíso'; con una inflación que ha consumido la riqueza nacional para varias generaciones; con la ayuda de gorilas rusos paramilitares como guardia pretoriana presidencial, al parecer unos 4.000 con amplia experiencia en las guerras sucias de Putin; con la destrucción de la industria petrolífera; con una desquiciada 'okupación'-confiscación de tierras, tiendas, viviendas; con una tragedia humanitaria gravísima por falta de medicamentos, alimentos básicos, pañales, potitos, repuestos...; con el silenciamiento de las voces críticas; con montajes de supuestos golpes para montar persecuciones contra líderes opositores... cuando el nuevo presidente de la Asamblea Nacional decide apretar el 'botón nuclear': con el apoyo de las fuerzas parlamentarias asume la presidencia interina de la nación, conforme a las posibilidades que en situaciones de emergencia ofrece la Constitución.

Es ahí, en esa decisión, en ese valiente paso adelante, cuando nace para la historia la leyenda (ya lo es para millones de venezolanos, los que han votado con las manos a la oposición, y los que han votado con los pies pidiendo asilo en otros países) de un joven político de 35 años, Juan Guaidó, hijo de un taxista que trabaja en Tenerife, que ha puesto a Maduro en una situación límite.

La situación es gravísima para Venezuela y, por sus efectos colaterales, para toda América. Y un aviso a populistas, trileros y tiramos banderas.

Ha logrado introducir la duda en el Ejército; generales y coroneles, los más beneficiados por el chavismo, están asimilando que esto ya no es como antes, que ahora docenas de países que son clave en la política y la economía mundial, han lanzado un ultimátum al régimen que se mantiene gracias a dos golpes de Estado y una madeja de engaños: el de la Constituyente y el de unas elecciones presidenciales con más abstenciones que votos, en las que no participó la oposición ante el acoso y el cúmulo de irregularidades.

La exigencia al Gobierno de Maduro de España, Reino Unido, Francia, Alemania, y otros muchos, es de doble llave: elecciones libres, con concurrencia de todos los partidos, con observadores internacionales y una junta electoral independiente, en ocho días... o reconocimiento como presidente efectivo e interlocutor al autoproclamado "presidente encargado".

La situación es gravísima para Venezuela y, por sus efectos colaterales, para toda América. Y un aviso a populistas, trileros y tiramos banderas. Y no se puede obviar el análisis de por qué y cómo se ha llegado hasta donde se ha llegado.

Y no, esto no es un golpe; los golpistas son los otros. Desde la fecundación.

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Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.