La ‘nación de naciones’ o estirar el chicle para medrar en el lío

La ‘nación de naciones’ o estirar el chicle para medrar en el lío

EFE

¿Se imaginan ustedes que cada diez años se redescubriera la penicilina? ¿O los antibióticos? ¿O la Viagra? ¿O la pólvora? Pues cada cierto tiempo en España se descubre una nueva fórmula semántica para tratar de licuar el problema catalán.

El recién reelegido líder del PSOE -con el menor apoyo en los congresos federales hasta ahora, un 70% a pesar de la escenografía, tras su asombrosa e insólita resurrección-, Pedro Sánchez, presenta el nuevo elixir milagroso para afrontar la cuestión territorial de España; en esta tarea compite con el jefe de Podemos, Pablo Manuel Iglesias, defensor igualmente de la plurinacionalidad, que, en realidad, es algo así como un pretérito pluscuamperfecto en el clásico ejemplo gramatical de "cuando llegó, ya había muerto".

Casi en el mismo momento en que el Congreso del PSOE se divertía con estas cosas, creyendo que estaba haciendo historia, y la hacía, pero de la cadena de frustraciones a futuro, The Washington Post y el The HuffPost, por este orden, difundían una insólita encuesta realizada por el Centro de Innovación Láctea de Estados Unidos: unos 16.000.000 de norteamericanos creen que la leche con chocolate envasada sale directamente de vacas de colón marrón. Y aunque lo piensen tantos estadounidenses, no es verdad, por mucha prestancia que haya adquirido la falsedad y el error con los hechos alternativos teorizados por el trumpismo.

Durante el franquismo, la unidad superior de cuenta del mapa nacional fueron las provincias, y en lo geográfico, lo histórico, lo sentimental, etc., las regiones naturales. Mientras, la oposición democrática reivindicaba la regionalización, un término con connotaciones de descentralización administrativa y política que, a finales de los 60 y principios de los 70 del pasado siglo, ya formaba parte de la utopía autonomista.

En Canarias cobró inusitada fuerza con los debates del nuevo Régimen Económico Fiscal (REF) que sustituiría, con la Ley 30/1972 de 22 de Julio, a la histórica Ley de Puertos Francos de Isabel II y su ministro de Hacienda Bravo Murillo. En las manifestaciones multitudinarias de la Transición en toda España, el lema era "Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía", incluso en Cataluña y en Euskadi. En las Cortes Constituyentes se creyó oportuno, para convencer a los catalanes y a los vascos, hacer encaje de bolillos: que la Constitución, y a través de ella, los estatutos de autonomía de las nuevas comunidades autónomas o, simplificando, autonomías, pudieran incluir el término "nacionalidades" para determinadas regiones, aunque luego se extendería a otras que se fueron añadiendo. Es lo que tiene el principio de igualdad.

Fue en la defensa de esta mutación semántica que afectaba a "regiones diferenciadas" por conveniencia política – uno de los grandes compromisos o consensos que contribuyeron decisivamente al éxito de la Transición- en donde destacó el profesor Gregorio Peces Barba al decir que, al fin y al cabo, España era una "nación de naciones", si bien lo dijo en referencia a a vertiente cultural. Ahora se utiliza su nombre torticeramente para tratar de que su prestigio ampare algo con lo que estaba absolutamente en contra: utilizar el término nación como sinónimo de lo que no lo es, estadito modelo yo, mí, me, conmigo.

Se ha llegado a un punto crítico de tal gravedad que la toma de decisiones radicales es inevitable; y también es inevitable que los partidos que defiendan la Constitución, más allá del folklore, abandonen el tacticismo.

Nacionalidad es un derivado de nación, como es obvio, y como tal, aparece en el nuevo Estatut, en el texto consolidado afeitado ya por el Parlamento de la nación española y luego por el Tribunal Constitucional. Se dice en su Preámbulo: "El Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como una nación. La Constitución Española, en su artículo segundo, reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad".

O sea, que ya Cataluña es considerada como nación, pero en el sentido de nacionalidad constitucional, y, según precisa el TC, sin "eficacia jurídica interpretativa" conforme a la STC 31/2010 de 28 de junio.

Eso no ha disuadido, ni amainado, ni disuelto, ni convencido ni nada de nada al soberanismo, sino al contrario: dado este paso pasa el siguiente: nación como sinónimo obligado de Estado independiente. Pero eso, la diferencia entre nación cultural y nación con derecho a Estado, es lo que precisa para evitar confusiones indeseadas el art. 1 del Título Preliminar del vigente Estatut: "Cataluña, como nacionalidad, ejerce su autogobierno constituida como Comunidad Autónoma, de acuerdo a la Constitución y con el presente Estatut, que es su norma institucional básica".

Por si no se entendieran las palabras, muy mesuradas en aquellas circunstancias del profesor Peces- Barba, uno de los padres de la Constitución del 78, que enseguida empezaron a manipularse sacándolas de su contexto, como ahora hacen los portavoces de Pedro Sánchez, el propio profesor las puntualizó escrupulosamente en una conferencia en Llerena (Badajoz) un año después del Estatut: el 22 de octubre de 2011.

En La idea de nación en la Constitución española sostiene con claridad que "En España no hay más que una nación soberana que es España, que es además el poder constituyente". "Pero puede haber naciones culturales porque tienen una cultura diferenciada, además de participar en la cultura castellana, que es la cultura común de todos". Y añade que "es imposible que un país con una unidad de 500 años pueda disolverse".

Y, como dirían los pescadores isleños cuando están cansados de discutir tonterías, "y a pulpiar a la marea".

El diputado Tardá, en su arenga de patria ficción en el Congreso de los Diputados con motivo de la moción de censura de Podemos se refirió a grandes republicanos y a Pi i Margall para apuntalar sus tesis. Desde luego, en algún sitio interpretó mal, o no completó su información. Ni Pi i Margall ni Azaña pensaron ni defendieron nunca la partición de España, por muy federal que fuera, en micro-partículas soberanas.

Especial interés tienen unas frases de Don Juan Negrín, presidente del Gobierno de la II República, al respecto, algo que recoge Julián Zugagoitia en su libro Guerra y vicisitudes de los españoles. Pone en boca de Negrín: "No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España! No se puede consentir esta sorda y persistente campaña separatista, y tiene que ser cortada de raíz si se quiere que yo continúe siendo ministro de Defensa y dirigiendo la política del Gobierno, que es una política nacional. (...)"

Ese PSOE es el que conecta con el PSOE constitucionalista que plantea, como ha exigido Alfonso Guerra -una voz que representa a muchas voces-, que se aplique lo que la misma Constitución que incluye la consideración de nacionalidades prevé para los procesos sediciosos. El artículo 155 permite que el Gobierno, con la aprobación del Senado, adopte "las medidas necesarias" para obligar a una Comunidad Autónoma al cumplimiento forzoso de sus obligaciones legales y a proteger el interés general de España...

Pero hay muchos que en el lío viven mejor. Aunque se ha llegado a un punto crítico de tal gravedad que la toma de decisiones radicales es inevitable; y también es inevitable que los partidos que defiendan la Constitución, más allá del folklore, abandonen el tacticismo (o el oportunismo) y asuman las responsabilidades del juramento que les liga a sus cargos. Y que expliquen a toda la ciudadanía, cosa que no han hecho hasta ahora, las claves verdaderas del lío inacabable.

Escudarse en la plurinacionalidad es una medida estúpida, como si los escudos de la policía fueran de papel, y de efectos secundarios imprevisibles, pero ninguno bueno, para la salud de la democracia, porque abriría una incendiaria feria de retales.

Todas las regiones son autonomías y todas las autonomías son nacionalidades en esencia, y todas las nacionalidades son iguales en derechos y deberes, y diferentes en lo que cada una tenga de singular. La que tiene mar, tiene mar, y la que tiene montañas, tiene montañas, la que baila sardana, baila sardana, y la que baila una folía, baila una folía, y la que tiene gaitas, pues tiene gaiteros.

Estos desbocados episodios nacionales que estamos viviendo, transitar por el camino de la irresponsabilidad, luchar contra el populismo con un populismo suave de imitación, levantar el puño y cantar La Internacional cuando se camina hacia la enfermedad infantil del comunismo y el delirio orgásmico de todos los tramposos y resentidos, me recuerdan un famoso proverbio árabe moderno. Reflexionaba un jeque: "Mi padre iba en camello; yo voy en coche, mi hijo tiene un avión...mis nietos irán en camello".

Cuidado, pues.