O pacto o quién sabe

O pacto o quién sabe

  Grunge map of Spain with Spanish flagKadriya via Getty Images

La Constitución de 1978 salió adelante porque, para sorpresa del mundo mundial, e incluso del mundo interior, los españoles dieron un ejemplo de madurez y sentido de Estado que, por ahí fuera, pocos, o nadie, esperaba. Los enemigos de la guerra civil se dieron mutuamente la paz. Todos cedieron, y así todos ganaron.

Los dirigentes socialistas y comunistas, digamos que el 'bando' perdedor de la guerra civil, habían comenzado, apenas terminada la contienda, a renunciar a algunas posiciones maximalistas. Por ejemplo, al imperativo republicano como sinónimo de democracia. Los líderes más destacados se declararon accidentalistas. Lo importante no era república o monarquía; era democracia.

Esa Ley Fundamental, que aún dura, y a la que le queda aún vida por delante, fue posible por el pacto entre los adversarios, y por la moderación de las respectivas posiciones. Unos y otros eliminaron las líneas rojas, y las azules, y hasta las blancas, que actuaran como fronteras, como alambradas reforzadas de púas y concertinas o cuchillas de dogmatismo y sectarismo frente a los distintos. Se comprendió que en un mismo campo de fútbol o en una cancha de baloncesto juegan los adversarios más irreconciliables.

Y miren que había líneas rojas, y azules, y blancas continuas. Los franquistas más nostálgicos del 39, y una gran parte de los militares de alta graduación, se oponían a la legalización del Partido Comunista de España, que era de España, y no de ningún eufemismo como Estado español o memeces parecidas. Pues hasta eso que parecía una puñalada a la 'verdadera España' del 'destino en lo universal y los valores eternos', se superó. El Rey Juan Carlos I, el presidente Suárez, el secretario general del PSOE Felipe González, los comunistas Carrillo y Pasionaria, todos lo consideraron inevitable... a fuerza de necesario. Sin los comunistas solo habría un remedo de democracia, un franquismo blanqueado que nos seguiría marginando de Europa.

No se entiende, pues, que aunque sea por el propio interés del Partido Popular y de Ciudadanos, se abandone esa moderación, ese fair play, esa fórmula que en estos tiempos les resulta imprescindible para la acción política cuando los españoles envejecemos sin remedio, vivimos más -unos más que otros, eso también es inevitable, pero lo que cuenta es la media- y la sociedad se vuelve más conservadora, por la elemental razón de que tiene más que conservar... pero también más solidaria.

La vejez lleva a la moderación, y la moderación (es decir, la prudencia, la evaluación del riesgo, la necesidad de la seguridad) casa mal con el radicalismo, con el insulto, con la mentira desacomplejada y sin vergüenza de patas de hormiga, la derecha parece haber elegido viajar en 'trolabús', con los vetos altisonantes, de los que por mera supervivencia antes o después tendrán que desdecirse de lo dicho como si nunca hubieran pronunciado esas palabras y la cosa no fuera con ellos.

El nerviosismo de Pablo Casado y Albert Rivera es consecuencia de la constatación que el suelo se les está hundiendo porque Pedro Sánchez, en una de sus sorprendentes piruetas sociológicas, se está quedando con el centro.

Estamos habituados a que los que han tropezado en incontables ocasiones en la misma piedra y están llenos de moretones y vendajes miren para otro lado... y vuelvan a caer, eso sí, con gran aplomo.

Este tiempo no es un tiempo cualquiera, resucita el franquismo de mesa camilla, en la que hay alguna foto en marco de plata desgastado por el nostálgico toqueteo, de un familiar o buen amigo saludando a 'Su Excelencia', Caudillo o Generalísimo, todo pomposo y superlativo, resistente al olvido, que vivía agazapado en el partido fundado por Fraga Iribarne, se está trasvasando a Vox.

Cierto es que Abascal envuelve la podadora con papel celofán que disimula bajo la rotunda apariencia de sencillez asuntos de una gran complejidad. Pero incluso debajo, o al lado, de propuestas en apariencia razonables, es fácil ver las patas del lobo.

El mayor caladero de votos de la derecha y de la izquierda es el de la España prudente y reflexiva. El famoso centro sociológico, que es asimismo, por definición, el granero imprescindible para ganar unas elecciones.

Cuando Abascal era un avispado militante del PP, bien pagado con dinero público, el gran partido de la derecha nacional no tenía ese problema. Tenía los votos de los ciudadanos de la extrema derecha, cosechados tras la desaparición de Blas Piñar y Fuerza Nueva; y de la 'nueva' derecha engendrada por la trama –quise decir rama, pero el corrector artificial, cada vez más 'inteligente' le metió la 't' inicial– más dura y servil de las multinacionales del Partido Republicano de EE UU; y los votos de la España centrista, y hasta de la España católica. E igualmente, claro, de esa España que adjudica al sistema federal (aquí se llama autonómico) el despilfarro que no es su culpa, sino consecuencia de la ineptocracia y la irresponsabilidad gastona de los gobiernos.

Así que los discursos tremebundos, llenos de injurias, 'verdades' alternativas según el modelo Trump, trolas dignas del barón de Munchausen, los cordones sanitarios, el robo de los bienes comunes, como la Constitución, por los que la negaron y la desprecian, los DNI de constitucionalistas, más falsos que aquellos carnés de conducir camellos que se popularizaron tras el abandono del Sahara en 1975; la altiva expulsión de la casa común precisamente de una parte de sus más apasionados constructores, el PSOE, el PCE, el PSUC, hay que leer las actas de las comisiones del Congreso y del Senado, o los periódicos de la época, para entender mejor la irresponsabilidad de estos califillas... todo eso es una sinrazón que puede conducir al borde mismo del risco.

  Concentración por la unidad de España en la madrileña plaza de Colón, con la presencia de los líderes de PP, Cs y Vox.OSCAR DEL POZO via Getty Images

Parece evidente que el nerviosismo de Pablo Casado y Albert Rivera es consecuencia de la constatación que el suelo se les está hundiendo porque Pedro Sánchez, en una de sus sorprendentes piruetas sociológicas, se está quedando con el centro. Y el efecto es como el clásico ejemplo de la pescadilla que se muerde la cola: mientras más se alteran por el avance supuesto del PSOE en las encuestas –no solo en las amigas del CIS- más se radicalizan; y mientras más se radicalizan, más electores educados en el análisis, el respeto y los hechos históricos, deciden engrosar la abstención o decantarse por el 'resistente'...

Y es que hay acusaciones tan desmesuradas que son como la pintura de un trampantojo, o como el decorado de aldeas felices que el príncipe Potemkin dicen que ponía en el camino de la zarina Catalina la Grande por las estepas rusas para ocultar la miseria.

Sin duda, la estrategia de apaciguamiento con los 'golpistas' catalanes fue un error. El ibuprofeno no consiguió eliminar la inflamación, aunque la rebajó un poco. Pero, sin duda, a Sánchez no le montaron dos amagos de referéndum y una declaración unilateral de independencia como a Mariano Rajoy.

Tanta estupidez no puede ser verdad; seguro que tiene truco. Seguro que al final los españoles daremos, como en 1978, otra muestra se sensatez.

Además, el juicio en el Tribunal Supremo ha dejado desnudo al purista Casado: Rajoy también habló con un intermediario que traía y llevaba recados de las dos parres y que hasta proponía acciones: el lehendakari, Iñigo Urkullu. Otro error de Sánchez, la idea de un 'relator', convertido por el tándem Casado-Rivera en un delito de alta traición, se disolvió como la niebla mañanera de un día despejado de primavera-verano-invierno en la ría de Ortigueira.

Tiene que ser sarpullido alérgico del polen que nos envuelve en estas vísperas preelectorales que Casado y Rivera apuesten por bajar los impuestos... mientras prometen mejorar el Estado social definido en la CE78. ¿Cómo se consigue eso? De dónde van a salir las ayudas a los dependientes, los geriátricos, los centros de día para los que padecen alzheimer o demencia senil, el material oncológico de última generación, la contratación de médicos para eliminar las listas de espera, las inversiones para esa investigación, en universidades o centros especializados, que, como está probado, aumenta la riqueza nacional e individual a través del PIB, el aumento de las plantillas de Policía y Guardia Civil, de maestros y profesores universitarios... ¿acudirán al hada madrina? ¿a rogativas a las vírgenes condecoradas o presidentas vitalicias de instituciones y corporaciones?

Tanta estupidez no puede ser verdad; seguro que tiene truco. Seguro que al final los españoles daremos, como en 1978, otra muestra se sensatez. Y será posible un gran pacto nacional que ya pide, por el bien de Europa, nada menos, hasta el nada sospechoso de izquierdismo The Economist.

Porque los últimos años ya han demostrado con creces, que o pacto, o cualquiera sabe. Que significa que aún la cosa puede ir a peor. Acuérdense de los voladores (cohetes de feria) 'enrabonados'.

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