El electricista milagroso

El electricista milagroso

Fuera por su devoción sicopática de dos misas diarias, o por despecho laboral, si el electricista milagroso fue capaz de transferir a su casa millones de euros sin que nadie lo denunciase y no se trata de un portento del todopoderoso, solo quedan las explicaciones terrenales.

La Iglesia Católica puede respirar aliviada. Su larga y provechosa tradición de milagros pervive plenamente vigente en Compostela. Si Jesús obró el milagro de la conversión del agua en vino en las bodas de Caná, un electricista autónomo acaba de obrar el asombroso portento de los millones de euros y las bolsas de plástico.

Recuerden este nombre. Manuel Fernández Castiñeiras, un modelo de emprendedor que durante el último Año Santo parece haber logrado reunir más de 250.000 euros bajo el formato de un pequeño negocio familiar. Según la versión oficial, se habría valido de una gestión oportunista de los descuidos de los cepillos de limosna. Pero también hay quien afirma que, tal vez, habría sumado algunos euros rapiñando en los despachos, entre los fajos de billetes con sustanciosas limosnas que entregan en mano y en sobre devotos peregrinos con tanta fortuna como pecados para hacerse perdonar.

Sea como fuere, la pregunta que recorre las castigadas piedras de la plaza del Obradoiro ya no es cuánto podría haberse llevado a su garaje el electricista milagroso en el maletero de su modesto Xantia. La incógnita que agita a los compostelanos es cuánto recauda la prodigiosa factoría de fe que ampara la Tumba del apóstol Santiago para que un saqueo tan sistemático pasase inadvertido durante décadas.

En la catedral de Santiago nadie sabe de dónde han salido esos dos millones de euros, en billetes de todos los tamaños y sin numerar. Algo tan inexplicable solo puede ser obra de Dios. Un prodigio tan divino que el propio Códice apareció de manera inopinada mientras la policía buscaba una maleta con seiscientos mil euros.

Fuera por su devoción sicopática de dos misas diarias, o por despecho laboral, si el electricista milagroso fue capaz de transferir a su casa millones de euros sin que nadie lo denunciase y no se trata de un portento del todopoderoso, solo quedan las explicaciones terrenales. La primera pasa porque en la catedral corren los billetes y la calderilla con la alegría que lo hacen en los casinos de las Vegas. En Compostela, todo el mundo conoce la historia del representante de la tuna que durante sus viajes al extranjero pagaba con las monedas foráneas que compraba a peso a los encargados de vaciar los cepillos de templo.

La segunda explicación terrenal asume que en la basílica opera una red de emprendedores, también silenciosos y modestos beneficiarios de tanta caridad ajena y descontrolada que circula por el templo jacobeo. El electricista milagroso no habría precisado obrar prodigio extraordinario alguno. Le habría bastado con invocar la ley del silencio que suele regir en las mafias, vaticanas o no. Seguramente por eso la policía, ni da por cerrada la investigación, ni descarta nuevas revelaciones o procesos judiciales. "Los curas también roban" ha constituido la principal línea de defensa del imputado durante los interrogatorios del juez Vázquez Taín.

El todopoderoso Deán de la catedral también obra milagros. El jueves declaró a los medios que había podido reconocer el Calixtino gracias a las anotaciones a lápiz que él mismo había escrito en su contraportada. El domingo en su homilía, mientras hacía de extra de Mariano Rajoy durante el rodaje del acto de devolución del incunable, el Arzobispo Julián Barrios aseguró que en el Códice no había anotaciones. Solo un milagro o una gigantesca goma Milán podrían explicar tamaña maravilla.

El hombre que escribía a lápiz en los códices, el Deán compostelano, Don José María Díaz, es el Ho Chi Min de la Iglesia católica. Dicen sus enemigos que, a diferencia de Jesús, no necesita resucitar de entre los muertos porque sencillamente es inmortal. Nadie vivo en Compostela recuerda otra autoridad en la catedral. Durante décadas ha ejercido un poder omnímodo e incontestable entre el cabildo compostelano. Uno tras otro, ha ido removiendo a todos cuantos se han atrevido a desafiar su protectorado. Con la misma parsimonia con que fuma los puros que tanto le gustan, ha desarticulado todos los intentos de renovación y cambio en la gestión y el funcionamiento de la catedral. Todos los arzobispos se han limitado a cohabitar pacíficamente con su magisterio, sin atreverse a cuestionar su autoridad.

No hay registros, ni inventarios en la catedral porque él es el único registro e inventario que puede haber. El electricista milagroso fue su hombre de confianza durante años. Llegaron a tener las mismas llaves e idéntico acceso a idénticos lugares. Solo ellos saben lo que había y qué se guardaba. Solo ellos saben lo que falta. Solo ellos saben cuánto vale.

Una situación que se parece mucho a la común en cada una de las sedes obispales gallegas. Días después del esperpéntico robo del Códice, la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Galicia y la Consellería de Cultura de la Xunta de Galicia remitían sendas cartas a las diócesis gallegas solicitándoles información para elaborar unos procedimientos mínimos de seguridad y empezar a inventariar el cuantioso, valioso y desconocido patrimonio histórico artístico que la Iglesia mal custodia. A día de hoy, ninguna ha contestado. Su reino sigue sin ser de este mundo.

Nota: El texto recogía como milagro en las bodas de Caná la multiplicación de los panes y los peces. Como ha advertido un lector, y así se ha corregido, en esas nupcias Jesús transformó el agua en vino, según la Biblia.