Doce

Doce

Santiago Abascal, líder de Vox, en un mitin.Reuters

Noqueados tras lo sucedido en las pasadas elecciones autonómicas andaluzas, celebradas el pasado domingo 2 de diciembre, preludio posible de lo que se avecina en el resto de España, conviene que tras el desahogo a que impelen las emociones nos pongamos a analizar, con buenas dosis de razón, las causas que nos han traído hasta aquí, es decir, hasta el profundo desgaste de un partido socialdemócrata que ha gobernado durante 36 años en Andalucía con holgadas mayorías y la rabiosa eclosión de una fuerza política radical de derechas que parecía no tener "hueco" en la política española.

Aunque serán muchas más, entre esas razones creo que no ocupan un lugar menor estas 12 (por poner un número que hoy, a quienes defendemos la centralidad democrática y el respeto a los derechos de los demás, nos escuece):

1. El lógico desgaste del PSOE en Andalucía, en donde gobierna desde que se celebraron las primeras elecciones democráticas en 1982; a lo que habría que sumar la erosión que su principal líder y candidata a la presidencia de la Junta, Susana Díaz, arrastraba ya desde las pasadas primarias, que encumbraron, tras un proceso muy agitado, a Pedro Sánchez a la Secretaría General del PSOE. Lo que, por cierto, nos debería llevar a repensar el sentido y valor de este modo de selección de élites que tanto estropicio parece hacer en el seno de los partidos que lo practican.

2. La crisis mundial de la socialdemocracia, que, particularmente en Europa, se ha visto agudizada desde la caída del muro de Berlín con la evaporación del enemigo (real o fantasmagórico) común, el comunismo, y con el auge de modos nuevos de producción y de relaciones comerciales y financieras de carácter global, que desbordan los estrechos márgenes del viejo Estado-Nación. A lo que se une la crisis, sobre todo de proyecto futuro, de la Unión Europea.

3. La creciente desigualdad económica, que comenzó a dar sus primeros síntomas allá por el año 2007 y que con la crisis económico-financiera subsiguiente no ha hecho más que acrecentarse, de modo que hoy son menos los que poseen más y más los que poseen menos, hasta límites, en este último caso, difícilmente soportables.

4. La corrupción, que casi sin darnos tregua ha azotado la confianza de los ciudadanos en las instituciones y en los partidos que más se identificaban con ellas. Porque la corrupción no es solo un problema penal de los corruptos sino también un grave problema democrático para el conjunto del país. De ahí que resulte, si cabe, aún más intolerable y que haya que condenarla y perseguirla con mayor contundencia.

El acuerdo entre el PSOE, los independentistas catalanes e, incluso, EH Bildu, para que prosperase la moción de censura que encumbró a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno, no ha sido comprendido por muchos potenciales votantes del PSOE...

5. La crisis territorial catalana, que tanto ha centrado el debate público en los últimos años, con sus perniciosas consecuencias dentro de la propia Cataluña, políticamente en un callejón de difícil salida y socialmente muy dividida, y en el resto de España (Andalucía incluida), en donde el dragón durmiente del nacionalismo españolista ha comenzado a despertarse. En medio de esa dinámica frentista, la a veces incomprensible ambigüedad de la posición del PSOE y, sobre todo, de Podemos (y derivadas) ha llevado a muchos de sus votantes a alejarse de ellos.

6. La inmigración, que elevada a la categoría de mito negativo por el populismo de derechas, acabó convirtiéndose en el alimento ideológico de una parte de la población que se sentía amenazada (en su trabajo, su acceso a la sanidad, su seguridad...). Aunque la responsabilidad no es equiparable, como este es un tema demasiado serio, en nada ha contribuido a su correcto tratamiento que desde la izquierda moderada se hayan adoptado en torno a él medidas igualmente populistas de muy corto recorrido. Hay que afrontar el fenómeno de la inmigración con seriedad, con cifras y datos, no solo con gestos o sentimientos. En Alemania, en la campaña electoral de 2002, la coalición conservadora de la CDU-CSU planteó una dura campaña electoral anti-inmigración, hasta que ¡el empresariado! le dio un toque de atención, advirtiéndole de que por ahí iban mal, porque Alemania iba a necesitar en los años siguientes cientos de miles de inmigrantes para mantener su nivel de producción industrial, fundamento de su extraordinaria potencia exportadora, y, a la postre, de su Estado del bienestar. Cambiaron de estrategia, lógicamente. Pues eso: seriedad frente a demagogia (de uno u otro signo).

7. El acuerdo entre el PSOE, los independentistas catalanes e, incluso, EH Bildu, para que prosperase la moción de censura que encumbró a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno, no ha sido comprendido por muchos potenciales votantes del PSOE. Un acuerdo que, además, deslegitima el discurso de este partido cuando trata de argumentar en contra de PP y Ciudadanos por su posible apoyo en Vox para acceder al Gobierno de Andalucía. ¿Por qué es peor apoyarse en Vox que en los independentistas catalanes o en EH Bildu? Estamos a la espera de una respuesta convincente (no para los que simpatizamos con el PSOE, sino para los que lo hacen con el PP o Ciudadanos).

8. La apuesta del PSOE (y de Podemos) por determinadas políticas identitarias (feminismo, LGTB+, etc.), que aunque es, sin duda, loable (y algunos la hemos defendido con entusiasmo, en la medida en que sitúa el debate público en sus justos términos, al tiempo que otorga a ciertos colectivos una dignidad que les había sido negada), no puede, sin embargo, convertirse en el eje fragmentado del programa político de un partido que aspira a llegar a una mayoría social. Falta un programa político más cohesionado y transversal con el que se puedan sentir identificadas muchas más personas, más allá de su singular identidad. Si se quiere ser un partido de gobierno hay que apoyar a las minorías sin que la mayoría se sienta ignorada. No se puede sacrificar la igualdad social en el altar de la identidad personal.

9. La polarización de la política española en los últimos años, que motivada, en buena medida, por la irrupción de un partido de tintes claramente populistas de izquierda (Podemos), de manera casi inevitable llamaba a la aparición de un partido populista de derechas (Vox). Un extremo solo puede existir si tiene otro extremo opuesto con el que confrontar su ideología. Y hacia ello vamos: a la rabiosa batalla de las ideologías en la que la primera víctima son las ideas sosegadas.

Y es que no basta con vilipendiar a Vox. Habrá que ofrecer, además, a los ciudadanos buenos argumentos para recuperar el espacio de centralidad...

10. La inercia de los partidos populistas de extrema derecha en Europa (Francia, Italia, Alemania, Polonia, Hungría, etc.), que tiene un claro efecto contagio al que España no se ha podido sustraer. Su decir y actuar desacomplejado engarza bien con el sentir de muchas personas que escondían sus complejos bajo la apariencia de lo políticamente correcto. Algo habrá que aprender de esta dura lección.

11. El complejo de los partidos de izquierda con la nación española y sus símbolos, que les lleva a ignorarlos o evitar su defensa, al tiempo que atienden o, cuando menos, comprenden las demandas de los nacionalismos periféricos (catalán, vasco o gallego). Esta contradicción ha dejado en manos de las fuerzas políticas de (centro y extrema) derecha el uso y abuso de esa bandera, que siendo de todos parece solo suya.

12. La invocación constante de "la bestia", que acabó convirtiéndose en la crónica de una llegada anunciada. Tanto se hablaba (desde determinados partidos políticos y ciertos medios de comunicación) de la extrema derecha en este país, que, por fin, esta nos mostró sus fauces. Y entonces nos preguntamos: ¿No hubiera sido preferible que permaneciera aletargada en el seno de un partido político que la tenía bajo control? Parece que no; algunos querían verla aparecer en escena, y para ello estaban dispuestos a remover todas las piedras (de la historia) que hiciera falta. Pues aquí está. A ver cómo lidiamos con ella.

Todas estas razones, junto con otras, nos deberían hacer reflexionar. Y es que no basta con vilipendiar a Vox. Habrá que ofrecer, además, a los ciudadanos buenos argumentos (objetivos y subjetivos) para recuperar el espacio de centralidad (de izquierdas y de derechas, si es que queremos seguir usando esta nomenclatura) que toda democracia necesita para seguir siéndolo.

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