Por qué nos hemos vuelto tan conservadores

Por qué nos hemos vuelto tan conservadores

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Viendo Fanny y Alexander el otro día, la obra maestra de Igmar Bergman, me dio por preguntarme por qué nos hemos vuelto tan conservadores. No sé si una película como la de Igmar Bergman sería posible en el mundo de hoy, probablemente sí, pero si lo fuera, probablemente también la mortificarían a críticas por sacar escenas como por ejemplo la del obispo saliendo en primer plano junto con el gato negro, que como sabemos, es la imagen más popular con la que se suele personificar al diablo. El obispo y el gato negro juntos manda un mensaje inequívoco del tufillo maléfico que presenta la Iglesia (todas ellas), y no solamente me refiero a los horrores que han sido destapados recientemente por un Tribunal del Estado norteamericano de Pensilvania, sino que lo que quiero decir es que hay algo maléfico per se en la institución misma, independientemente de las perversiones sexuales de muchos de sus miembros.

La pregunta que encabeza este artículo viene también de la mano de la lectura del reciente libro, ya best-seller, de Steven Pinker, Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism, and Progress (Penguin Books Limited/Viking, 2018). El amigo Pinker nos dice no solamente que estamos de puta madre, sino además que estamos más de puta madre que nunca. Para ello aduce una ingente cantidad de datos, y argumenta, entre otras cosas, que a medida que han ido creciendo en bienestar nuestras sociedades, nos hemos ido volviendo más racionales con el tiempo, y, por lo tanto, más sabios, más liberales, más abiertos de mente, menos sesgados, etc.

Bien, ya la hemos jodido, pon un optimista en tu vida y verás lo que te pasa. No sé por qué, pero cada vez me caen peor los optimistas, me fío muchísimo más de las personas que piensan que el mundo está al borde del colapso inminente, y que luego se van a su casa tranquilamente y le dan gracias a dios o a su equivalente laico por haber pasado un día más en la tierra, sin muchas estridencias, simplemente, viviendo la vida, y no jodiendo la de los demás. Decía Borges, en un retruécano de pesimismo: "Parece que en Chile circula el cuento de que allí sólo existen dos partidos políticos, el de los optimistas y el de los pesimistas. Los optimistas sostienen que todos comeremos mierda; los pesimistas, que la mierda no alcanzará para todos". En cualquier caso, hay un punto en el que efectivamente estoy de acuerdo con Pinker, y es que hay correlación entre racionalidad/irracionalidad y progresismo/conservadurismo. El problema es que yo llego justamente a la conclusión antipódica de Pinker.

Solamente este dato –el del uso cada vez más frecuente de las terapias alternativas- nos debería poner hasta cierto punto en guardia

Veamos. Normalmente se dice que nos hemos vuelto más conservadores por miedo, por envejecimiento, por falta de educación, o por razones económicas. Todo está relacionado con todo, sin duda alguna, pero el argumento que yo quiero defender aquí es mucho más radical, y es que, en realidad, todo lo anterior son paparruchas y que lo que cuenta es la relación entre racionalidad y conservadurismo. A más irracionalidad, más conservadurismo, y viceversa.

Pinker dice que somos una especie de sociedad del nuevo enlightment. No pongo en duda la masiva e ingente cantidad de datos que Pinker trae a colación en su libro. Lo que quiero decir, y no es prurito académico (según Pinker, algunos académicos somos un coñazo, porque nos empeñamos en ver lo malo, no lo bueno) es que probablemente Pinker desatiende otros elementos. Por ejemplo, en España ha subido de manera exponencial el uso de las terapias alternativas. Por terapias alternativas no me refiero solamente a la ciega entrega de la gente a cosas tan surrealistas como la meditación trascendental (famosos académicos incluidos), sino a cosas hasta cierto punto peores como vestirte según te lo marca el horóscopo del día, consultar a brujas, santeros, charlatanes de todo pelaje y condición, gurús, videntes, hacer reiki, estar obsesionado con los chakras, creer que una invasión alienígena es inminente, y pensar a pies juntillas que el hombre y el mono son la misma cosa, además de que hay un diseño inteligente que todo lo mueve y conspira a nuestras espaldas.

Solamente este dato –el del uso cada vez más frecuente de las terapias alternativas- nos debería poner hasta cierto punto en guardia frente a la tesis de Pinker. Pero quizá Pinker no haya advertido, adicionalmente, que en la muy racional Estados Unidos, el pueblo, iluminado por la Ilustración versión siglo XXI, ha votado al muy irracional Donald Trump convirtiéndole en el 45 Presidente de los Estados Unidos, quien, dicho sea de paso, competía con la muy racional y llena de argumentos, Hillary R. Clinton. Tampoco estaría de más constatar que en la muy racional Inglaterra, el muy racional pueblo inglés ha decidido, no por amplia mayoría, pero si por una mayoría suficiente, votar que el Reino Unido salga de la Unión Europea, que es algo sí, eso, muy racional, sobre todo para la Unión Europea y nuestro sentido, también él muy racional, de entender el europeísmo. No mucho más lejos, en el muy racional Reino de España, hay un partido ultra-todo, que se llama VOX, y que podría sacar en los próximos comicios unos 600.000 votos, según recientes estimaciones (uno/dos escaños en el Congreso). Y ello por no hablar de los casos de las muy racionales Hungría y Polonia, y el constante desafío de sus actuales gobernantes a las mínimas reglas de la convivencia democrática.

Creo que nuestras sociedades se están volviendo profundamente irracionales, que lo irracional está de moda

Bien Steven, tendrás que admitirlo, hay algún elemento que parece nadar en la dirección contraria a la que tu defiendes. Este es el problema de algunos académicos, que nos empeñamos, como bien argumenta Werner-Muller en esta demoledora crítica del best-seller de Pinker, en ver la realidad en un sentido holístico, en lo que podíamos llamar holistifilia, y sospechamos de aquella práctica tan común –y tan poco racional- que es la de coger el rábano por las hojas. Que fastidio, de verdad.

Siento tener que aguarles el día, pero creo que nuestras sociedades se están volviendo profundamente irracionales, que lo irracional está de moda, que estamos pagando los excesos del racionalismo con una dosis no suficientemente analizada pero sí muy detectable de irracionalismo, y que a pesar de los altos niveles de bienestar socio-económico que presentan las sociedades occidentales, hay, paradójicamente, un malestar palpable en la gente a la que se enfrenta entregándose a una especie de orgía de irracionalidad. Y ello nos hace a todos más conservadores, porque ser progresista supone atender a argumentos que son mucho más complejos que los argumentos de los conservadores, y ello implica una fuerte dosis de racionalidad bien entendida. Miren si no a Boris Johnson en el último Congreso Tory, con ese recuerdo a la libertad como seña de identidad única y exclusiva de los conservadores. No digo que no tenga razón, es verdad que ésa es la seña de identidad de los conservadores; lo que me ha preocupado siempre de los partidos conservadores es que ésa sea su única seña de identidad. Dicho de otro modo: lean El Cementerio de Praga, de Umberto Eco, que expresa todo esto mucho mejor de lo que este humilde servidor podría llegar a hacerlo nunca jamás.

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