¿Dónde están los que me enseñen a ganar?

¿Dónde están los que me enseñen a ganar?

Portada de la programación de las Naves del Matadero

La noticia es la noticia. Y a un estreno absoluto de Guardamino "Este en un país libre y si no te gusta vete a Corea" en Nave 73, que podría servir de título a este artículo, se le impone el ruido (y la furia) que ha suscitado la nueva programación de las Naves de Artes Vivas del Matadero de Madrid. Una programación debida a una dirección con un criterio artístico concreto y específico, la de Mateo Feijóo.

Lo que se ha oído y recogen todos los medios es la reacción de la profesión. Así, como si al completo toda la profesión estuviese en contra de dicha programación. A la que ha echado más leña al fuego el que el mismo criterio artístico haya decidido volver anónimas la salas quitando los nombres de Max Aub y Fernando Arrabal. La familia del primero está muy disgustada y dicen que el segundo se va a querellar, aunque, haciendo honor al personaje, no es difícil imaginárselo en sus cuarteles divirtiéndose a tutiplén con toda esta historia y quién sabe si escribiendo sobre ello.

Lo que subyace, en definitiva, son distintas concepciones del teatro. La defensa del teatro como un lugar con límites frente a la defensa del teatro como el lugar sin límites. No difiere mucho de la discusión que ha provocado recientemente la ópera "La ciudad de las mentiras" de Elena Mendoza en el Teatro Real. Parecida a la que ya produjo "Vida y muerte de Marina Abramovic" en el mismo teatro en 2012.

Porque hay artistas cuyo objetivo es seguir creando, sí, creando, dentro de los límites y convenciones que el común, muchos académicos y muchos críticos entienden como teatro. Al igual que hay otros artistas que tienen en sus objetivos crear fuera de esos límites. Se podría decir que quieren crear en los márgenes de la convención teatral actual. Y, como trabajan en los márgenes, se les considera, sin decirlo, marginales. Y, por tanto, se dice que deberían programarse en los espacios marginales o residuales que hay en la ciudad de Madrid o habilitarles otros espacios. Sacarlos de la convención en la que más pronto o más tarde se van a convertir.

Echo de menos esos profesionales, esos académicos y esa crítica que me animase a ver, oír y nutrirme con regularidad de esa creación que se hace en los márgenes pero que no es marginal.

Toda esta discusión recuerda a las de los salones de París en el XIX y los impresionistas. Estos pintores, tan rechazados ellos, tan marginales, que no se los admitía en los salones académicos y, ahora, no solo cuelgan en los mejores museos, sino que se estudian en las universidades y son pinturas muy apreciadas por profesionales y el público. Incluso las grandes fortunas o corporaciones, nada sospechosas de vanguardistas, consideran su posesión un signo de estatus pujando fuertemente por ellas en las subastas de Christie's o Sotheby's.

Por eso, como espectador, echo de menos a los profesionales que antes que alarmarme con que voy a perderme su teatro, un teatro que me gusta y que voy a seguir viendo mientras lo sigan haciendo con la calidad que lo hacen, me preparasen, ayudasen y permitiesen ver otro tipo de teatro. Es decir, me hacen más libre para poder aceptar la diversidad que hoy en día hay en la escena y disfrutar con ella. Un teatro más minoritario, porque hay menos artistas que se dediquen a él, pero no necesariamente minoritario por la cantidad de público.

Un público abundante que se ha podido ver en las dos ediciones de El lugar sin límites del Centro Dramático Nacional. Y que desaparecía cuando este corto ciclo se acababa. O que volvía a aparecer en las programaciones más atrevidas y menos clasificables del Festival de Otoño a Primavera, llenando salas inmensas, para luego no saber donde se metían o escondían. Pues era difícil encontrárselos en los espectáculos creados a partir de la convención dominante del teatro.

Echo de menos esos profesionales, esos académicos y esa crítica que me animase a ver, oír y nutrirme con regularidad de esa creación que se hace en los márgenes, muchas veces contra la convención o desde presupuestos artísticos heterodoxos, pero que no es marginal. Como no son marginales sino historia teatral las programadas en las Naves del Matadero. A saber, Susanne Linke (ojalá en los ochenta hubiera habido un centro en Madrid para ver su ya clásico Im Bade Wannen en el momento que se creó), Angélica Liddell – a través de un documental-, Ray Lee, Mercé Cunningham a través de Trevor Carlson o . Profesionales que antes que a perder, me enseñasen a ganar.