'El territorio del poder': un Sbaraglia comprometido y valiente

'El territorio del poder': un Sbaraglia comprometido y valiente

El territorio del poder reflexiona sobre el cuerpo como campo de batalla entre la libertad y la opresión y la represión, sobre lo que nos hacemos los humanos unos a otros: daño. Solo por imponer nuestras ideas, nuestras religiones. Por conseguir fieles sin un rastro de duda sobre los ideales que el poder, cualquier clase de poder, proporciona.

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El territorio del poder, Leonardo Sbaraglia y Fernando Tarrés

En España es raro ver a Leonardo Sbaraglia en teatro. Es, para los españoles, un actor de cine. Pero en este momento, es posible verle en el Teatro Picadero de Buenos Aires con El territorio del poder, que ya ha girado por Latinoamérica y que cabría perfectamente dentro del buen teatro reivindicativo y a contracorriente con actores reconocidos que se programa en el madrileño Teatro del Barrio.

Cabría por el tema. La tortura corporal como forma amedrentar a los que observan, miran, oyen o saben de la existencia de dicha tortura. El cuerpo como campo de batalla entre la libertad y la opresión y la represión. Un teatro que reflexiona en voz alta sobre lo que nos hacemos los humanos unos a otros: daño. Solo por imponer nuestras ideas, nuestras religiones. Por conseguir fieles sin un rastro de duda sobre los ideales que el poder, cualquier clase de poder, proporciona.

Obra que se abre con referencia a dos estupendos clásicos. El primero, Yoshi O'ida, el actor de teatro noh que ha trabajado con Peter Brook. Una referencia para hacernos saber que el objetivo de Sbaraglia es hacernos "ver la luna", como los actores del teatro noh hacen con sus espectadores. Desarma la honestidad con la que lo dice, la conciencia de que para conseguirlo hay que ser el gran Yoshi O'ida. No es una falsa honestidad, pues igual que lo dice, sale dispuesto a intentarlo y a jugarlo. Valiente Sbaraglia.

Leonardo Sbaraglia y Fernando Tarrés cantando Gallo negro, gallo rojo en El territorio del poder - BAUrecords

El segundo es Shakespeare y el monólogo de Julio César cuando es asesinado. Manera de introducir y dar comienzo a un espectáculo recorrido por el pensamiento, la palabra, antes que la acción. Tal vez sea este el principal fallo del espectáculo, el olvidarse de que "el verbo se hizo carne". Es decir, que las palabras no son solo palabras. Que las palabras son actos, son cuerpo, carne en movimiento, con objetivos e intenciones y que el actor muestra en escena.

A pesar de lo anterior, al espectáculo no le falta inteligencia. Por un lado, para presentar el tema, y, por otro, para atrapar la atención del espectador. Sobre todo, en su concepción. Pues es muy inteligente plantear el espectáculo como un concierto de rock o jazz o de cantautor moderno, haciéndose acompañar por un pequeño conjunto de teclados, violonchelo y violín. Espíritu que capta el espectador que aplaude cada vez que se acaba un número, una escena, como cuando se acaba una canción en un concierto.

También, porque permite recurrir a las proyecciones de video que suelen acompañar a los conciertos. Proyecciones que ponen luz a tanta oscuridad en la música de Fernando Tarrés y en los textos elegidos. Vídeos que se repiten y que insisten para que el espectador se fije y se concentre.

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Foto de El territorio del poder de Leonardo Sbaraglia y Fernando Tarrés

Así se van desgranando textos que van planteando cómo el poder actúa sobre el cuerpo, hasta lo más mínimo, hasta lo más íntimo. Desembocando en cómo se practicaban las desapariciones en Argentina durante los años de la dictadura militar. En aquellos tiempos en los que mientras se jugaba el mundial, y la mayoría disfrutaba, se entretenía, a los disidentes se les hacía saltar desde un avión sin paracaídas. Momento en el que la concentración y el silencio en la sala se podrían cortar con un cuchillo. Un momento emocionante, más en un teatro argentino.

Obra comprometida. De toma de posición. Discursiva, que no un discurso ni un mitin. Que habla de lo que nos estamos jugando hoy, aquí y ahora, cuando la ética y la moral es blanda, es líquida. Y es rígida en esa blandura y en esa liquidez. Y que habla de una resistencia. La del gallo rojo frente al gallo negro aquel, himno de Chicho Sánchez Ferlosio que se canta Leonardo, con ciertas limitaciones, al final de la obra y que recibe el cálido aplauso del público. Un público que se levanta y sale a abordarlo antes de que deje el escenario. A agradecerle que muestre en escena el territorio del poder .