'Intensamente azules', todo lo que sucede es necesario

'Intensamente azules', todo lo que sucede es necesario

César Sarchu y Juan Mayorga, actor y director de Intensamente AzulesSergio Parra

Intensamente azules, es el segundo Mayorga de esta temporada que llega a la cartelera madrileña, concretamente al Teatro de la Abadía. Es una obra que ha generado expectativas altas entre los espectadores. Lo hace por su autor y director, por el teatro que lo programa y por su actor protagonista, César Sarachu (que nunca dejará de ser el Bernardo de Camera Café de TeleCinco que se colaba en casa todas las noches). Expectativas que se cumplen porque Mayorga está fino en el texto y en la dirección. Y porque Sarachu, con ese aspecto de hombre corriente y moliente, de cómico de cine mudo, se mete al público en el bolsillo en esta absurda y surrealista comedia.

Historia desencadenada por un hecho fortuito y cotidiano, como es el de que se te caigan las gafas y se te rompan. Todo miope que se precie, como el protagonista, sabe que eso es una urgencia a la que él encuentra solución colocándose unas gafas de natación graduadas que le habían regalado sus hijos por su cumpleaños. Unas gafas intensamente azules que le permiten ver la realidad de una forma distinta. Se puede decir que a partir de ese momento asiste a una realidad aumentada que le permite descubrir perspectivas nuevas en el Don Quijote de Cervantes y en el pesimista Schopenhauer.

Que ese hecho inesperado desencadene una extraña historia que el público no avisado de quién es Mayorga acepta sin rechistar, habla de la maestría del autor, tanto en la escritura como en la dirección, y de Sarachu como actor. Pues los elementos para contar la historia son mínimos. A penas un cuadrilátero, un importante juego de luz bastante sencillo para marcar espacios y lugares, y unos cuantos elementos escénicos sirven para ir desde la casa del protagonista al Palacio Real de Madrid, pasando por un bar, un cine o un instituto, una cancha de baloncesto, y otros lugares más que se materializan por cómo se dicen en el escenario, por cómo se ha hecho la (a)puesta en escena.

Una puesta escena ligera. Cercana al humor del cine. El del cine mudo clásico y todos los que derivan del mismo llegando hasta los hermanos Marx o Peter Sellars. O a los personajes torpes y pazguatos de Woody Allen. Incluso el humor inglés de los Monthy Phyton que también se puede rastrear en algunos de sus novelistas como Roald Dahl o P. G. Wodehouse con su inolvidable mayordomo Jeeves. Y si se apuran hasta el de Allan Bennett, autor teatral que tiene una pequeña novela cómica llamada Una lectora poco común que protagoniza la Reina de Inglaterra.

Tráiler de Intensamente Azules de Juan Mayorga protagonizado por César Sarachu.

Un espectáculo tan diferente de lo que suele hacer un autor tan consagrado como Mayorga que ha descolocado a sus fieles. Lo que no hará con todos esos espectadores que le desconocen o el público abierto a nuevas experiencias, que también tiene. Estos que entienden que los artistas no se repiten. Evolucionan, cambian y hacen nuevas y frescas propuestas. Ellos encontrarán en esta obra ese punto de locura que tienen Los Torreznos, uno de los mejores grupos españoles de performance, y de la serie popular y de culto La Hora Chanantede Joaquín Reyes (que se juntará a Jaime Vallaure de Los Torreznos en los Duólogosdel Conde Duque de Madrid). Aunque con mucho más amor por sus personajes que esta última, incluido el Rey de España que es un gran secundario en esta obra y desencadena una de las tramas más locas y desopilantes de la historia.

Cuando se habla de esta obra hay que hablar de libertad, pues exige libertad en la mirada. Liberarse del personaje Mayorga y de lo que se ha visto hacer a Sarachu. Y entonces la obra se abre en canal a su espectador, como se la abre la vida al protagonista al ponerse las gafas intensamente azules, y la realidad escénica se vuelve una realidad aumentada. Esa en la que ver por donde se escapa la vida. La vida absurda que vivimos. En las que cotidiana y aburridamente hay que orientarse. No perder(se en) el norte.

Cuando se habla de esta obra hay que hablar de libertad, pues exige libertad en la mirada.

Un absurdo tan bien construido que resulta que todo lo que se ve en escena es necesario para introducir ese pensamiento líquido, esa contradicción constante y coherente en la que se mueven los personajes y el texto. Tan de nuestros días, tan contemporáneo. No podía ser menos pues aunque Mayorga trate de escapar del personaje de autor en el que se le etiqueta y mostrarse un poco gamberro, un poco díscolo, no puede (ni quiere) dejar de ser responsable de lo que hace. Esa ética con la que entiende el teatro que le hace exponerse.

Esta vez, también. Se expone. Y en esa exposición se gana así mismo, otra vez, y de paso, debería ganar nuevos públicos, nuevos espectadores para un teatro que envejece en las plateas y en la escena a marchas forzadas. Crear ese público que buscando diversión se ha alejado del teatro y al que el teatro necesita. El teatro no puede ser, ni suceder, sin público. Todos aquellos espectadores, de cualquier edad, dispuestos a reírse y a divertirse, y a rejuvenecerse con la risa y la sonrisa, encontrarán en este espectáculo la horma de su zapato. Y descubrirán que Mayorga, no es Mayorga, ese gran hombre que le han contado, sino un artista. Alguien con la imperiosa necesidad de contar el mundo como el mundo necesita ser contado. Para que el mundo pueda ser entendido, comprendido y, por supuesto, reído y bien reído. Pues hace falta mucha más comedia de la buena, como esta.

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