'Todo el tiempo del mundo', una obra en tiempo presente

'Todo el tiempo del mundo', una obra en tiempo presente

Todo el tiempo del mundo, de Pablo Messiez, aún se puede ver uno o dos días más en las Naves del Teatro Español en el Matadero. Es una obra que no se deben perder, atrapa desde la primera impresión, porque reirá, llorará, pensará, lo pasará bien y le tocará, le tocará muy adentro, le tocará a usted en lo que es. Y aplaudirá durante un buen rato cuando acabe la función. ,

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Foto de Todo el tiempo del mundo cedida por el Teatro Español - ® Vanessa Rabade

Me pongo a escribir sobre Todo el tiempo del mundo, la obra de Pablo Messiez que cuando salga esta crítica todavía se podrá ver en las Naves del Teatro Español en el Matadero por uno o dos días. Lo hago con urgencia pues quiero contar a quien me lea que no se la pueden perder, que debe coger la última entrada que quede porque reirá, llorará, pensará, lo pasará bien y le tocará, le tocará muy adentro porque le tocará a usted en lo que es. Y aplaudirá durante un buen rato cuando acabe la función, como las personas que tenía a mi alrededor el día que la vi. Un aplauso sincero. Eso se nota. Y lo que le ha dicho lo guardará como un tesoro que no le importará compartir.

Obra que atrapa desde la primera impresión. La que se produce al entrar en la sala y ver el escenario. Una zapatería de las de antes. Años cincuenta. De esas que tenían clase y que se veían en comedias amables en blanco y negro, aquí en unos atractivos tonos marrones. Una zapatería de señoras que regenta el señor Flores (Iñigo Rodríguez-Claro), en la que trabaja Nené (María Morales) como dependienta. Una obra que comienza una tarde cualquiera poco antes de cerrar. Todo corriente. Nada anormal. La vida ¿La vida?

La pregunta es pertinente. Porque será en ese momento cuando la historia se disloque por una lluvia y un extraño que entra en la tienda a refugiarse. Colocándola en una altura artísticamente teatral de la que ya no bajará. Un punto de no retorno. Donde los recuerdos futuros y los pasados se mezclarán en una forma de presente continuo. Presente de presencia. En el que el público irá descubriendo la vida de Flores. Su vida de ayer, de hoy y de mañana.

Una vida que esconde un secreto que se conoce a voces. Una historia de amor y de hijos, de familias. Y, por supuesto, de rutinas en la que se introduce lo extemporáneo como forma de hacernos saber quiénes somos cada uno de nosotros. Seres pequeños, insignificantes, olvidados cuando todos aquellos que nos recuerden, incluso nosotros mismos, hayamos desaparecido ¿significará eso que no hemos existido? ¿Qué todo lo que se ha olvidado y de lo que no hay restos no habrá existido?

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Foto de Todo el tiempo del mundo cedida por el Teatro Español - ® Vanessa Rabade.

Preguntas ante las que aparece esa terrible enfermedad de Alzheimer llamada, por amabilidad y quitar hierro, la enfermedad de Rita Hayworth, actriz que la sufrió. Enfermedad que borra los recuerdos ¿qué sucede cuando somos borrados de los recuerdos de los seres queridos? ¿Qué sucede cuándo para ellos todo es presente?

La confusión produce la risa, claro, pero también, la reflexión. Lo que hace Pablo Messiez, su autor y director, es trabajar con ambos y con el equipo artístico y el elenco para potenciarlos de una manera tal que hace aparecer la poesía y el arte, sobre todo el arte, en escena.

Momento en el que nadie puede dejar de mirar y escuchar. De estar presente, tan presente como sus actores lo están en el escenario defendiendo un texto que siempre está amenazando con escapárseles. De tener autonomía propia, pues así de bellas son las palabras que ha escrito Pablo Messiez. Y que ellos traen a este mundo para hacerlo llegar sano y salvo a los espectadores, al público que abarrota la sala. Hacerlo llegar con vida y con verdad.

Un público que descubre, gracias a las palabras y aptitudes de los personajes, la necesidad de estar presente y en presente para los otros. Para todos aquellos a los que se ama y para todo lo que ama. Pero sobre todo, la necesidad de detenerse y estar presente para amar. Algo que cuando lo vemos nos hace sospechar. ¿Por qué se para? ¿Para qué se para tanto en esto?

Pararse. Mensaje subversivo donde los haya en una sociedad en la que todo tiene que ser e ir cada vez más rápido. En la que todo el mundo se echa a la calle a correr. Llega Pablo Messiez y nos resuelve las dudas. El amor consiste en detenerse y en estar presente. Pararse frente al otro y estar con la persona amada y regalarle todo el tiempo del mundo, pues si algo somos, y podemos dar y regalar, es tiempo.

El tiempo que ni falta, ni faltó, ni faltará, mientras haya seres humanos. Que no están hechos ni de materia ni de espíritu. Sino de tiempo, de su tiempo. Un tiempo que deberían usar para amar porque ¿para qué otra cosa sirve, sirvió o servirá el tiempo? Un tiempo presente pues en el futuro o en el pasado ¿quién nos va a recordar? Y, ¿para qué y por qué queremos ser recordados? sino es por nuestro amor o por aquellos a los que amamos y que nos amaron.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.