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Otras elecciones falsas en Bielorrusia

La dictadura de Aleksandr Lukashenko ha ocupado todos los escaños. Un nuevo espectáculo de tonos grises al servicio de un tipo que, por cierto, acaba de superar a Leonid Brezhnev en longevidad dictatorial: 18 añazos de mentiras y opresión. Felicidades.

Acabo de volver de Bielorrusia, donde ayer se celebraron elecciones parlamentarias. ¿A qué olía el ambiente? El ambiente no olía a nada: la oposición seguía dividida y la población aletargada bajo la vigilancia y los subsidios de una burocracia engrasada por Rusia. Los comicios se publicitaban con cartelitos tamaño folio y alguna pancarta colgada para sostener la pantomima democrática, pues, una vez más, la dictadura de Aleksandr Lukashenko ha ocupado todos los escaños (salvo el del distrito de Gomel, donde se repetirá el proceso).

El recuento: sólo un 3,3% de los miembros de las comisiones de distrito eran de la oposición. En las comisiones de precinto, sólo un 0,09%. Los observadores de la OSCE y los independientes denunciaron los abusos acostumbrados, desde el voto anticipado (uno de los instrumentos favoritos del régimen para chantajear en lugares de trabajo y universidades) hasta el recuento: simplemente opaco. Los observadores del otro lado, los de la CEI, los rusos, suelen dar su visto bueno al proceso.

La oposición: la mayoría no se presentó a unos comicios considerados fraudulentos (pese a que algunos, como el Movimiento Por la Libertad, acudieron para tener su hueco mediático, observar el tinglado y hacer ver que existen alternativas), y por supuesto no reconoce los resultados. Dos tercios de los candidatos opositores fueron descalificados por invalidación de firmas o supuestas irregularidades financieras; la gran mayoría no tuvo gota de presencia en televisión ni prensa oficial.

La intención: según la revista Belarusdigest.com, el régimen, además de pintar su fachada cada cuatro años, se ha relajado lo suficiente como para que la OSCE diga que la cosa ha mejorado un pelín, y así rebajar un poco el cabreo de Occidente (y sus sanciones) y lograr, quizás, un préstamo del FMI. Por eso ha permitido un número mayor de candidatos, algún debate por televisión (pregrabado y censurado) y un discurso relativista de país que explora su propio camino hacia la democracia parlamentaria.

La represión: el KGB y sus satélites, también una vez más, han aplicado su rodillo las últimas semanas (detenciones a periodistas y opositores), aprovechando la brutal inercia que siguió a las elecciones presidenciales de 2010, donde hubo 700 detenidos e incontables registros, interrogatorios y vendettas administrativas (despidos, retenciones, multas; el Estado controla el 70% de la economía).

La realidad: los 110 parlamentarios fueron seleccionados hace meses para ocupar sus escaños. De hecho, poco importa quiénes sean: el Parlamento dejó de funcionar en los años noventa, cuando Lukashenko consumó su bien planeado golpe de Estado constitucional para dotarse de poder absoluto. Desde entonces, el llamado Palacio del Pueblo (que no ve ni un opositor desde 2004) no es más que un sello maquinal de las decisiones presidenciales (y una forma popular entre los apparatchiki de preparar su camino a la jubilación: con poco trabajo y abundantes dietas).

Es decir, un nuevo espectáculo de tonos grises al servicio de un tipo que, por cierto, acaba de superar a Leonid Brezhnev en longevidad dictatorial: 18 añazos de mentiras y opresión. Felicidades.