La sonrisa frente a los militares

La sonrisa frente a los militares

Un sentimiento de urgencia me empuja a escribir este post. Y es el destino peligroso al que se puede enfrentar un grupo de seis jóvenes artistas llamado Los Chicos de calle, encarcelados preventivamente en Egipto y a los que, con mucha probabilidad, les puede caer una condena de diez años de prisión solo por presentar un producto artístico crítico, basado en el humor.

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"Practicar cualquier afición en la cárcel es aburrido. Leer es aburrido, escribir es aburrido, cantar es aburrido. La gente fuera tiene algo maravilloso que no sabe valorar. Lo más maravilloso del mundo es poder abrir la puerta de tu habitación y salir a la calle". (Palabras de Muhamed Adel, artista de 25 años).

Es normal que la gente me pregunte cuando me ve: "¿Qué tal en Egipto?" A lo que contesto: "Bueno, complicado". Y normalmente una de sus reacciones es decir: "Qué pena, con toda esa esperanza que hubo".

El que pregunta no suele saber mucho sobre lo que ocurre ahora en Egipto. Quizá sabe que hay un régimen militar presidido por el mariscal Abdel Fatah Al Sisi. Por el contrario, desde comienzos de 2011 y hasta finales de 2013, podía estar al tanto de lo que ocurría en este país por la revolución egipcia.

Este es uno de los motivos por los que no he escrito sobre Egipto en este espacio desde hace ya mucho tiempo, preguntándome: "¿Le seguirá interesando al lector español? Egipto y las revoluciones árabes ya no están de moda, al lector le interesarán otras novedades".

Pero un sentimiento de urgencia me empuja a escribir este post. Y es el destino peligroso al que se puede enfrentar un grupo de seis jóvenes artistas, encarcelados preventivamente y a los que, con mucha probabilidad, les puede caer una condena de diez años de prisión solo por presentar un producto artístico crítico, basado en el humor.

En cuanto a la situación política en Egipto, podría resumirse de la siguiente forma: tras meses de disputas entre los tres actores principales -los militares, los islamistas y las fuerzas democráticas-, los militares, junto a miembros del régimen de Mubarak y hombres de negocios, han podido constituir con claridad un régimen militar, con todo lo que conlleva este tipo de regímenes: escándalos diarios y violaciones de derechos humanos, detenciones, torturas, asesinatos, etc. A modo de ejemplo, las organizaciones egipcias de derechos humanos hablan de más de 40.000 presos políticos actualmente en Egipto. Sin olvidar la famosa masacre de Rabea Al Adawiya (El Cairo), el 14 de agosto de 2013, que supuso el estreno del régimen, y donde fueron asesinadas al menos 800 personas en un solo día, según los datos de diversas organizaciones como Human Rights Watch.

El militar no soporta la sonrisa, no soporta el humor. No soporta que ningún grupo, por pequeño que sea, pueda reunirse para discutir sobre cualquier actividad artística o cultural.

A principios del pasado mes de abril y en el marco de la visita del rey de Arabia Saudí a Egipto, el régimen del mariscal Al Sisi decidió regalarle al monarca dos islas estratégicas, de soberanía egipcia, situadas en la entrada del golfo de Aqaba, en el Mar Rojo. Comenzó así una ola de protestas, las más numerosas desde hacía meses, contra este regalo y contra unos acuerdos que convierten a Egipto en un servidor de Arabia Saudí. Los jóvenes salieron a las calles los días 15 y 25 de abril, y en esos 10 días fueron detenidos 1300 jóvenes y niños. Sí, niños.

En esos días ocurrió de todo: condenas exprés de hasta cinco años de cárcel, multas equivalentes a 10.000 euros, solo por el hecho de manifestarse o de querer manifestarse, etc.

Entre los días 7 y 9 de mayo, las fuerzas de seguridad detuvieron de madrugada a seis jóvenes en sus casas. Cinco de ellos han nacido en la década de los noventa, uno ni siquiera ha cumplido los 20, y el mayor nació en 1979. Son los integrantes de un nuevo grupo artístico llamado Chicos de calle (Atfal Shawaria). Desde entonces están en la cárcel acusados de varios delitos: llamar a derrocar al régimen, convocar a la gente a manifestarse, publicar unos vídeos que contienen insultos contra las instituciones del Estado, publicar informaciones falsas y rumores -es decir, afirmar que las islas son egipcias y siempre lo han sido.- Entre estos jóvenes humoristas se encuentra Muhamed Adel, autor de las palabras citadas al principio del artículo y que incluyó en una carta enviada hace unos días desde la cárcel.

El militar no soporta la sonrisa, no soporta el humor. No soporta que ningún grupo, por pequeño que sea, pueda reunirse para discutir sobre cualquier actividad artística o cultural. Odia como siempre, y como han demostrado todos los militares que han gobernado en cualquier parte del mundo, el pensamiento crítico e independiente al que considera el más peligroso, porque rompe con su control absoluto sobre las sociedades.

Hace pocos años, un humorista egipcio tuvo mucho éxito, incluso a nivel internacional. Se llama Bassem Youssef. Tenía un programa de humor en la televisión llamado El programa (El Barnameeg). Por la presión, la detención de familiares de sus productores, los chantajes y el terror, se vio obligado a cancelar el programa y emigrar a Estados Unidos. Lo que le salvó de la cárcel fue el hecho de ser conocido a nivel mundial y presentar el programa más visto en la historia de las televisiones árabes.

Los Chicos de calle no tienen esta suerte, todavía no son tan conocidos ni tienen televisiones ni productores, ni fama internacional, solo el humor y unas piezas compuestas principalmente de canciones frente a una cámara de móvil, al modo de selfie, y publicadas en YouTube. Este es el crimen que cometieron.

Yo estuve en las cárceles egipcias. Entiendo y siento las palabras de Muhamed Adel. Sé lo que significan las paredes grises, la falta de luz y sol, el espacio reducido y terrorífico de las celdas egipcias. Y sé qué significa abrir una puerta, salir a la calle y ver colores y luz. Por eso escribo este post. Por eso pido al lector que lo difunda en la medida de sus posibilidades, especialmente si trabaja en prensa o colabora con organizaciones solidarias o de derechos humanos. El militar no solamente tiene miedo al humor y a la creación, tiene también miedo al ruido que se hace fuera de sus fronteras. Quizá así podamos salvar a seis jóvenes artistas.

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