La trampa del chavismo

La trampa del chavismo

  Protestas en Caracas (Venezuela).EFE

La deriva de Venezuela hacia la dictadura ha sido paulatina, pero no inesperada. La retórica que usó Hugo Chávez para llegar al poder hizo sospechar a todos los que no estuvieran ideológicamente ciegos. Su "socialismo del siglo XXI" y su "revolución bolivariana" no dejaban demasiado lugar a las dudas, y desde el comienzo se empeñó en reducir los ámbitos de libertad de los venezolanos.

Con la muerte de Chávez, el acceso al poder de Nicolás Maduro y la bajada de los precios del petróleo la pendiente se ha inclinado más hacia la dictadura. El chavismo ha fracasado en la gestión económica del país, y los venezolanos se enfrentan ahora a una escasez con pocos precedentes; el asalto a las instituciones se hace ya a cara descubierta; los opositores acaban en prisión; y la corrupción se ha convertido en la norma. Venezuela es una cárcel en lo político y una catástrofe en lo social.

La situación ha llegado a un punto de no retorno con la decisión del Tribunal Supremo de desactivar a la Asamblea Nacional, con mayoría opositora, privándola de sus funciones. Una decisión golpista sobre la que dio marcha atrás a la vista de la indignación internacional. Es igual, ya no quedan paños calientes que usar. La democracia venezolana ha saltado, definitivamente, por los aires.

Cuando hace unos días Zapatero evitó referirse a Leopoldo López como preso político demostró que no está en condiciones de representar a nadie salvo a sí mismo.

La Unión Europea ha demostrado hasta ahora una preocupación real por lo que sucede en Venezuela unida a una escasa capacidad para influir. Me temo que algunos han creído durante demasiado tiempo que todo era una especie de malentendido. Esta ha sido, en general, la actitud de José Luis Rodríguez Zapatero como mediador. Cuando hace unos días el expresidente evitó referirse a Leopoldo López como preso político demostró que no está en condiciones de representar a nadie salvo a sí mismo.

Estamos ante la vieja trampa del diálogo, que tan bien han usado dictaduras y terroristas de todo el espectro ideológico. Tras masacrar las libertades y los derechos más básicos de los ciudadanos, tienden la mano a sus víctimas y dicen: encontrémonos a medio camino. Las almas cándidas caen invariablemente rendidas ante este llamado. "Dialoguen, ustedes que pueden". ¿Dialogar sobre qué? ¿Sobre la Constitución que promovió el propio chavismo y que ahora le estorba? ¿Sobre los presos políticos? ¿Sobre los derechos humanos?

Todavía hay quien cree que actuar en esta dirección, reclamar que se cumpla la ley y se respeten los derechos humanos, supone una injerencia en los asuntos venezolanos.

Para que pueda haber diálogo, el chavismo tiene que reconocer, aceptar y reparar de inmediato el daño que ha hecho: debe celebrar elecciones, debe liberar a los presos y debe restaurar el orden constitucional, además de permitir que la ayuda humanitaria llegue a quienes la necesitan. Una vez hecho esto, se podrá dialogar para iniciar el proceso de reformas que saque a Venezuela de la grave crisis que vive, que permita reducir la polarización y buscar puntos de encuentro.

Todavía hay quien cree que actuar en esta dirección, reclamar que se cumpla la ley y se respeten los derechos humanos, supone una injerencia en los asuntos venezolanos. Se trata de una izquierda que sólo ha cambiado la fachada desde los años 80. Entonces, compraban todas las patrañas de la propaganda del bloque soviético; ahora, compran las patrañas de los tiranos populistas de América Latina. ¿Qué digo compran? ¡Si son sus propias patrañas dichas en su propio lenguaje! No olvidemos cómo Pablo Iglesias se deshacía al borde de las lágrimas cuando hablaba de Hugo Chávez. No olvidemos el negocio que hicieron él y los suyos asesorando al caudillo.

Evitemos la trampa del diálogo mediante la claridad en lo que se puede y no se puede discutir. No sólo por una cuestión de principios: si aceptamos jugar a su juego, ya podemos dar por hecho que los dados estarán trucados.