Tu vagina tiene su propio sabor y deberías dar puerta a quien se queje

Tu vagina tiene su propio sabor y deberías dar puerta a quien se queje

Me gustaría compartir con todo el mundo un secreto que muy pocas personas conocen sobre el cuerpo de la mujer, un secreto guardado con mucho celo, incluso entre las propias mujeres cisgénero: es normal que una vagina sepa (y huela) a vagina.

Puede que ya lo sepas y aun así alardees de la absoluta insipidez de tu vagina o puede que estés en la farmacia preguntándote por qué existen los espráis aromáticos para vaginas y los lubricantes con sabores si se supone que tenemos un sabor normal. Sea como sea, ese discurso de que las vaginas deberían tener un sabor fresco, afrutado o ningún sabor (en vez de saber como lo que son) tiene que extinguirse ya.

"¿No preferirías ser una chica que huele y sabe delicioso ahí abajo?", pregunta un blog antes de lanzarse a dar una lista de consejos para que tu vagina sepa a postre.

Es normal que una vagina sepa (y huela) a vagina.

En otro artículo, este de la página Thought Catalog, 13 hombres describen el sabor de la vagina de su novia con respuestas que van desde "helado de fresa" hasta "nada". Al mismo tiempo, hay lubricantes con sabores y empresas que venden suplementos que prometen hacer que nuestra vagina parezca una macedonia. Las secciones de higiene femenina en el supermercado están repletas de espráis, toallitas húmedas y polvos absorbentes que usamos para prolongar nuestra fresca insipidez de recién salidas de la ducha. Todo esto refleja una cultura de la vergüenza en lo que respecta a nuestras vaginas.

  5c8a86042300000401233440PeopleImages via Getty Images

Cuando era adolescente, esta cultura de la vergüenza se manifestó en el rechazo de mis parejas a la hora de comérmelo, pese a que a mí me parecía bien hacerles sexo oral a ellos. Cuando era una joven veinteañera, utilicé todos los productos del catálogo de Summer's Eve, aunque mi novio me decía que no hacía falta. Tenía siempre el frigorífico bien abastecido de piñas, ya que un gurú de Instagram afirmaba que comer piña dulcificaba nuestras partes íntimas. Ese comportamiento me parece muy raro ahora, pero en aquella época constituía una parte fundamental de mi femineidad.

A los hombres no se les suelen imponer esos estándares irrealistas. Incluso aceptamos que el semen sepa fatal en ocasiones.

Suponía que había mujeres culpables de descuidar su vagina, en el sentido de que solo se lavaban los genitales en vez de depilarse a la cera, darse espráis y someterse a dietas, como yo. Tenía dos compañeras de habitación con su propio surtido de productos de higiene femenina y recuerdo que nos alegrábamos por lo que daba a entender eso sobre nuestro cuerpo: que éramos mejores parejas por ello.

Pero las vaginas no requieren ninguna alteración. No necesitan una envoltura determinada ni sabor a helado. A los hombres, cuyo semen puede tener cualquier tipo de sabor, desde amargo hasta dulce, pasando por un toque a lejía, no se les suelen imponer esos estándares irrealistas como a las mujeres. Hasta cierto punto, creo que incluso aceptamos que sepan fatal en ocasiones.

Al hacer que las mujeres nos avergoncemos de nuestra vagina, aprendemos que debemos tener un olor a flores o uno que pase desapercibido. Aprendemos no solo a prestar atención a cómo sabemos, sino también al olor y aspecto que tienen nuestras partes íntimas. Aprendemos que depilarnos y hacernos la cera es una parte fundamental de la higiene femenina, aunque el vello púbico tenga la función de proteger la vagina de las bacterias y de la fricción. Y nada de eso es necesario porque a las partes del cuerpo se les debería permitir saber, oler y parecer partes del cuerpo. Es más, no solo debería estar permitido, debería aplaudirse.

Si te cuesta creer que las mujeres sufran esta presión por su vagina, piensa en la gran cantidad de abuelas y madres que nos enseñaron que teníamos que echarnos polvos de talco en la ropa interior para mantenernos frescas. Empresas como Johnson & Johnson centraron la venta de estos productos de forma específica y enérgica en las mujeres negras. Después, tuvieron que hacer frente a más de 1000 demandas cuando se descubrió que eran conscientes de que sus productos podían guardar relación con el cáncer de cuello uterino y de ovarios.

En muchos sentidos, esto demuestra cómo la creencia de que las vaginas tienen de forma inherente un sabor desagradable, además de los estereotipos de la raza negra, configuraron la idea de que las mujeres, las negras en particular, debían tomar medidas para modificar su sabor y olor natural. Johnson & Johnson fue capaz de fabricar un producto inseguro y sacar provecho de ello.

A las partes del cuerpo se les debería permitir saber, oler y parecer partes del cuerpo.

De forma similar, hay mujeres que gastan su dinero en hacerse duchas vaginales o en purgarse los genitales, pese a que puede ser peligroso. Cuando se nos hace creer que en nuestro cuerpo hay partes que están mal de forma inherente, es fácil justificar prácticas que supuestamente las arreglarán. El problema con esas prácticas es que nuestras vaginas no necesitan ninguna reparación.

Salvo en caso de infección, las vaginas siempre huelen y saben normal, y ese "normal" es variable. Algunas personas describen el sabor de la vagina como amargo, mientras que otras hablan de un sabor avinagrado. Teniendo en cuenta que las vaginas son de naturaleza ácida, "ácido" es un adjetivo que muchas personas aceptan para su sabor. En mi opinión, las vaginas saben a un bote lleno de centavos, pero a mí me encanta el sabor de estas monedas en concreto.

Lo que comes afecta al sabor de tu vagina, pero no es algo que sea tan importante. Según Women's Health, el ajo, el alcohol, los lácteos, las especias, el brócoli, los espárragos y la carne roja, ingredientes que forman parte de la mayoría de las dietas, pueden modificar el equilibrio del pH y afectar de forma negativa al sabor de la vagina. Las frutas, en cambio, pueden hacer que sepan más dulce.

Aunque reconozco que un poco más de dulzor no está de más, no me preocupa tanto como para darle prioridad a la vagina en función de estas insignificantes diferencias de sabor. Pienso que si una mujer tiene una pareja que le pide que cambie su dieta y que utilice espráis especiales para acceder a llevar la boca hasta ahí abajo, debería buscarse otra pareja. Requiere menos esfuerzo.

Claro que a veces pueden surgir malos olores. La vaginosis bacteriana provoca un fuerte olor a pescado y otras infecciones bacterianas pueden darle un olor a carne cruda. No descarto nada de eso, de modo que, si te preocupa, deberías ir al médico. Si no te pasa nada y te duchas todos los días, la vagina te olerá y sabrá genial.

Debemos rechazar esas expectativas de que las vaginas deban oler a caramelo de frutas. No es una convención realista y nos impide respetar las vaginas y disfrutar de ellas en su estado natural. Os lo dice alguien que tiene vagina y ha probado unas cuantas ella misma: no huelen ni de lejos tanto como nos hacen creer.

Este post fue publicado originalmente en Bellesa.co, apareció posteriormente en el 'HuffPost' Canadá y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.