Austeridad, comisarios y hechiceros

Austeridad, comisarios y hechiceros

De esta crisis no se saldrá sin una fuerte -aunque no única- presencia de lo público en la generación de crecimiento y empleo. A no ser que se considere que un escenario deseable sería el de una alta tasa de paro permanente que ayudase a la bajada estructural de los salarios y las condiciones laborales.

De la impresión de que alguien ha decidido que la estrategia de comunicación pasa por preparar el terreno antes de que la semana próxima se conozcan los datos de la Encuesta de Población Activa del cuatro trimestre de 2012, que probablemente serán estremecedores. No se me ocurre interpretar de otra manera el intento de hacer pasar como una gran noticia que la Comisión Europea pueda avenirse finalmente a flexibilizar el calendario de cumplimiento de déficit para España, algo cuya importancia, sin embargo, es innegable.

Aunque no tanto como para que, de convertirse en realidad, pueda considerarse un cambio de rumbo en la estrategia suicida -sí, suicida, por fuerte que suene- que las instituciones comunitarias han adoptado frente a la crisis y que está sumiendo a la UE en su conjunto en la depresión económica y el desempleo masivo. En realidad, las cosas las ha dejado meridianamente claras el comisario Olli Rehn en su última rueda de prensa, que en los medios anglosajones sí ha sido presentada en toda su crudeza, que no ha sido poca.

Sostiene Rehn que las advertencias del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre las consecuencias de la política de austeridad defendida por Bruselas pecan de tener únicamente en cuenta el lado "cuantitativo" de las mismas, olvidando lo que denomina "efecto confianza" que supuestamente producen. Perdonen la dureza de mi juicio, pero no se me ocurre otra comparación: es como quien pide al paciente que crea al hechicero con sus supersticiones en vez de al médico con su ciencia.

Porque lo que el FMI ha puesto encima de la mesa no son vapores, sino algo tan tangible como que los daños causados por la austeridad han resultado ser hasta tres veces más severos que lo previsto. Basta con echar un vistazo a las cifras de paro en la UE, en general, y en la eurozona, en particular, para darse cuenta de que los estudios se corresponden con la realidad, mientras que el "efecto confianza" de Rehn debe notarse únicamente en los despachos de los altos funcionarios comunitarios.

Así que una cosa es que a España se le conceda más tiempo para cumplir el déficit comprometido y otra muy distinta que alguien entienda de una vez en la dirección política y económica de la Unión que este país se está, literalmente, ahogando y que, si no se afloja rápidamente el dogal de la austeridad, acabará asfixiado de mala manera. Lo que implicaría elevar el listón del déficit al que se podría llegar en este y los próximos ejercicios presupuestarios y asumir que, dada la situación de emergencia existente, la activación de una línea de crédito preventiva como la ofrecida por el Banco Central Europeo para bajar sustancialmente los intereses a pagar por la deuda pública y por las empresas que pidan crédito no implicaría nuevas condiciones que activaran recortes adicionales.

De esta crisis no se saldrá sin una fuerte -aunque no única- presencia de lo público en la generación de crecimiento y empleo. Siempre ha sido así y no hay razones para pensar de otra manera. A no ser que se considere que un escenario deseable sería el de una alta tasa de paro permanente que ayudase a la bajada estructural de los salarios y las condiciones laborales, lo que, junto con un desmantelamiento del estado del bienestar, permitiría reducir el déficit público y ganar en competitividad. El problema es que en este caso no solo estaríamos llamando al hechicero, sino sobre todo al ideólogo que olvida que hace falta capacidad de consumo público y privado para consumir lo que se fabrica, o sea, que sin demanda no hay oferta, sin producción no hay recuperación que valga.

Sin reconocer ni un ápice de error en la política de austeridad, Rehn ha pedido al mismo tiempo la atribución a la Comisión Europea de más poderes de supervisión de los proyectos presupuestarios nacionales antes de que sean remitidos por los Gobiernos a los parlamentos. Todavía me parece mentira que el que suscribe, confeso federalista en la construcción europea y miembro de la Convención que redactó su primera Constitución, visto lo visto, no tenga margen para otra respuesta ante tal petición: para seguir haciendo esa política, para acabar con el modelo social europeo, NO, porque a nadie se le ocurre pagarle el veneno a quien va a echárselo en la copa. A no ser que sea un suicida.