Cómo medir el peso de España en la UE

Cómo medir el peso de España en la UE

Ojalá haya muchos españoles y muchas españolas en responsabilidades europeas. Pero que sea porque, amén de sus cualidades personales, este país sea capaz de concitar acuerdos con sus propuestas y respeto por su capacidad para solucionar la crisis económica que lo atenaza.

Vuelve con fuerza un debate que, tal y como se ha planteado hasta la fecha, siempre me ha parecido mal enfocado: el del peso de España en la UE. Y digo siempre, independientemente de que el Gobierno lo ocuparan los populares o los socialistas y del momento en que apareciese (Tratado de Niza, Constitución Europea o Tratado de Lisboa, por ejemplo).

Hace una década, por ejemplo, se sacaba a propósito de los votos adjudicados a España en el Consejo y, una vez que se acordó el sistema de doble mayoría de población y de países para adoptar decisiones en esa institución, sobre los umbrales de tales factores. Hubo un momento en el que más que políticos y diplomáticos, los responsables de nuestro país parecían matemáticos aficionados. Todavía guardo algunas tablas llenas de números que me arrancan una sonrisa.

Ahora retorna a la palestra porque ha dejado de haber un español en el Consejo del BCE y no se ha conseguido colocar a Luis de Guindos como presidente del Eurogrupo. De ello se ha hecho todo un drama que desemboca de nuevo en el Mar de los Sargazos del peso de España en la UE.

Así no tiene sentido enfocar el peso de España en la UE, al menos por dos razones.

La primera: porque la influencia (o peso, para utilizar la palabra al uso) de un país en la UE se mide por su capacidad de efectuar propuestas y formar alianzas para conseguir resultados políticos, muchas veces traducidos en términos legislativos y económicos. De poco le servirá a un estado que no haga o, al menos, intente una cosa u otra, que haya nacionales en determinadas responsabilidades.

La segunda, directamente relacionada con la primera: porque quienes ocupan puestos comunitarios tienen como primera obligación actuar en esa dimensión y nunca como ciudadanos de su país de origen, entre otras cosas porque se les mirará con lupa para ver si lo hacen. ¿Alguien imagina que el comisario de nacionalidad española -que no el comisario español, en un sentido de pertenencia- dejaría de denunciar a su estado si incumple el compromiso de déficit o las normas comunitarias en medio ambiente, por poner dos casos?

En realidad, quienes miden el peso de este país en la Unión por el número de españoles con responsabilidades de primera línea cometen varios errores.

Uno, que el interés de un estado como España sale adelante en la UE solo si es capaz de identificarlo con el interés comunitario, lo que exige propuestas y alianzas más que nombres personales. Decenas de ejemplos ilustran lo dicho, especialmente numerosos durante los primeros años de nuestra pertenencia a la Unión, pero también durante la última Presidencia semestral que hemos ejercido, en la primera mitad de 2010.

Otro, que el trabajo de promoción de las propuestas y conformación de las alianzas corresponde a quien representa a España, es decir, a su Gobierno a través de los políticos, los diplomáticos y los funcionarios, y no a los que, siendo nacionales, ocupan puestos comunitarios en los que encarnan al conjunto de la Unión.

Pensar en otro sentido (el de las casillas institucionales de relumbrón ocupadas por españoles) es hacerlo en términos decimonónicos, de diplomacia antigua, que nada tienen que ver con un concepto moderno, federalista de la UE.

Por eso haría bien el Gobierno en no seguir por esa vía de arenas movedizas, en la que nunca se estará satisfecho. Y también la oposición en no recorrerla, porque cuando estaba en el Ejecutivo argumentó correctamente contra el "peso de España" así considerado y se centró en promover políticas que, si era el caso, desembocaran luego en personas para aplicarlas, consiguiendo buenos resultados. Eso sí, a ambos les corresponde construir algo que sí pesa de verdad en Bruselas: el consenso en política europea.

No me olvido de los periodistas, porque a fuerza de resumir el mensaje en una frase y unos nombres, terminarán haciendo involuntariamente un daño adicional en el cuerpo maltratado del debate europeo en España, cuyos ciudadanos pueden pensar que se nos maltrata doblemente: con la austeridad y con el desprecio.

Ojalá haya muchos españoles y muchas españolas en responsabilidades europeas. Pero que sea porque, amén de sus cualidades personales, este país sea capaz de concitar acuerdos con sus propuestas y respeto por su capacidad para solucionar la crisis económica que lo atenaza.