Demos crédito a la nueva Comisión Europea

Demos crédito a la nueva Comisión Europea

Tenemos que mirar con esperanza la entrada en funciones de la nueva Comisión Europea, que cuenta con la mayor legitimidad de la historia: su presidente fue elegido por el Parlamento a partir del voto de la ciudadanía europea el pasado 25 de mayo, como manda el Tratado de la Unión y es lógico en democracia.

Tenemos que mirar con esperanza la entrada en funciones de la nueva Comisión Europea (el 1 de noviembre), que cuenta con la mayor legitimidad de la historia: su presidente fue elegido por el Parlamento a partir del voto de la ciudadanía europea el pasado 25 de mayo, como manda el Tratado de la Unión y es lógico en democracia.

Esa es la primera razón para la esperanza: su legitimidad, que debería traducirse en determinación para ejercer como verdadero Ejecutivo de la UE y garante del interés comunitario con su propio criterio, frente al predominio de los Gobiernos de los Estados miembros a través del Consejo a lo largo y ancho de la crisis.

Para hacerlo, contará -y este es el segundo argumento- con la complicidad de un Parlamento Europeo que la ha respaldado por una amplia mayoría tras debatir su programa, conseguir verse reflejado en el mismo y someter a las comisarías y a los comisarios a un escrutinio político y técnico que para sí querrían muchas democracias.

El tercer motivo para el optimismo deriva del pacto político que la propia Comisión encarna: la suma de populares, socialistas y liberales que la integran garantiza retomar el compromiso histórico que las tres fuerzas políticas establecieron hace décadas para dar vida a la UE y gobernarla con eficacia, muy debilitada estos últimos años.

Y ahí está el cuarto motivo para pensar que las cosas pueden ir mejor ahora: la recuperación protagonismo del socialismo europeo, por decisión ciudadana en las urnas europeas y nacionales, en el Parlamento, la Comisión y el Consejo. Un papel que había perdido en la pasada legislatura, lo que abrió la puerta a la política de la austeridad a ultranza.

La presión de la izquierda de Gobierno puede coincidir con la constatación por parte de la derecha europeísta de que esa forma de entender la austeridad ha tocado techo (quinto dato para la esperanza), a la vista del mantenimiento del desempleo y la ausencia de crecimiento.

Tanto el programa de Juncker (con sus 300.000 millones para reactivar la economía) como las decisiones del Banco Central Europeo y de la antigua Comisión -en coordinación con la nueva- de aplicar flexibilidad a la hora de pronunciarse sobre los proyectos presupuestarios de Francia e Italia, parecen ir en esa buena dirección.

Y finalmente, como séptima razón, constatar que el ambiente proeuropeo empieza a recuperarse en la opinión pública, tras años de retrocesos en la confianza hacia la UE. Hasta el punto de que, incluso en el Reino Unido, los últimos sondeos muestran una mayoría absoluta de los encuestados a favor de Europa, en lo que mucho puede tener que ver haber sido utilizada como argumento en positivo frente al independentismo escocés.

Responder a esa esperanza está ahora en manos de Juncker y su equipo. Si lo consiguen, los resultados serán un multiplicador que permitirá, más pronto que tarde, convertir a la UE en esa unión política federal -con Tesoro propio y presupuesto suficiente- que muchos anhelamos y nuevas crisis exigirán.