Esto no es Versalles, sino Bruselas

Esto no es Versalles, sino Bruselas

Chasco monumental este lunes para los que llevaban todo el fin de semana apostando por el abismo, y alegría aún más grande para la gran mayoría de europeos que consideran el euro un logro que no se puede poner en peligro y que tampoco querían dejar de apoyar a los griegos.

Como me dijo una persona inteligente poco dada a la demagogia el lunes a las 9 de la mañana, "esta vez se han ganado el sueldo". Se refería a los jefes de Gobierno (y de Estado, por Francia) de la zona euro que han estado reunidos 17 horas, noche incluida, para conseguir un acuerdo que salvase a Grecia de la catástrofe y a la UE de un buen descalabro.

Chasco monumental este lunes para los que llevaban todo el fin de semana (y desde mucho tiempo antes, claro) apostando por el abismo, y alegría aún más grande para la gran mayoría de europeos que consideran el euro un logro que no se puede poner en peligro y que tampoco querían dejar de apoyar a los griegos en el esfuerzo por salir de la enorme crisis que están sufriendo, más que viviendo.

El acuerdo alcanzado por los países del euro para poner en marcha el tercer rescate a Grecia es sólido y equilibrado. Si todas las partes cumplen (empezando por Atenas en las próximas horas), se podrá encarrilar una situación que se había descontrolado a partir de la convocatoria del referéndum del 5 de julio.

Pero atención, que nadie trate de erigirse en vencedor y señalar a un vencido. Los políticos, los analistas, los periodistas que creen en la UE, deberían hacer en los días por venir un esfuerzo presidido por la palabra "generosidad". Solo así se podrá entender que, con el acuerdo del lunes 13 de julio, sólo hay una parte ganadora y se llama Europa.

Podrán llamarme ingenuo por lo que digo, pero sobre todo quiero ser europeísta y no caer en errores que la historia nos ha dejado subrayados y en negrilla: esto no es Versalles, sino Bruselas, aquí no había una guerra, sino un problema, y es necio tratar de identificar a contendientes en vez de a socios.

Los socios necesitan fiarse unos de otros y para conseguirlo precisan de un recorrido juntos que lo permita y también de mecanismos que lo garanticen. Normal. Cuando alguien pide un crédito tiene que demostrar que puede devolverlo y, en ese caso, quien se lo concede debe proponer un interés y un plazo razonable. Ocurre hasta en las mejores familias. También en Europa y, concretamente, en la zona euro, con Grecia dentro.

El primer ministro Alexis Tsipras (sobre el que nunca he ahorrado críticas políticas) tiene ahora la oportunidad de liderar un cambio para Grecia. Llegó a negociar a Bruselas con el aval de los partidos proeuropeos de su país, que mostraron un altísimo sentido de la responsabilidad al respaldarle. Puede, por lo tanto, contar con la legitimidad de las urnas que le eligieron democráticamente, y también con ellos, para obtener la mayoría del Parlamento.

Por su parte, el resto de los socios, las instituciones comunitarias y las grandes familias políticas europeístas deben entender que la austeridad ha alcanzado su límite como política única y aplicada a ultranza. Ha llegado la hora de modularla sustancialmente con una política de crecimiento y empleo a la altura de una UE que no es comprensible sin fortalecer y desarrollar su modelo social, que la ha convertido en un punto de referencia del bienestar. Se acerca, pues, el momento de culminar la unión política, económica y social europea.

España tiene que empujar en esa dirección si quiere mirarle a los ojos al paro y a la desigualdad, que solo se pueden combatir con crecimiento. ¿No es hora de alcanzar un gran pacto político y social que permita a nuestro país estar a la cabeza del cambio de marcha en la política económica europea? Mi opinión es que sí, porque los únicos descolocados aquí con el éxito de la Cumbre de Bruselas son los que querían que la bicicleta se cayese. Y no se cayó.