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La huelga general del 14-N y Europa

Las noticias sobre el rescate sí, rescate no y los movimientos en torno al mismo que se registran todos los días, están tapando una realidad que avanza a velocidad de crucero y debería ser una de las principales preocupaciones de los dirigentes europeos: la creciente desafección de los trabajadores respecto a la UE.

Las noticias sobre el rescate sí, rescate no y los movimientos en torno al mismo que se registran todos los días, están tapando una realidad que avanza a velocidad de crucero y debería ser una de las principales preocupaciones de los dirigentes europeos: la creciente desafección de los trabajadores respecto a la UE.

Sin duda, es una mala noticia: primero, porque nunca antes se había producido, de forma que la construcción europea había contado con el apoyo muy mayoritario de la clase obrera del continente; segundo, porque, se quiera o no, los asalariados -con empleo o en paro- constituyen el sector social más numeroso de la UE.

Al abordar las cifras de apoyo al proyecto europeo constatamos con pesar que estamos alcanzando los niveles más bajos que hemos conocido hasta la fecha, incluyendo en países tan europeístas como España. La razón tiene que ver con lo dicho: muchos trabajadores ven hoy a la UE como arte y parte de las políticas de austeridad que rebajan sus salarios, endurecen sus condiciones laborales y desmantelan la educación, la sanidad o las prestaciones públicas.

No nos engañemos: la UE es parte del gran Pacto Político (con mayúsculas) alcanzado en la Europa de los 60 y 70 entre izquierda y derecha, conservadores y socialistas, empresarios y sindicatos, que garantizaba la existencia y permanencia de un modelo social caracterizado por lo que conocemos como Estado del bienestar.

Nunca hasta esta crisis tal pacto había sido puesto en cuestión, ni explícita ni implícitamente. De forma que cualquier paso adelante en la construcción europea constituía una ampliación de derechos, un aumento en el nivel de vida. Así ocurrió, por ejemplo, con el mercado único, que vino acompañado de la política de cohesión económica, social y territorial. O de la ampliación, a la que siguió un Tratado (heredero de la Constitución Europea) que incluía una extraordinaria Carta de Derechos Fundamentales con carácter jurídicamente vinculante.

Pero la situación hoy ha girado 180 grados: la política de austeridad por la austeridad definida en el nivel de la UE y aplicada casi sin excepción por los estados miembros (la Francia de Hollande aparte) se está cebando en las políticas públicas más cercanas a la clase obrera, de forma que el debilitamiento del Estado del bienestar coincide con un incremento extraordinario del desempleo y, de su mano, de una fuerte precarización de las condiciones laborales y una bajada considerable de los ingresos reales.

En estas condiciones, es lógico que la oposición de las centrales sindicales a las políticas regresivas de los Gobiernos nacionales esté directamente conectada a un rechazo de las decisiones adoptadas en la UE por el Consejo y la Comisión, que o las imponen o las validan.

Cuando hasta la fecha eran uno de los principales impulsores del avance de la construcción europea, los sindicatos han tenido que decir basta: "Si es para lo que está haciendo, no queremos más Europa". Es absolutamente comprensible. De ahí que la Confederación Europea de Sindicatos haya convocado una nueva Jornada Europea de Movilizaciones para el 14 de noviembre, que en algunos países adoptará la forma de huelga general: España, Portugal y, en forma de paro de cuatro horas, Italia.

Solo hay una manera de modificar una situación como la descrita: que la austeridad se haga compatible con la existencia de políticas de crecimiento y empleo; que el ahorro no se haga con los bolsillos del estado del bienestar o de los trabajadores, de forma que los empresarios y los más ricos asuman su cuota parte progresiva en la salida de la crisis. En otras palabras, que se respete el Pacto Político establecido y cualquier paso hacia una unión económica europea como parte de un horizonte federal de la UE venga acompañado de un nivel como mínimo igual de Europa social.

De lo contario, el proceso de construcción europea perderá a uno de los principales valedores históricos (la clase obrera) y dejará de ser atractivo para buena parte de la ciudadanía, lo que terminará abocando, se quiera o no, a su debilidad y estancamiento.

De momento, sería bueno comprender que los sindicatos convocan la huelga general del 14 de noviembre no contra la UE, sino contra las políticas que actualmente ampara o se hacen bajo su paragüas. En realidad, la organizan por otra Unión posible y necesaria: una que sea federal y tenga como su principal objetivo la profundización y desarrollo del modelo social europeo en un proceso de toma de decisiones en el que los trabajadores tengan el peso que les corresponde. Y que no hoy no ven reconocido.