No busquemos agua en el espejismo del Consejo Europeo

No busquemos agua en el espejismo del Consejo Europeo

No es bueno que los partidos que suscribieron un pacto con motivo del Consejo Europeo se esfuercen para encontrar en las conclusiones algún enganche para demostrar la utilidad de su acuerdo argumentando que ha servido para reorientar la política económica de la UE.

No es bueno que los partidos españoles que suscribieron un pacto con motivo del último Consejo Europeo se esfuercen tratando de encontrar en los puntos y las comas de las conclusiones del mismo algún enganche para demostrar la utilidad de su acuerdo argumentando que ha servido para reorientar la política económica de la UE. Sería buscar agua en un espejismo.

Entre otras cosas, porque salta a la vista que tal reorientación no se ha producido ni el Pacto español estaba en condiciones de conseguirlo en ausencia de otros factores mucho más poderosos y efectivos para los que todavía habrá que esperar algún tiempo (por ejemplo, el acceso del SPD al Gobierno federal alemán). De hecho, ni la llegada de Hollande al Elíseo hace un año lo ha logrado todavía.

El Consejo Europeo ha adoptado algunas decisiones positivas (aunque insuficientes), no cabe duda, como las referidas al empleo juvenil. Hasta puede verse en ello algún signo de intentar complementar lo existente con elementos de índole social. Pero digo complementar, porque lo que hay no cambia ni un ápice.

Y lo que hay es una política de austeridad a palo seco que nos ha llevado a una recesión retroalimentada en un círculo vicioso sin fin que ha condenado al paro a decenas de millones de trabajadores europeos y, si no se remedia, seguirá haciéndolo de manera inmisericorde en un marco en el que aumenta la desigualdad, bajan los salarios, retroceden las condiciones laborales y se debilitan los Estados del bienestar.

En el conjunto de la UE, aunque con diferente intensidad, se vive la crisis económica, pero en buena parte de la misma se sufre también una crisis social de dimensiones desconocidas por su dureza. Y lo insoportable de esa situación es que tenemos los medios para acabar con ella con rapidez, pero no se utilizan.

Por ejemplo, la emisión de deuda europea para conseguir fondos con los que inyectar la bomba económica nos proveería de recursos masivos sin necesidad de pagar prácticamente intereses adicionales, rebajando los existentes. Objetivo que también alcanzaría que el Banco Central Europeo comprara la deuda emitida por los Estados miembros de forma ilimitada a cualquier precio. La reactivación económica así puesta en marcha reduciría el desempleo y los gastos de las prestaciones del mismo, generando ingresos públicos vía IRPF, IVA y cotizaciones sociales, lo que terminaría aliviando el problema de la deuda pública y del déficit del Estado.

No, no se trata de un cuento de hadas, sino de algo tan factible que de alguna manera se hace ya en otros países (Estados Unidos) y avalan los mejores economistas del mundo.

Sin embargo, los sectores sociales dominantes en países centrales como Alemania se niegan a asumir que la austeridad terminará poniendo en jaque sus propios intereses, que hoy consideran beneficiados a corto plazo por la política económica que han impuesto en la UE. Porque clamamos por construir una unión económica europea para contar con una política económica común cuando, en realidad, tal política ya existe: la del déficit cero y la devaluación interna, o sea, la austeridad.

Eso tenemos que cambiarlo entre todos: los estados que están pagando la mayor cantidad de platos rotos y las fuerzas políticas y sociales responsables. Y es ahí donde la importancia del Pacto impulsado en España cobra toda la importancia de ser un elemento más que oponer a la locura de haber embarcado a la UE en un viaje que lleva directamente al precipicio, porque nuestro país (con la legitimidad que otorga la unidad de sus partidos) debería decir con otros -desde los socialdemócratas alemanes a los sindicatos europeos- que la austeridad por la austeridad no puede seguir en vigor ni un mes más si no es a riesgo de asumir consecuencias imprevisibles.

Por cierto, que nadie se olvide de que la política económica europea en vigor ni siquiera arregla los problemas más sonoros. Grecia entra ya en la última fase de su rescate, es decir, se acaba el dinero. Y cuando se haya consumido, ¿cuál será el siguiente paso? Podemos temer lo peor.