El odio de la derecha a los actores

El odio de la derecha a los actores

Es una constante en la historia reciente. La derecha odió a los titiriteros y ahora repudia a los actores. No le perdonó, aquella derecha extrema, a García Lorca su lucidez y su compromiso. Ni que fuera homosexual. Ellos, en el escenario o en celuloide, reflejan muchas veces lo que los ciudadanos piensan.

Es una constante en la historia reciente. La derecha odió a los titiriteros y ahora repudia a los actores. No le perdonó, aquella derecha extrema, a García Lorca su lucidez y su compromiso. Ni que fuera homosexual. Furia de fobias cruzadas. Ellos, en el escenario o en celuloide, reflejan muchas veces lo que los ciudadanos piensan. Atacar a los actores es una manera de despreciar la libertad crítica de los ciudadanos.

Candela Peña casi me hizo llorar la noche de los Goya. Le bastó un minuto para expresar como nadie el grito de denuncia por nuestro deterioro moral. Hay políticos que protestan cada día por todo lo que está pasando, pero no tienen la misma capacidad para llegar hasta nuestras entrañas. No son actores. La mayoría de los políticos no son como Candela. No tienen su fuerza expresiva.

Imagino que no debe ser agradable para el Gobierno, en especial para el ministro Wert que asistió a la gala escuchar el grito amargo y sentido por los servicios públicos que ellos se encargan de desmontar. La cultura, el cine, es patrimonio de los ciudadanos, y forma parte de ese concepto tan de moda: "marca España". ¿No es Pedro Almodóvar embajador de nuestra cultura cuando sus películas recorren el mundo? La subida del IVA hasta el 21% de los productos culturales lo dice casi todo.

Reconozco mi asombro por la manera en que el Gobierno y algunos medios conservadores se han defendido tratando de desacreditar al mensajero. No quieren actores ni intelectuales comprometidos; los quieren orgánicos. Les gusta tener embajadores culturales al estilo Julio Iglesias. Pataletas de niños de colegio que ignoran la razón última del deber democrático ciudadano: denunciar alto y claro cuando se pierden nuestras esencias; en este caso, cuando nuestro Estado del bienestar está en riesgo.

Quienes se dedican estos días a criticar a los actores españoles por su denuncia social y guardan un espeso silencio sobre el deterioro de nuestros servicios sociales, se sitúan en un alarmante limbo moral. Al margen de los partidos y de las preferencias partidistas de cada uno, es una obligación del conjunto de la ciudadanía poner su granito de arena para cuidar de lo colectivo. Cuando los servicios básicos que debe garantizar un Estado social están en riesgo, es un imperativo moral denunciarlo.

No está mal recordar que quienes nos manifestamos y denunciamos los recortes y el deterioro de lo público, lo hacemos también en beneficio de quienes nos insultan. Y también en beneficio de quienes quizás no hagan uso en este momento de los hospitales públicos, pero con toda probabilidad lo harán en un futuro.

¿Actores politizados? Más bien actores vivos; libres en democracia. El compromiso intelectual es uno de las actitudes más nobles; manifestarlo en tiempos de intolerancia, un acto de coraje. Menudo ridículo el de quienes ahora se dedican a husmear en los asuntos internos de los actores para encontrar la manchita que por fin deje en evidencia que son unos ricos frívolos y descorazonados. Por no hablar de quienes piensan que al ser una gala pagada con dinero público está mal que se hagan denuncias políticas. O sea, según esta concepción, los súbditos, no ciudadanos, deben asentir y callar a cambio de una "paguita".

El ministro de hacienda, Cristóbal Montoro, ha avisado, o más bien amenazado en tono gansteril que algunos de esos actores no pagan impuestos en España, como queriendo evidenciar las inconsistencias de sus denuncias. Montoro, conviene recordarlo, es el padrino de una ley que ha permitido blanquear dinero de forma legal a aquellos que lo tenían oculto, incluyendo a Bárcenas. Alguien ha dicho que lo hace al estilo al Capone. Pero yo creo que se mueve más en un estilo torrentiano. Sí, la saga de Torrente evoluciona peligrosamente de cinta simpática y algo chusca a fiel espejo nacional.

¿Mintió Candela Peña? Estoy seguro de que no. ¿Exageró? Quizás un poco. Pero, ¿acaso no es frecuente recurrir a la hipérbole para llamar la atención sobre aquello que nos preocupa?