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Invictus descanse en paz

Es una buena noticia -admitámoslo, el PSOE no da muchas hace tiempo- para unos ciudadanos que llevan tiempo dando vueltas en la cama ante la cuenta atrás: hay elecciones en unos meses y las posibilidades de que vuelva a gobernar el PP se multiplican al ritmo en que IU se desintegra.

Han cortado la cabeza a Invictus, nombre guerrero que se buscó Tomás Gómez para tratar de encubrir su mayor debilidad: la de ser ignorado por la mayoría de ciudadanos progresistas que viven en Madrid y él pretendía representar. Que descanse en paz y no arruine (más) a su partido.

Es una buena noticia -admitámoslo, el PSOE no da muchas hace tiempo- para unos ciudadanos que llevan tiempo dando vueltas en la cama y girando su propia almohada ante la cuenta atrás: hay elecciones en unos meses y las posibilidades de que vuelva a gobernar el PP se multiplican al ritmo en que IU se desintegra, el PSOE tenía su peor cara y Podemos es un enigma que no sabe si es de izquierdas o derechas.

La semana pasada me lo decía un economista progresista que vive en Bruselas pero vota en Madrid y simpatiza con el PSOE. "No voy a votar a Tomás Gómez ni loco". Puedo parecer un raro, pero conozco a muchos que votarían a Pedro Sánchez y no sé de nadie que fuera a votar a Tomás Gómez. Hace tiempo que descubrí que a veces la mejor encuesta es hablar con la gente (me pasó en las elecciones europeas, que viví de cerca. Las encuestas eran malas, pero conversando percibías lo que terminó sucediendo: el peor resultado electoral del PSOE hasta la fecha).

La irrelevancia en la política de un candidato que lleva años como líder del Partido Socialista de Madrid debería ser motivo suficiente para apartarlo. Pero la cosa no termina ahí. Fue Tomás Gómez quien no dejaba de hablar de primarias excepto cuando le tocó a él convocarlas. No niego que no cumpliera los procedimientos (elásticos como el chicle cuando un líder sin apoyo social busca refugio en las redes clientelares de su propio partido), pero logró ser proclamado candidato sin primarias de ningún tipo (ni de militantes ni de las abiertas a los simpatizantes).

Estamos demasiado acostumbrados a que los partidos no sean máquinas racionales capaces de optimizar sus recursos en su propio beneficio. El mejor candidato para los ciudadanos no suele ser el que presentan los partidos. Al PSOE le pasa especialmente: se premia a los más leales (ojo, no con los valores del socialismo sino con los líderes de turno, hagan lo que hagan) y la deriva va espantando a los mejores, que no entienden la pertenencia a un partido como una cláusula de silencio y sumisión aunque el camino emprendido conduzca al abismo.

La caída de militantes del PSOE en Madrid ha sido extraordinaria. Nada peor que la sumisión a un líder que no reúne las condiciones para serlo.

Por si fuera poco, a Tomás Gómez le acechan los tribunales, porque existen dudas sobre su gestión al frente del ayuntamiento de Parla. Su obra estrella, el tranvía, costó mucho más de lo que inicialmente estaba previsto. Presunción de inocencia, claro, pero al PSOE de Pedro Sánchez no le queda otra alternativa que ser escrupuloso e incluso sobreactuar ante la corrupción. No está el horno para bollos.

El diciembre pasado me encontré casualmente en un genial bar de cócteles de la madrileña calle Pez con una colaboradora de Ángel Gabilondo, con quien tuve la suerte de iniciarme en mi etapa de política universitaria en la Autónoma de Madrid, cuando él era rector. Le pregunté por la posibilidad de que Gabilondo, el filósofo, fuera candidato a la Comunidad de Madrid. Entonces era imposible ante la cerrazón de invictus. Ahora sería una magnífica noticia.

Ángel Gabilondo representaría lo opuesto a lo que el PSOE nos tiene demasiado acostumbrados y, ojalá, un acercamiento de otros excelentes profesionales a este partido. Es un intelectual sólido, catedrático de metafísica, con experiencia política de primer nivel y tan distinto a quienes han hecho de la política su modo de vida. Aportaría reflexión y sosiego.

Demasiado a menudo quedamos abstraídos por el ruido de los medios y las redes, en esta era de la instantaneidad en que quienes más gritan más espacio tienen. Simboliza el valor de la excelencia profesional, de lo público y el valor del conocimiento, tan importante para nuestro futuro como escaso en la política. Sería una buena noticia para los muy huérfanos ciudadanos progresistas de Madrid.