Jóvenes indignados: Politizarse o sucumbir

Jóvenes indignados: Politizarse o sucumbir

Esta es la realidad: O se politizan, o los jóvenes no podrán cambiar la realidad que más les indigna. ¿Que los partidos políticos están gobernados por unas élites, a menudo mediocres? ¡Que se abran paso a codazos o creen partidos nuevos! Su suerte y la del país está en juego.

La previsibilidad es la peor enemiga de la política. La previsible corrupción, su demonio. Los discursos huecos, reiterativos, planos, que ya no sorprenden ni al más militante, son el mayor espantador de la política. El divorcio entre lo prometido y realizado, un peligroso fraude a la democracia representativa, se encarga de hacer el resto.

Inspira mucho más quien se pasa a veces de frenada que quien calcula al milímetro sus palabras para no perjudicar sus intereses. La izquierda está moribunda entre otras razones porque se habla con demasiada cautela en los círculos internos de los partidos. Los cuadros de los cuadros siempre miden, calculan, sopesan y al final terminan por poner tantas capas a su corazón que ya no se sabe si está a la izquierda o a la derecha. La moderación casi siempre responde a intereses y no a la complejidad de los problemas. Por eso no me ha extrañado que el discurso de Beatriz Talegón haya revolucionado las redes sociales y sembrado un poco de esperanza: ¡quedan indignados en la política!

Los jóvenes españoles detestan esta política pero la necesitan más que nunca. Los españoles indignados han protagonizado unas movilizaciones de éxito mediático mundial. Nadie les podrá recriminar al 15M, plataformas anti-desahucio y demás movimientos de protesta que no fueran los primeros en denunciar de manera rotunda la decadencia democrática que nos devora el ánimo cada día. Quienes protestan cuando la democracia pierde sus esencias son los mejores aliados del sistema, no su enemigo.

Pero el éxito en la calle corre el riesgo de confundir y desorientar a los jóvenes. La exigencia ética de la protesta no debe ocultar la necesidad de recurrir a la política para cambiar las cosas. La protesta sacude las conciencias y alerta a las instituciones; produce sensación de emergencia. Pero no cambia por sí sola la realidad más indignante. El compromiso político es uno de los valores más solidos de la democracia. Pero necesita cauces limpios que le permitan sobrevivir y desarrollarse.

Los jóvenes españoles han vivido demasiado tiempo de espaldas a la política y ahora la necesitan. Están huérfanos institucionalmente porque no confían y no participan en los "canales oficiales" de representación. La prosperidad económica en España generó una suerte de confort intelectual que anestesió las conciencias, siempre bajo la sombra de unos padres que vivieron el franquismo, un demonio sistémico contra el que identificar los males era fácil y además estaba justificado.

La terrible crisis moral, económica, política y social que sacude España les ha empujado al abismo: o les lleva al paro, o les expulsa al extranjero para buscar trabajo o sencillamente les brinda el espectáculo nacional de la corrupción y la impunidad. ¿Puede haber más motivos para organizar la rebeldía?

Esta es la realidad: O se politizan, o los jóvenes no podrán cambiar la realidad que más les indigna. ¿Que los partidos políticos están gobernados por unas élites, a menudo mediocres? ¡Que se abran paso a codazos o creen partidos nuevos! Su suerte y la del país está en juego.