Necesitamos una primavera europea

Necesitamos una primavera europea

En el panorama europeo solo se vislumbran dos luces. Una apagada y envejecida, representada por unos europeístas que han perdido fuelle; entre otras razones porque el funcionamiento de la UE les ha empujado hacia una tecnocracia de salón. La otra luz, autodestructiva, que brilla con más fuerza, produce ilusión cada vez en más ciudadanos -sobre todo jóvenes- y temo que sí que está penetrando en el campo emocional.

De manera genial, Beppe Severgnini, columnista italiano, comentaba en el New York Times hace unos meses las dificultades que tiene Europa para conectar emocionalmente con sus cada día más desconfiados ciudadanos. Volver a producir entusiasmo por Europa con nuevas reglas sobre la unión bancaria -que es el principal asunto sobre la agenda en la UE- decía Severgnini, es como tratar de subir la libido leyendo las instrucciones de una caja de preservativos: algo posible, quizás, pero en todo caso un reto complicado.

Una encuesta acaba de dar cuenta de nuevo del estado de ánimo ciudadano respecto a la UE. Un 76% de los españoles cree que la UE "va por mal camino", lo que sitúa a España entre los países más europesimistas. En todos los países encuestados, la UE suspende en la valoración sobre su gestión de la crisis (un 77% condena su actuación en Francia e Italia).

En el panorama europeo solo se vislumbran dos luces. Una apagada y envejecida, representada por unos europeístas que han perdido fuelle; entre otras razones porque el funcionamiento de la Unión Europea les ha empujado, durante esta crisis, hacia una suerte de tecnocracia de salón. La tecnocracia puede producir buenos resultados -el milagro chino bien lo sabe- pero en todo caso no suda, no sonríe, no vibra y no hace circular las emociones. No sube la libido, siguiendo a Severgnini. El problema es que para continuar rodando esta película europea necesitamos emociones. Emociones sólidas y responsables, pero fuertes.

La otra luz, autodestructiva, que brilla con más fuerza, produce ilusión cada vez en más ciudadanos -sobre todo jóvenes- y temo que sí que está penetrando en el campo emocional. Sí, admitámoslo: los eurófobos monopolizan las emociones en el discurso sobre Europa. Aunque sea contra ella. Tienen un objetivo: desmontar la Unión Europea, reforzar las fronteras, proteger más a sus nacionales, etc. Son populistas porque sus recetas no solucionarán los problemas que apasionadamente señalan. ¿Alguien se cree que regresando al Estado nación la democracia estará más protegida, más a salvo de los envites de los mercados globales? No importa que sus propuestas sean gaseosas. El componente utópico de su plan, medio irrealizable, enciende la llama de la esperanza para muchos ciudadanos a los que la crisis ha puesto en dificultades.

Es fácil entender por qué el status quo en Europa resulta despreciable. Los europeístas han tragado mucho en los últimos años. Han agachado la cabeza cuando se ha apartado a primeros ministros elegidos democráticamente por otros que no concurrieron a las elecciones en Italia o Grecia. No han alzado la voz suficientemente cuando la Troika, los hombres de negro, han impuesto planes de rescate que operan en dirección opuesta a principios y valores profundamente europeos: la sanidad y la educación pública de calidad, por ejemplo. Mientras el país afectado no fuera el propio, no importaba que dichos planes de ajuste actuaran contra los sacralizados -pero ignorados- objetivos de Europa 2020. ¿La Europa del conocimiento con escuelas y universidades taladas como un bosque sin alma? Ciencia ficción con mucho drama de por medio. Algunos países europeos para defenderse, pretendiendo que defendían Europa, han practicado una política contraria a la esencia de lo que fue y debe ser la Unión Europea.

Curiosamente, uno de los mejores discursos que se han hecho recientemente sobre Europa no lo ha pronunciado un líder europeo, ni siquiera un académico. Bono, el cantante de U2, habló en la convención que hizo el Partido Popular Europeo en Dublín hace unas semanas. Frente a lo que podría parecer, no se dedicó a elogiar a la familia conservadora que con tantos desaciertos dirige la política europea, "los irlandeses nos hemos rescatado solos, no por la Troika, sino a pesar de ella" -dijo ante una perpleja mirada de Merkel-. "Reformar tratados o aprobar directivas es importante, pero no nos define... Las emociones nos definen... Europa, un pensamiento, debe transformarse en un sentimiento. Estaríamos mejor si nuestra unión no fuera solo económica, sino afectiva..." El discurso, de unos 20 minutos, merece ser visto íntegramente (aquí, en inglés).

Sobran razones que aseguran acertadamente que la Unión Europea es la mejor apuesta estratégica para que a los europeos nos vaya mejor en este mundo. Pero los proyectos políticos requieren, además, pasión y cierta épica, incluso en tiempos de paz. Y la UE no es solo un área comercial. Comienza a ser un problema que quienes agitan las banderas de la Unión Europea siempre estén fuera de ella. Sí, todavía hay cola para entrar en Europa, pero quienes están dentro y no están contentos con esta UE no están sabiendo pegar un grito para cambiarla.

Necesitamos una suerte de primavera europea, similar a la del sur del Mediterráneo. La buena noticia es que las elecciones al Parlamento Europeo son el 25 de mayo. La mala es que no queda tanto tiempo para tejer un discurso rabiosamente crítico y europeísta que cale emocionalmente en el alicaído ciudadano europeo. Si bien la primavera del sur dio paso a un invierno islamista, esperemos que la nuestra no nos depare un invierno xenófobo y populista.