Un mechón sobre la frente

Un mechón sobre la frente

El pelo es uno de esos asuntos sensibles de la estrategia al más alto nivel. Ojo con jugar con el pelo. Obama debe tener cuidado. Su única experiencia fue con un rival alopécico.

Cuando existe en la cabeza de los candidatos, el pelo es uno de esos asuntos sensibles de la estrategia al más alto nivel. Los presidentes lo tienen fácil. Las canas que van acumulando significan peleas con el Congreso, guerras declaradas, órdenes para matar a Bin Laden y muchas horas de trabajo. Son las plumas del gran jefe de la tribu. Imponen respeto. Obama, es verdad, corre un riesgo inesperado. El exceso de potingue que aplica a su cabellera últimamente le está provocando unas ondas y un brillo que le acercan a los momentos más engominados de Sammy Davis Jr.

 

Foto: Obama deja que un niño le toque la cabeza. Foto: PETE SOUZA.

Ojo con jugar con el pelo. Recuerden que el candidato demócrata John Edwards vió su tumba por primera vez cuando se descubrió que había pagado 400 dólares por un corte de pelo. Aunque en este universo de folículos, nadie ha podido batir la maestría de Mitt Romney. Por algo ha llegado donde está. Nuca rapada, raya a la izquierda, patillas blancas y un ligero mechón repentino sobre la frente, comparable al de Clark Kent. A su peluquero le han hecho hasta un reportaje en el New York Times, donde desvela que de tinte nada de nada. El mismo corte toda la vida. "Controlado", así lo describe el barbero. Tanto le importa el asunto que, de niño, su casco peludo republicano no pudo soportar la melena de un compañero gay. No paró hasta que le acorraló y le aplicó la tijera mientras le insultaba y hacía oídos sordos a los llantos y gritos del pobre crío. Genio y figura desde la cuna. Mitt ha tenido que disculparse, aunque no sabemos que fue del chaval. Una prueba más de que el pelo, en campaña, entra en juego. El de Mitt aparece en los power point de los estrategas y los tertulianos siguen su evolución.

Obama debe tener cuidado. Su única experiencia fue con un rival alopécico. Aún así, John McCain sacó partido de sus cuatro pelos. En su biografía de héroe militar se cuenta que su cabello se volvió blanco cuando cayó prisionero en Vietnam. Las torturas que sufrió le rompieron tantos huesos del cuerpo que, entre otras cosas, no puede subir los brazos hasta la cabeza, así que necesita un asistente para peinarse. También en este aspecto es un tipo especial, porque Estados Unidos no es un país de calvos. Si los indios cortaban cabelleras era porque los primeros hombres blancos llegaron con ellas bien tupidas. Y eso se hereda. La calva con fajín de pelo a la altura de la cintura de la cabeza, tan tipicamente española, se ve poco por aquí. Así que ya saben, la lucha está vez está entre los rizos africanos y las ondas de la América blanca.