La puerta Roma

La puerta Roma

Roma vivió su primer drama por una puerta hará tres mil años. La ceremonia que fundaba ciudades incluía surcar la tierra para señalar los límites de la futura ciudad. Gente seria sostiene que Rómulo condenó a Remo por desafiar su autoridad, saltando sobre el surco sagrado.

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Puerta en el Trastévere, Roma. Foto: Máximo Pradera.

¿Tiene historia la portada? La directora de El Huffington se siente atraída por la fuerza de la foto de Máximo Pradera antes de leer una palabra de lo escrito tras la imagen de este portón romano, localizado en una callejuela del Trastévere. Su pregunta queda en el aire, junto al encargo de escribir estas líneas sobre el segundo volumen de la historia que cuenta la propia Roma sobre su vida.

Hace años, después de hablarles largo rato y con toda clase de detalles sobre la escultura más visitada del mundo a un grupo de españoles, se me aproximó una de las visitantes. Era una maestra en la cuarentena que desafiaba como el resto ese agosto de hierro romano capaz de reblandecerlo todo. "Oiga- me dijo-, ¿Y cuánto pesa? Ni yo sabía lo que pesaba El Moisés de Miguel Ángel, ni ella pensaba en el robo del siglo. Respondía a esa necesidad de saber más, de acumular todo lo posible, que asalta y abruma a muchos de los que visitan Roma, veinticinco millones de personas el último año.

Roma habla en este libro en primera persona al bárbaro -todos lo somos, según ella-, que desee superar las imágenes convencionales y las leyendas mejor instaladas y por lo general falsas. Pasea con el lector por lugares populares o desconocidos para la mayoría. Su memoria se mueve desde tiempos imperiales a la irrupción del cristianismo, del rostro inesperado de JFK en una escultura vaticana al ajusticiamiento de toda una familia a los pies del castillo del Santo Ángel, y nos transporta, nos lleva de puerta en puerta, puesto que porta viene de portar, de llevar a un ritual de iniciación el primer instrumento de civilización, un arado.

Roma vivió su primer drama por una puerta hará tres mil años, en tiempos donde un siglo más o menos aún significaba poco. La ceremonia que fundaba ciudades incluía surcar la tierra para señalar los límites de la futura ciudad. El arado solo se debía levantar para dejar sin roturar el punto religiosamente exacto donde debía quedar la puerta. Gente seria sostiene que Rómulo condenó a Remo por desafiar su autoridad, saltando sobre el surco sagrado; las puertas del templo de Marte Vengador debían mantenerse abiertas mientras hubiera una guerra en marcha, y circuló muchos años la ironía de que era el templo más inhóspito por sus corrientes de aire, lo que nos dice que no se cerraba mucho; el "vinagre romano" del ácido sentido del humor local, aderezaba en la Edad Media las estatuas de Pedro y Pablo que decoraban la puerta del Pópolo, en cuyo lado interior un apóstol reflejaba en su gesto: "Aquí es donde se hacen las leyes"; mientras el otro en la parte exterior apuntaba a la lejanía con su brazo como queriendo indicar: "Pero allí es donde se cumplen". Las puertas romanas se han usado para más que salir o entrar. La puerta de San Sebastián albergó el picadero más insólito del fascismo. Habitaciones decoradas con telas suntuosas, drapeados pesados, grandes camas cubiertas con pieles de tigre, todo fastuoso, todo recargado. Una mezcla de harén d'anunzziano y romántico destinado a ser poco usado ante el final prematuro y dramático que tuvo su inquilino.

Pero volvamos a nuestro portón que, con su sentido etimológico al completo, cumple el papel de puerta de papel. El mensaje escrito en la superficie señala que se prohíbe pararse ante él. A tenor de su estado nadie diría que se abra con frecuencia, si bien es verdad que unas gentes que comercializan carcasas vacías de teléfonos móviles para aparentar, bien podrían producir portones envejecidos y cubiertos de herrumbre que se abran con la suavidad de una puerta de nave espacial. Mi sensación ante este portón cochambroso e inquietante es otra. Creo que pretende desafiarnos a que en vez de detenernos ante él lo abramos, dispuestos a sufrir las consecuencias. En mi caso fue la entrada al origen de una cultura no siempre motivo de orgullo, pero atractiva como ninguna otra. Rafael Alberti, que vivió muchos años no lejos del portón, tras la puerta de una casa de prostitutas arrepentidas del Trastévere, tradujo con genialidad lo que se esconde tras las puertas romanas al escribir en su poemario Roma, peligro para caminantes: "Aquí está, caminante, la Roma entera, la graciosa, la santa, la putana. Tu laberinto de cada mañana, Roma que se venera y desvenera. Roma que te anonada y enaltece, que te pudre, te exalta, te enfurece. Un español te lleva de su mano y te repite, oh caminante, en vano: si entras en Roma no saldrás de Roma".

Quien empuje el portón, encontrará historias, casi todas propias y apropiadas para recordar de dónde venimos. Si abres, no será fácil volver a cerrar. Al menos yo, ya no he querido.

Carlos López-Tapia acaba de publicar Salve, Bárbaro.

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