La posverdad ya no es lo que era

La posverdad ya no es lo que era

Hitler junto a Goebbels, en primer plano.AFP

Solo a un alemán, pueblo poco dado a nuestra maravillosa imprecisión latina, se le pudo ocurrir crear una palabra como Sattelzeit para denominar tanto al periodo histórico comprendido entre los años 1750 y 1850 como a los gigantescos trastornos sociales y políticos que lo acompañaron.

Reinhard Koselleck, que así se llamaba el teutón, incluso se atrevió a teorizar sobre la brutal renovación semántica de las categorías y los conceptos con los cuales se interpretaba la realidad producidas a raíz de ese cambio político y social, que incluye, como todos saben, el periodo de la revolución francesa.

Ideas como estado, ciudad, ciudadano, familia, o incluso el mismo concepto de progreso dejaron de significar una cosa para asumir nuevos y poderosos significantes tomados de una nueva sociedad que comenzaba a gestarse.

Hoy vivimos otro periodo complejo en la historia de la humanidad, otro tiempo turbulento de cambios igual de profundos en lo material, pero mucho más discretos y silenciosos en lo formal. Una revolución tecnológica que está produciendo a nuestro alrededor gigantescos cambios, uno de los cuales y no el menor de ellos, es un nuevo terremoto semántico que comienza a tener consecuencias políticas y sociales a nuestro alrededor y en el que la propia idea de "verdad" corre peligro, y voy a tratar de explicarme.

La sobreabundancia y la aceleración en la información publicada por los medios y disparada por las redes sociales de forma enloquecida y vertiginosa ha dejado al concepto de "posverdad" acuñado hace escaso tiempo y que tanto nos asustaba en un dulce recuerdo de pasado mejor.

La revolución tecnológica que está produciendo cambios, uno de los cuales y no el menor, es un nuevo terremoto semántico con consecuencias políticas y sociales.

Otro alemán (les prometo que ya paro), este de origen surcoreano y de nombre tan exótico como Byung-Chul Han habla en su obra "El aroma del tiempo" sobre esta aceleración del tiempo y sus consecuencias, entre otras de la imposibilidad de una narrativa coherente que pueda abarcarse de forma global, y su paulatina sustitución por relatos fragmentados que abandonando ese afán de permanencia, solo buscan coherencias instantáneas.

Y las consecuencias de todo esto pueden ser tan contra-intuitivas estremecedoras.

En 2018 consumimos tanta información y a tal velocidad que escándalos políticos que antaño duraban meses en los medios y tenían consecuencias graves para sus autores, hoy se se ven superados en pocos minutos por otras informaciones en una danza infernal que ni siquiera el propio Joseph Goebbels (ahora si que es el último alemán, se lo juro), autor de los 11 principios de la propaganda política, fue capaz de imaginar en sus sueños más húmedos.

La coherencia ideológica o programática ya no puntúan en positivo para partidos y líderes políticos, a pesar de la abundancia de medios técnicos de sencillo manejo que permiten que muchos ciudadanos y medios de comunicación sean capaces de someter a escrutinio una declaración política, la velocidad de sustitución de este evento por el próximo (que ya viene en camino) hace que no sea rentable ser coherente.

¿Qué importa si estás haciendo esta tarde lo contrario de lo que dijiste esta mañana en un mundo en el que ambas informaciones van a ser sustituidas dentro de 30 minutos por otra nueva que ocupará todo el espacio y la atención?

La verdad, para ellos, es la verdad de un instante que comienza cuando se acercan al micrófono de los medios, y termina cuando se han alejado.

Este nuevo paradigma ha sido comprendido perfectamente por políticos como Trump o Bolsonaro en América, por personajes como Orban o Erdogán en Europa y por muchos otros más cercanos en nuestro propio país.

Para todos ellos la idea de verdad se ha convertido en algo fútil, y el paradigma "impacto instantáneo, olvido instantáneo" de las redes sociales en su razón política.

La verdad, para ellos, es la verdad de un instante que comienza cuando se acercan al micrófono de los medios, y termina cuando se han alejado. Es una verdad fugaz y de la que no tienen que responder a posteriori, ya que vale solo para ese momento.

Al día siguiente el mundo y ellos mismos habrán cambiado tanto que no podremos exigirles ni coherencia ni responsabilidad, ya que en 24 horas habrá otra "verdad" enunciada por otro "yo". Y así sucesivamente.

¿Y esto funciona? Pues para comprobarlo solo tienen que mirar los resultados electorales de Trump, Orban o Putin.

Y es que, amigos y amigas, en estos tiempo veloces , infoxicados y confusos, ni siquiera la posverdad es ya lo que era.

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