Justicia ambiental, asignatura pendiente

Justicia ambiental, asignatura pendiente

Coincido con otras voces que reclaman la Justicia Climática en que el cambio climático es la mayor amenaza para los derechos humanos en el siglo XXI. Y que frenar el calentamiento global debe de estar entre las prioridades de las organizaciones globales que apuestan por un desarrollo sostenible y equitativo. Entre 2030 y 2050, por ejemplo, el cambio climático causará unas 250.000 defunciones adicionales cada año, debido a la malnutrición, el paludismo, la diarrea y el estrés calórico.

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Foto: REUTERS

Si me pregunto ¿qué se le presupone a un dirigente político? ¿A una lideresa de la Unión Europea, del G20 o al próximo presidente/a de los EEUU?

Podría afirmar de forma rápida que fomentar la creación de nueva riqueza y puestos de trabajo, asegurar una estabilidad económica que permita mantener nuestros sistemas de salud, nuestra educación, nuestro desarrollo. En el caso de nuestros países, cumplir con la política económica de la zona euro. Y podría seguir agrandando la lista, porque seguro que se me ocurren muchas cosas.

De lo que estoy convencida es de que seguro que ninguno de los líderes europeos está pensando en la necesidad de comprar tierras en otro continente como plan B para la ciudadanía de su país, seguro que ninguno piensa en las implicaciones de los impactos del cambio climático sobre la soberanía del territorio que representan. Seguro que aún disocian las cuestiones migratorias y la movilidad humana forzada de los problemas ambientales.

Sin embargo, eso es lo que sí piensa el Gobierno de Kiribati, que ya ha comprado 6.000 hectáreas de tierras en Fiyi como medida de seguridad; "Si no se hace nada, Kiribati se hundirá en el océano. Para 2030, empezaremos a desaparecer. Nuestra existencia terminará en etapas. Primero, las capas de agua dulce serán destruidas. Los árboles del pan, el taro... el agua salada los matará", afirmó en 2013 el anterior presidente de Kiribati, Anote Tong.

Esta "migración con dignidad," es lo que le preocupa a Melchior Mataki, representante de las Islas Salomon cuando reclama, tras el Acuerdo de París (dic. 2015) más apoyo por parte de la comunidad internacional y mecanismos financieros internacionales para hacer frente a los impactos del cambio climático en sus islas.

Me empecé a interesar por el cambio climático hace ya mucho tiempo, pero no porque viniera del mundo conservacionista o hubiera estudiado una carrera científica.

Lo hice tras observar  el impacto de éste sobre las personas, y el impacto sobre sus derechos - sus derechos a la alimentación y al agua potable, a la salud, a la educación o a la vivienda-. En definitiva, su derecho al desarrollo. Ese desarrollo para el que trabajaba y por el que luchaba desde que empecé mi carrera profesional.

Lo hice después de constatar que en muchos de los lugares donde trabajaba, las tierras fértiles pasaban por períodos de sequía prolongados y luego sufrían inundaciones repentinas, y después más sequía. En este contexto, se observaba claramente cómo sus infraestructuras mínimas habían cuasi desaparecido, sus medios de vida habían sido destruidos, sus cosechas se habían perdido.

1.300 millones no tienen acceso a la electricidad e iluminan sus casas con queroseno y velas, ambos son peligrosos.

Y lo peor es que estas personas con las que trabajábamos y con los que compartíamos los sueños por un futuro mejor no eran responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero que estaban causando este problema. El promedio de las emisiones de CO2 por persona en Mauritania es de alrededor de 0,79 toneladas métricas (70 kg) de CO2 al año, mientras que el promedio de un ciudadano de Estados Unidos está en las 17,5 toneladas métricas (17.500 kg, las emisiones de 230 mauritanos).

Para llegar a la siguiente conclusión no era necesario ser una gran estudiosa del clima: los que sufren de manera desproporcionada los impactos de los cambios sobre el clima no conducen automóviles, no tienen electricidad, no consumen de forma muy significativa.

La mayor parte de la población de los países en desarrollo está sintiendo cada vez más los impactos de los cambios en el clima, los cambios que les impiden saber cómo hacer crecer los alimentos adecuadamente y saber cómo cuidar de su futuro. Sequías e inundaciones son sólo algunas de las consecuencias más visibles y estas incrementan la pobreza extrema de las poblaciones rurales y provocan la migración de etnias y/o trabajadores del campo hacia zonas urbanas para sobrevivir. En definitiva, incrementan su situación de vulnerabilidad.

Coincido con otras voces que reclaman la Justicia Climática en que el cambio climático es la mayor amenaza para los derechos humanos en el siglo XXI. Y que frenar el calentamiento global debe de estar entre las prioridades de las organizaciones globales que apuestan por un desarrollo sostenible y equitativo.

Y si esto es así.... Si estamos hablando de la defensa de los derechos humanos en este siglo, no sólo me preocupa el problema y sus derivadas, me preocupa la necesidad de que hablemos de Justicia. Para mí, la situación de partida es diferente y las responsabilidades en el origen de loque ahora es un problema global también. Y eso me lleva a plantear la necesidad de defender la Justicia Climática. La Justicia Climática responde a un  argumento moral. En primer lugar, para visibilizar y empatizar con los que más padecen sus efectos adversos y se ven más afectados. Y en segundo lugar, para asegurarme  de que las actuaciones para hacer frente al cambio climático con la acción climática tienen en cuenta sus necesidades y no solo las de unos pocos.

Sabemos que en un mundo de 7.200 millones de personas, alrededor de tres mil millones se quedan atrás. Sabemos que en este mundo, el sur global crece anualmente debido principalmente a las desigualdades sociales y económicas.

1.300 millones no tienen acceso a la electricidad e iluminan sus casas con queroseno y velas, ambos son peligrosos.

Hay alrededor de cuatro millones de muertes al año por inhalación de humo en el interior de los hogares.

Entre 2030 y 2050, el cambio climático causará unas 250.000 defunciones adicionales cada año, debido a la malnutrición, el paludismo, la diarrea y el estrés calórico.

Se estima que el coste de los daños directos para la salud (es decir, excluyendo los costes en los sectores determinantes para la salud, como la agricultura y el agua y el saneamiento) se sitúa entre 2.000 y 4.000 millones de dólares (US$) de aquí a 2030.

Globalmente hay un nueve por ciento de coincidencia en los efectos entre un conflicto armado y un desastre natural como sequías y olas de calor; pero en los países con diversidad étnica, como en África, Asia Central y América Latina, aumenta hasta un 23 por ciento. Los países con mayor diversidad étnica son los más fraccionados y los focos rojos de conflictos violentos.

2.600 millones de personas cocinan a fuego abierto -en el carbón, la madera y el estiércol animal-. Y esto hace que haya alrededor de cuatro millones de muertes al año por inhalación de humo en el interior de los hogares y, por supuesto, la mayoría de las personas que mueren son mujeres.

Luchar contra el cambio climático y reclamar la Justicia Climática como base de cualquier nuevo paradigma del desarrollo exige voluntad política y grandes cambios, y esto significa que, obviamente, los países industrializados deben reducir sus emisiones, deben llegar a ser mucho más eficientes en el uso de la energía y deben avanzar tan rápido como sea posible hacia matrices energéticas con base en las energías renovables. Para los países en desarrollo y las economías emergentes, el problema y el reto es crecer sin emisiones, ya que deben y tienen derecho a desarrollarse;

Estos países deben desarrollarse sin emisiones, y esto, evidentemente, es un problema diferente al que tenemos en nuestros países contaminantes y altamente desarrollados. De hecho, ningún país en el mundo ha crecido sin emisiones. Todos los países se han desarrollado con los combustibles fósiles, y luego, en el mejor de los casos, transitan hacia matrices de energía que priorizan el mix renovable.

Por lo tanto, es un reto muy grande, y requiere el apoyo total de la comunidad internacional, con la financiación necesaria y la tecnología al servicio de todos, porque ningún país puede quedar a salvo de los peligros del cambio climático. La próxima COP 22 en Marrakech deberá avanzar hacia esto y clarificar temas por los que París pasó de puntillas, temas tales como la financiación, las pérdidas y daños y la descarbonización de las economías de los países desarrollados y algunos emergentes.

Queramos o no, todos estamos juntos en esto, y tenemos que trabajar juntos para asegurar que se llega a cero de carbono para el año 2050. En un día como hoy, día Mundial de la Acción Climática, es necesario recordar que no podemos dar pasos atrás. Los problemas del cambio climático se entrecruzan con otras cuestiones, encontremos pues soluciones integradas. Si queremos combatir el cambio climático tenemos que ser audaces y facilitar los cambios desde lo público, desde lo común. Recuperemos el control del sistema energético, exijamos una regulación de las multinacionales, clamemos por la descarbonización de nuestras economías y luchemos contra las crecientes desigualdades, porque todo está relacionado.