Un mundo sin españoles

Un mundo sin españoles

No son pocos los españoles a los que les gustaría un mundo sin españoles. Es el caso del nuevo presidente del Gobierno catalán, que quiere una Cataluña sin invasores. También de algunos nacionalistas sabinianos u otros españoles a los que les repatea la simbología, el himno y preferirían reducir lo de ser español a salir de cañas o a la vida nocturna.

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Foto: EFE

No son pocos los españoles a los que les gustaría un mundo sin españoles. Es el caso del nuevo presidente del Gobierno catalán, que quiere una Cataluña sin invasores. También de algunos nacionalistas sabinianos u otros españoles a los que les repatea la simbología, el himno y preferirían reducir lo de ser español a salir de cañas o a la vida nocturna.

Hay otra tipología de españoles a los que les gustaría un mundo sin españoles. Ni en pintura. La de los que quieren aprender inglés de verdad, del bueno. Ver películas americanas sin subtítulos, leer libros sin que cueste trabajo, y tener que recurrir al diccionario constantemente, enterarse del 95 por ciento en una conversación telefónica.

Son los que estudiaron inglés cuando existía la EGB en clases de 35 alumnos con profesores de Moratalaz. Fueron seis o siete años a academias privadas. Pasaron algunos meses de agosto en Londres o el sur de Inglaterra. Nunca dominaron del todo la lengua de Shakespeare. Sigue siendo su asignatura pendiente.

Otros, con menos recursos económicos no pudieron ni eso. Los más valientes se fueron a hacer camas o servir mesas a las islas británicas. Aprendieron el inglés de los restaurantes, ese working English que hablan los inmigrantes, luchando siempre por no pasar demasiado tiempo con otros españoles.

Ahora, muchos de esa generación tienen hijos y piensan que no quieren repetir errores pasados. Conozco unos cuantos. No quieren que sus hijos vayan a Irlanda y se acaben trayendo una novia de otro pueblo de la periferia de Madrid o de Barcelona. En teoría, el mundo se ha ensanchado y las posibilidades son mayores. Ya no es sólo Londres y Dublín sino Canadá, Australia e incluso Nueva Zelanda. Parece posible vivir en un sitio en el que no haya españoles.

Se paga mucho por ello. Un campamento de verano remoto en la costa del Pacífico de los Estados Unidos. Se paga incluso por trabajar. Mil dólares al mes en Australia pagando clases de inglés para poder trabajar de limpiador y ganar 1.600. Todo para estar lo más lejos posible. En un mundo sin españoles.

Hay que reconocer que hasta ahora la cosa no es que haya funcionado muy bien. El inglés en España, un país que acoge a 70 millones de turistas al año, se sigue hablando poco y mal. Seguimos esperando tener un presidente del Gobierno que hable inglés, pero es que el nivel de bastantes recepcionistas de hotel, cuadros altos e intermedios de nuestras empresas no es mucho mejor.

Y, sin embargo, no será por falta de horas y dinero empleado en el intento. Todos conocemos gente que lleva de una manera u otra estudiando inglés toda su vida y apenas lo chapurrea y entiende. El clásico nivel medio-alto que muchos todavía escriben en sus curricula.

Lo curioso es que, en muchos casos, es la derecha considerada tradicional-española la parte de la sociedad que no sólo más busca ese mundo ideal sin españoles, sino que más ha renunciado a cualquier adscripción española de la educación. Los que no se plantean enviar a sus hijos a una universidad que no sea extranjera o los matriculan en cualquier liceo extranjero de su ciudad.

Y no es sólo por la cosa del idioma.