¿Qué estamos haciendo mal en la educación de nuestros hijos?

¿Qué estamos haciendo mal en la educación de nuestros hijos?

Existen ciertas verdades evidentes en lo que a ser buenos padres se refiere. Nuestro trabajo es mantener seguros a nuestros hijos, permitirles desarrollar su potencial y hacer lo posible por que estén sanos y felices. Tenemos que dejar que el niño de tres años escale árboles y que el de cinco use cuchillos.

¿Qué pensaríais de una mamá primeriza que ofrece a su pequeño un extenso surtido de snacks saludables salidos de una bandeja de cubitos de hielo? ¿Y de otra madre coraje que interviene en el juego de sus hijos al menor signo de discordia? En ambos casos, era yo la mamá que actuaba.

Existen ciertas verdades evidentes en lo que a ser buenos padres se refiere. Nuestro trabajo es mantener seguros a nuestros hijos, permitirles desarrollar su potencial y hacer lo posible por que estén sanos y felices.

La madre que solía ser y la que soy ahora tienen el mismo objetivo: criar a unos niños con confianza y seguridad en sí mismos, y con éxito. Pero, después de doce años como madre, de los cuales cinco yendo y viniendo de Japón, dos como investigadora, viajando por Europa y Asia y dando decenas de entrevistas con psicólogos, expertos en el desarrollo del niño, sociólogos, educadores, administradores y padres en Japón, Corea, China, Finlandia, Alemania, Suecia, Francia, España, Brasil y algún país más, he aprendido que aunque los padres de todo el mundo tengamos los mismos objetivos, los estadounidenses como yo (a pesar de mostrar nuestras mejores intenciones) estamos haciendo mal las cosas.

¿Por qué?

Tenemos que dejar que el niño de tres años escale árboles y que el de cinco use cuchillos

Imagínate mi sorpresa cuando llegué a un jardín de infancia en mitad de un bosque alemán y me encontré a un niño tallando una rama con una navaja. Su maestro Wolfgang, intentando tranquilizarme, me aseguró que nunca nadie se había quedado sin dedo.

Del mismo modo, Brittany, una madre estadounidense, se sorprendió cuando se mudó a Suecia y descubrió que niños de tres y cuatro años, sin la supervisión de un adulto, iban solos en bici y escalaban tejados y árboles. La primera vez que vio a un niño de preescolar subido a un árbol, fue corriendo a buscar a su maestra. Luego vio cómo un padre se paraba tranquilamente a hablar con el niño como si no pasara nada, y entonces se dio cuenta de que era la única a la que le preocupaba eso.

"Me considero una madre de mentalidad abierta", me comentó, "pero en ese momento deseaba decirle al niño que bajara del árbol".

Por qué es mejor así: Ellen Hansen Sandseter, una investigadora noruega de la Universidad Queen Maud, descubrió que el hecho de dejar que los niños corran algún riesgo en realidad los mantiene más seguros, haciendo que sean conscientes de sus capacidades. Los niños temen las mismas cosas que sus padres: las alturas, el agua, la lejanía, los utensilios afilados y peligrosos. Nuestro instinto es mantenerlos seguros alejándolos de todo. Sin embargo, "la mejor protección que podéis ofrecer a un niño es dejar que corra riesgos", explica Sandseter.

Y aquí están los datos que apoyan esta afirmación: Suecia, donde los niños reciben una amplia libertad para explorar (y al mismo tiempo cuentan con unas leyes comprensivas que protegen sus derechos y su seguridad), tiene la menor tasa de lesiones en niños del mundo.

Los niños pueden pasar hambre de vez en cuando

En Corea, como en la mayoría de culturas, se enseña a los niños que comer es un elemento vital, que es importante aguantarse hasta que llegue la familia al completo para sentarse a la mesa a comer. Los coreanos piensan que no es saludable picotear o comer solo, y además no suelen excusar el mal comportamiento de los niños (como yo tiendo a hacer) echándole la culpa a una bajada de azúcar. En lugar de esto, a los niños se les enseña que la comida debe disfrutarse en compañía. Todos los niños comen lo mismo que sus padres. Y esa es la explicación por la que los restaurantes étnicos no tienen menús de niños. ¿Cuál es el resultado? Los niños coreanos comen estupendamente. Se sientan a la mesa y comen verduras de todo tipo, pescado, carnes asadas, repollo con especias, cereales y sopas.

Por qué es mejor así: a diferencia de la tendencia creciente de los niveles de sobrepeso y obesidad en Estados Unidos, los surcoreanos disfrutan de la menor tasa de obesidad del mundo desarrollado. Y de cerca le sigue Japón, donde los padres se toman de la misma manera la cuestión de la alimentación.

En vez de tener a nuestros hijos satisfechos, debemos impulsar su sentimiento de frustración

Los franceses, y otras muchas culturas, creen que al dejar que un niño de vez en cuando sienta frustración se le está dando la oportunidad de practicar el arte de la espera y de desarrollar el autocontrol. Gilles, un francés padre de dos muchachos, me contó que frustrar a los niños es bueno para ellos porque les enseña, además del valor de las recompensas, a no estar siempre pidiendo (o peor, exigiendo) que se satisfagan sus necesidades al instante.

Por qué es mejor así:algunos estudios demuestran que los niños con autocontrol y con capacidad para esperar una recompensa son más exitosos en el futuro. Todos sabemos que los niños que no se creen el centro del universo son un encanto. Alice Sedar, antigua periodista de Le Figaro y profesora de Cultura Francesa en la Universidad Northeastern, está de acuerdo. "Hay que aprender a vivir en grupo", afirma, y este es uno de los valores que los franceses inculcan a los niños.

Los niños deberían pasar menos tiempo en la escuela

Los niños finlandeses salen a jugar frecuentemente cada día. "¿Cómo puedes enseñar bien si los niños salen al patio cada 45 minutos?", preguntó con curiosidad una alumna del Programa Fullbright de intercambio en Finlandia, sorprendida de que los niños pasaran tan poco tiempo en la escuela. Del mismo modo, el profesor se asombró por la pregunta, a la que contestó: "¡Simplemente, no podría enseñarles si no salieran cada 45 minutos!".

Según el modelo finlandés, los niños comienzan tarde la escuela (a partir de los siete años), tienen varios recreos a lo largo del día, menos horas lectivas y más variedad de clases que en Estados Unidos. La igualdad, y no la competitividad, es el principio básico del sistema de educación en Finlandia.

Mientras que los estadounidenses defendemos una temprana intervención, menos descansos, más enseñanzas teóricas y menos financiación para asignaturas como educación plástica y música, los educadores finlandeses enfatizan que es fundamental aprender arte, música, economía doméstica y habilidades sociales.

Por qué es mejor así: los niños estadounidenses ocupan puestos intermedios (sobre todo en ciencias y matemáticas) de las listas internacionales que evalúan el rendimiento académico en la escuela. Los finlandeses, con sus horarios reducidos, suelen estar entre los mejores de la clasificación.

Deberías mimar al bebé

Tomo, un niño de diez años que vivía en nuestro barrio en Japón, era sorprendentemente independiente. Iba andando solo hasta el colegio desde que tenía seis años, al igual que los demás japoneses de su edad. Tenía mucho cuidado con sus objetos cuando venía a visitarnos, colocaba sus zapatos justo después de quitárselos, e incluso enseñó a mi hijo cómo coger el autobús urbano. Tomo era tan servicial y responsable que cuando venía a casa a cenar, se ofrecía a traer los ingredientes que yo necesitaba, y me ayudaba a preparar la ensalada y los fideos. Con todo, cada noche que este niño competente e independiente volvía a casa, se daba un baño y se iba a dormir con su tía, con la que vivía.

En Japón, donde resulta normal dormir con los bebés, la gente no puede creerse que haya países donde los padres dejan que el recién nacido duerma en una habitación separada. Los japoneses, por el contrario, pueden atender inmediatamente a sus bebés y los tienen en brazos constantemente.

Aunque pensemos que esto es mimarlos, los japoneses creen que si sus pequeños tienen sus necesidades satisfechas y reciben un cariño incondicional, cuando se hacen mayores poseen una capacidad superior de independencia y autoconfianza.

Por qué es mejor así: Meret Keller, profesora de la Universidad de California en Irvine, confirma que existe una conexión muy peculiar entre la independencia del niño y el hecho de que duerma con sus padres. "Mucha gente habla de 'independencia' sin saber realmente lo que significa el concepto", explica esta profesora.

Como deseamos con ansia que nuestros pequeños adquieran independencia, les metemos prisa y les obligamos a dormir solos cuanto antes. Sin embargo, la investigación llevada a cabo por Keller demuestra que dormir con tu hijo hace que este sea luego más independiente y confíe en sí mismo, y aprenda antes a vestirse solo o a resolver los problemas con sus compañeros por su cuenta.

Los niños necesitan sentirse obligados

En Estados Unidos pensamos que cuando los niños se hacen adolescentes, hay que dejarles libertad. Nuestra intención es ayudarles a hacerse un hueco en el mundo, por lo que no queremos cargarles con las responsabilidades familiares. En China, los padres hacen justo lo contrario: cuanto más mayor es el niño, más le recuerdan sus padres sus obligaciones.

Eva Pomerantz, de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, ha demostrado mediante numerosos estudios que en China, el ideal cultural por el que el niño toma conciencia de sus responsabilidades para con la familia y de las expectativas puestas en él es una manera de devolver en cierto modo lo que ha recibido, lo que contribuye a incrementar su motivación y sus logros.

Resulta incluso más sorprendente que ocurra exactamente lo mismo con los alumnos occidentales que estudian en los Estados Unidos: los adolescentes que se sienten responsables por su familia tienden a ser mejores en la escuela.

La lección que debemos aprender: si quieres contribuir a que tu hijo adolescente mejore en el colegio, recuérdale su obligaciones.

Personalmente, yo ahora educo a mis hijos de forma diferente a como lo hacía antes. Sigo siendo una mamá estadounidense, sigo luchando con el picoteo diario de snacks, y a mis hijos les sigue quedando mucho por aprender en cuestión de paciencia. Pero por lo menos, mi hija Anna de tres años ya maneja el cuchillo para cortar manzanas, y yo ya no me pongo histérica si Mia, de seis años, se pone a escalar el haya del jardín. Además, confío en que mis hijos (Daniel, de diez, y Benjamin, de doce) aprendan tanto fuera de la escuela como dentro de ella.

Traducción de Marina Velasco Serrano