'El asesino tímido'

'El asesino tímido'

Algunas claves de mi última novela

Planeta

Sandra Mozarovski fue una actriz de destape de los años setenta que murió muy joven, con 18 años, en circunstancias no aclaradas: ¿sufrió un accidente?, ¿se suicidó?, ¿la asesinaron? La versión oficial, poco verosímil, dio pábulo a todo tipo de conjeturas y murmuraciones que la relacionaban con las más altas esferas de la nación, y hasta hoy su muerte sigue siendo un misterio.

¿Qué tiene que ver conmigo Sandra Mozarovski? Nada y todo; pertenecíamos a la misma generación (ella era apenas unos años mayor que yo), la del tardofranquismo, la de los niños que nacimos bajo la dictadura y estrenamos la adolescencia con una flamante democracia. Recuerdo la excitación que nos producía el fenómeno del destape, que a los jóvenes actuales les parecería ridícula; con cada pecho al descubierto nos daba la impresión de que hacíamos un gran avance, confundíamos la exhibición del cuerpo femenino con el progreso, pero es que el franquismo era eso: tapar, ocultar, prohibir.

La realidad tiene zonas grises de penumbra y en la vida real hay padres que no quieren a sus hijos e hijos que detestan a sus padres y madres

Cada signo de relajamiento de aquellas férreas normas nos parecía una promesa de libertad, que era lo que ansiábamos los jóvenes de mi generación: ser libres, ser modernos, ser europeos, sacarnos de encima el franquismo como un mal recuerdo, que se extendía a nuestros padres, los niños de la guerra, quienes durante sus vidas no habían conocido más que tiros, miseria y represión. ¡No queríamos ser como ellos! Creo que en la reciente historia de España no ha habido dos generaciones más distintas y enfrentadas que la de nuestros padres y la nuestra, de ahí que el conflicto generacional fuera agudo, casi explosivo.

Yo me llevaba mal con mi madre. No es algo excepcional, son cosas que suceden. La realidad tiene poco que ver con las películas de Hollywood en las que unas madres abnegadas se desviven por sus hijos y los quieren con locura, y los hijos, ¡cómo no!, les corresponden con devoción; la realidad tiene zonas grises de penumbra y en la vida real hay padres que no quieren a sus hijos e hijos que detestan a sus padres y madres que se arrepienten de serlo e hijos que juzgan y condenan a sus progenitores sin siquiera darles el beneficio de la duda; la realidad es compleja y contradictoria y rara vez tiene un final feliz, por eso tiene interés y por eso escribo novelas.

Yo de niña no entendía por qué mi madre estaba descontenta, como resentida con la vida

Yo de niña no entendía por qué mi madre estaba descontenta, como resentida con la vida. Lo he comprendido después, muchos años después, cuando quizá ya era tarde. Bajo la dictadura, la mujer española tenía un solo destino y una sola misión: casarse, procrear, ser ama de casa y madre de familia; necesitaba permiso paterno o marital para abrir una cuenta corriente, para comprar una casa, para solicitar un pasaporte, era de por vida rehén de un hombre, el padre o el marido. Lo terrible de las dictaduras es que no se limitan a imponer un régimen político sin opción para la discrepancia; su influencia, su tiranía, llega más allá, hasta determinar la existencia de quienes las padecen, sobre todo, siempre, la de las mujeres: eran las mujeres quienes debían taparse y ser castas y obedientes, y conformarse con llevar la vida que el dictador había elegido para ellas.

Mi madre cometió la ingenuidad de creer que por fumar y beber alcohol era una rebelde, una transgresora; décadas después, nosotros, los jóvenes de mi generación, reincidimos en ese error. Creímos que drogarnos e ir de fiesta era lo más parecido a ser revolucionarios, hicimos de la irresponsabilidad una causa, convencidos de que nuestro futuro iba a ser esplendoroso y nuestras vidas muy distintas de las de nuestros progenitores.

Mi madre contaba una anécdota de mi infancia: con sólo dos años, me escapé de casa. Me había enfadado con ella por lo que fuera y reaccioné abriendo la puerta y marchándome. Cuando mi madre se percató de mi ausencia, salió a buscarme; descendió por la escalera hasta el portal del edificio sin encontrarme y luego hizo el trayecto opuesto y por fin me halló, sentada en un escalón del rellano superior, todavía enfurruñada.

Con esta novela, aunque a destiempo, quiero rendir homenaje a mi madre que una y otra vez ha sido quien ha salido en mi búsqueda para salvarme de mí misma

Ese incidente es de algún modo una metáfora de mi vida: una y otra vez he optado por huir, por escaparme cuando las circunstancias me ponían a prueba o me angustiaban, y una y otra vez ha sido mi madre quien ha salido en mi búsqueda para salvarme de mí misma, para rescatarme; me temo que fui ingrata con ella. Con esta novela, aunque a destiempo, quiero rendirle homenaje.

Camus escribió que el suicidio es el único problema filosófico en verdad importante; también dijo que la vida es absurda y que debemos apechugar con ello, y que morir joven es la mayor tragedia. Sandra Mozarovski murió cuando apenas salía de la niñez y puede que perdiera la vida por voluntad propia. El suicidio me obsesiona desde que tengo uso de razón. En todas mis novelas aparece un suicida y dediqué más de cuatrocientas páginas en La hija del Este a intentar desentrañar por qué se quitó la vida Ana Mladić, la hija de Ratko Mladić, el carnicero de Bosnia.

El suicidio es la escapada absoluta, la huida final, y quizá es por eso por lo que me atrae y me interpela. Wittgenstein, Camus, Pavese, compartieron esa preocupación o esa obsesión, que de forma inevitable nos suscita otro problema, otra pregunta: ¿para qué vivir?, ¿para qué seguir viviendo?, que a su vez nos remite a cuestionar el sentido de la vida, su finalidad, si es que tiene alguna. En esta novela dialogo con ellos, discuto con ellos, me río con ellos, porque si la vida es absurda no debemos tomárnosla a la tremenda, como Unamuno; más bien como Cervantes, debemos aceptarla y celebrarla como lo que es, una tragicomedia, o eso es lo que yo hago.

El humor es la única forma que conozco de lidiar con mis propios demonios y con un periodo muy oscuro de mi pasado, un episodio de autodestrucción que abordo en esta novela

El humor es la única forma que conozco de lidiar con mis propios demonios y con un periodo muy oscuro de mi pasado, un episodio de autodestrucción que abordo en esta novela sin vergüenza y sin pudor, en un ejercicio de exorcismo más que de confesión: esto es lo que yo viví, esto es lo que me pasó, y quiero pensar que es algo que puede interesar y conmover al lector, no porque me concierna a mí o por curiosidad morbosa, sino porque, como él, soy un ser humano. Y ya tengo una edad en la que lo que los demás puedan pensar de mí me afecta poco (o no, me sigue importando mucho y me aterra lo que puedan opinar de mí cuando hayan leído mi novela, pero la suerte está echada: lector, te pido que seas clemente, comprensivo conmigo).

En mis últimas novelas mezclo sin miramientos la realidad y la ficción y en ésta vuelvo a hacerlo. Parafraseando a nuestro presidente del Gobierno, puedo afirmar que todo lo que cuento es verdad, salvo alguna cosa, y me curo en salud postulando que cuando la realidad se entrevera con lo imaginado en una obra de ficción, se contamina de ésta y se convierte en ficción, y ¿qué otra cosa son los recuerdos sino ficciones que nos contamos sobre nuestro pasado?

En este sentido, es difícil deslindar lo que hay de real y verídico y lo que hay de ficción en la biografía fragmentaria y deslavazada de Sandra Mozarovski que he podido reconstruir con base en las hemerotecas, las revistas del corazón de la época, los rumores que circulan por internet y los libros que de forma marginal se ocupan de ella, así como a través de sus películas –adscritas a un género que vivió su apoteosis durante la década de la Transición, un cine coyuntural, pues, el del destape y el del terror erótico–, que he visto en su mayor parte (y en las que Sandra representa sólo dos papeles: o el de prostituta o el de doncella inocente) y que de un modo inquietante parecen prefigurar su trágico final.

'El asesino tímido' ya está a la venta.

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