Mujeres

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Se puede entonar la palabra con desprecio, como cuando Sabina da la réplica a los de Café Quijano en la canción «No tienes corazón», donde los que antes cantaban jocosamente en «Desde Brasil», que «si por más que yo te quiera, aunque tres vidas viviera, pendenciero y mujeriego lo seré hasta que me muera». Las dos canciones me arrancan a bailar, pero siempre me ha parecido que son el reflejo exacto de las desigualdades que arrastramos: cuando ellos engañan, son muchachos encantadores. Si son ellas las que van de cama en cama, nos adentramos en la zona del improperio y del orgullo herido del macho, caldo de cultivo tan pero tan peligroso. Aún me acuerdo de cuando aprendí el significado de la palabra «casquivana», de tan atractiva sonoridad.

Pero mujeres, decíamos. Estos días hablaremos mucho de mujeres, supongo, porque como la radio, el cáncer de mama, el tigre de Bengala y multitud de causas importantes, las mujeres tenemos un día, que es el 8 de marzo. Sabes que corres peligro cuando tienes un día propio. No existe el Día del Hombre, ni el Día del Banquero, ni el Día del Futbolista. Tener un día especial marca la frontera entre las especies protegidas y las depredadoras, porque antes de saber que la mujer tenía un día especial, a mí ni se me pasaba por la cabeza que hombres y mujeres fueran tan distintos. En los libros que leí, hombres y mujeres lo compartían todo: peligros, infortunios, alegrías y aventuras.

¿Os parece si cambiamos las cosas? Será la única manera en que no haga falta un día para recordar que las mujeres, en muchos casos, países y momentos, corren peligro y están solas.

Leí sobre mujeres increíbles, damas como Leonor de Aquitania, que en pleno siglo XII se divorció de un rey para casarse con otro. Las princesas que amaban a los piratas de Salgari eran delicadas de piel, pero duras de pelar, y siempre me gustó Milady, que era una fantástica malvada. Más tarde, la habitación propia de Virginia Woolf, las cultivadas damas de la historia de Genji, la poesía vibrante de Safo, las heroínas de las Brontë o de Jane Austen, o esa terrible esposa con la vista clavada en la nieve de Joyce, o la maravillosamente procaz superviviente Moll Flanders y su heredera Tess D'Ubervilles, o las delicadas mujeres fuertes de Kate Chopin... Todas eran mujeres que vivían, luchaban, respiraban libertad, cada una en su espacio, a su manera, en su tiempo. ¿Qué falta hacía ser feminista, con mujeres así?

Hasta que termina la literatura y empieza la realidad. Así que por esa realidad, sí hace falta un día de la mujer. ¿Os parece si cambiamos las cosas? Será la única manera en que no haga falta un día para recordar que las mujeres, en muchos casos, países y momentos, corren peligro y están solas, atrozmente solas. Me encantaría que no existiera el Día de la Mujer. Hasta entonces, feliz día a todas.

Claudia Casanova (Barcelona, 1974) es escritora. Ha publicado La dama y el león y La tierra de Dios (Editorial Planeta), y colabora con Ràdio 4, medios digitales y revistas de divulgación histórica. Su última novela es La perla negra (Ediciones B).