Gobernar a golpe de Krugman

Gobernar a golpe de Krugman

Debería congratularnos que, 'gracias' a esta crisis la población española se haya familiarizado con nombres como el del Nobel de economía, si no fuera porque sus artículos suelen ser precursores de malos presagios para nuestras cuentas.

Al poco de comenzar la crisis Moisés Naím, el estudioso de la globalización, afirmó que había que hacer un rescate (él sí dijo bailout) de economistas, dado que todo su trabajo y sus proyecciones no habían servido para prevenir la que se venía encima. Es cierto que Nouriel Roubini, uno de los mayores agoreros de las últimas décadas, había llegado a predecir la debacle, pero nadie pareció dispuesto a escucharle. Además, a base de repetirse, el tiempo acabó dándole la razón. Al fin y al cabo, un reloj parado da bien la hora dos veces al día.

Hoy, casi cinco años y muchos miles de millones de euros más tarde, los economistas y sus réplicas mediáticas siguen emitiendo sus veredictos en todos los medios del mundo, amplificados por la vertiginosa inmediatez que proporciona la tecnología en su unión de información y mercados.

Y si no que se lo digan a Mariano Rajoy. La experiencia previa de Grecia y Portugal no hacía presagiar que el anuncio del rescate bancario (vale, o línea de crédito) a España fuera a levantar inmediatamente el pie de la presión a la deuda española. Pero seguramente no se esperaba que la reacción fuera tan virulenta: hasta 543 puntos alcanzó la prima de riesgo el martes. La excusa, de nuevo, es que "los mercados" no acaban de creerse ni el plan español, ni el europeo. Esta película la hemos visto demasiadas veces en los últimos meses.

Mucho se ha hablado ya de la falta de credibilidad de España retransmitida en directo por la prensa internacional. Sin embargo, ha quedado de manifiesto que el Gobierno español no maneja bien los hilos de la comunicación en la era de la globalización. No es específico de este Ejecutivo, sino un mal endémico de la gestión política española. Pero sus costes son altos: el querer presentar el rescate como una "victoria" del Ejecutivo de Madrid, tras haberlo negado muchas más veces que Pedro, no ha sentado muy bien ni en las capitales europeas ni entre los comentaristas internacionales.

Además de las dudas que suscitan las contradicciones, la falta de una estrategia de comunicación internacional -y que va más allá de las visitas esporádicas a las sedes del Financial Times o The Economist- conlleva el precio de los mensajes negativos que se difunden a las opiniones públicas de todo el mundo. En los últimos meses hemos visto reaparecer los más rancios estereotipos en las referencias a nuestro país -la siesta, el jamón y el flamenco-, de la mano, en ocasiones, de analistas poco o nada informados; mientras, se difuminan aquellos esfuerzos por destacar que la caída en desgracia de la imagen de España, como señalaba el martes William Chislett en el FT, es claramente exagerada.

Debería congratularnos que, gracias a esta crisis la población española, a menudo tan alejada de los centros de pensamiento mundial, se haya familiarizado con nombres como el del Nobel de economía Paul Krugman, si no fuera porque sus artículos suelen ser precursores de malos presagios para el estado de nuestras cuentas. Lo peor es que también el Gobierno reaccione a golpe de Krugman, como si fuera él, o sus pares, el que debe determinar las decisiones españolas.

Rajoy y su equipo pueden todavía corregir el rumbo: con un mensaje cuidado y unificado; con la voluntad y la decisión de contar, compartir y explicar a los ciudadanos -incluidos los medios, nacionales e internacionales, por supuesto- sus planes; con una buena dosis de pedagogía frente a situaciones sumamente complejas; mostrando coherencia , consistencia y seriedad. La ciudadanía española hace tiempo que alcanzó la madurez; es hora de que sus dirigentes lo reconozcan y la traten en consecuencia.