¿Puede la televisión imponer a un presidente?

¿Puede la televisión imponer a un presidente?

La inseguridad, para sorpresa de todos, ni siquiera fue abordada en alguno de los dos debates oficiales entre los los cuatro candidatos presidenciales mexicanos, que este 1 de julio competirán por el voto de casi 80 millones de ciudadanos.

En la joven democracia mexicana, la respuesta a la pregunta que encabeza este texto se acerca peligrosamente al sí.

Un candidato cultivado cuidadosamente por las televisoras está a punto de convertirse en el nuevo presidente de la República Mexicana. Y no de televisoras que hayan tenido con ese candidato una "identificación en el terreno ideológico", sino simplemente una transacción económica y una comunidad de intereses empresariales.

De confirmarse, no sólo habrá que revisarse este tema, sino que también habrá que ver si las políticas públicas del nuevo Gobierno van de la mano de los intereses de las televisoras.

¿Dónde quedó el presidente?

¿Cómo enfrentas y resuelves la pobreza de 50 millones de mexicanos? ¿Cómo frenas la violencia, que en sólo seis años ha dejado 60.000 muertos? No suena fácil, ¿no?

Y aún así, en la democracia mexicana ninguna de estas dos preguntas ha despertado la pasión que suele observarse en otras campañas electorales. Parece que poco ha importado que ambos sean los temas de mayor preocupación en la población mexicana y los dos "puntos débiles" -menudos puntos débiles- del Gobierno menguante de Felipe Calderón.

La inseguridad, para sorpresa de todos, ni siquiera fue abordada en alguno de los dos debates oficiales entre los los cuatro candidatos presidenciales mexicanos, que este 1 de julio competirán por el voto de casi 80 millones de ciudadanos. Y el nombre del Presidente Calderón ni siquiera fue mencionado.

Quizá porque, matices aparte, las respuestas de los cuatro han sido sorprendentemente parecidas: una suma de voluntarismo y buenos deseos, que -según los críticos más duros- no modifican de fondo la estrategia que ha seguido el actual Gobierno.

Pero más allá de esta afirmación, que seguramente los candidatos no compartirían, habría que buscar las razones en otro terreno: la campaña mexicana no ha sido pretexto para evaluar la gestión de Calderón, simplemente porque nadie duda que su partido perderá el poder. Peor aún, el gobernante Partido Acción Nacional quedará muy probablemente relegado a un lejano tercer lugar.

La batalla está en otra parte

En México quien ha encabezado las encuestas de punta a punta en esta campaña ha sido Enrique Peña Nieto, candidato presidencial del PRI, el partido que gobernó 70 años a México y que lleva 12 años en la oposición.

¿Cómo ha logrado un joven exgobernador del estado mexicano más poblado, pero que sólo es uno más entre 32 entidades federativas, colocarse en primer lugar y mantenerse ahí? ¿Cómo, si ha tenido una corta carrera política y milita en un partido político asociado con la añeja corrupción y autoritarismo que marcaron el sistema político mexicano?

En responder estas preguntas se ha centrado buena parte del debate político mexicano. Y esta reflexión ha sido acompañada también con la pregunta que encabeza este texto, pertinente cuando se revisa la estrecha relación entre las dos cadenas de televisión y el candidato priista: ¿Puede la televisión imponer a un Presidente?

La respuesta, por supuesto, no puede reducirse a un sí o a un no. Sería ingenuo.

Habría que sumar otros muchos elementos para explicar lo que ha sucedido en este proceso: un Gobierno pobre en logros, una oposición al PRI incapaz de reducir la brecha, una oponente surgida del partido en el Gobierno cuya campaña ha estado marcada por las pifias y el distanciamiento con su propio partido, una izquierda que optó por postular nuevamente -la definición es del escritor Juan Villoro- a un "caudillo anticuado que no conoce la autocrítica".

Incluso, obvio, habría que reconocerle méritos -y no pocos- al propio Peña Nieto. Hace 12 años, con todo el respaldo del Estado y los medios, un candidato del PRI -que todavía estaba en el Gobierno- perdió casi 30 puntos en una campaña electoral y finalmente entregó la Presidencia. Hoy no ha ocurrido algo similar.

Pero con todo y eso, la respuesta a la pregunta central -habría que insistir- estaría mucho más cerca del sí de lo que muchos anhelarían en un sistema democrático.

Porque desde 2005, particularmente Televisa -la principal cadena de televisión de este país con presencia en más del 95% de los hogares- tomó la decisión de arropar a Enrique Peña y volverlo una figura habitual en sus espacios informativos y hasta en sus programas de entretenimiento.

¿A qué costo? Sin duda, no sólo económico.

En el terreno de los recursos públicos, no parece posible definirlo. La única información disponible, proporcionada por el mismo Gobierno del Estado de México, se refiere a un gasto de casi 650 millones de pesos -alrededor de 20 millones de euros- en cinco años.

Pero The Guardiandemostró que hubo otros gastos no programados, que dejan atrás la cifra reconocida oficialmente.

Y testimonios dispersos y difundidos en los últimos años recuerdan que incluso el Gobierno que encabezaba Peña Nieto pagaba coberturas que Televisa presentaba como propias, sin que hayan sido reportadas como publicidad sino simplemente como información cotidiana.

Lo cierto es que un año antes de la elección, gracias a este respaldo, Peña Nieto ya era conocido por más del 90% de la población y contaba con el 53% de opiniones positivas contra sólo un 8% de negativas.

Su principal oponente, Andrés Manuel López Obrador, en la misma encuesta, contaba con el 29% de opiniones positivas y 34 negativas.

Los estudios de opinión, por si fuera poco, revelaban que el mexiquense era vinculado con adjetivos como "comprometido", "eficaz", "eficiente", "cumplidor", precisamente lo que un elector promedio le reclamaba a los gobiernos del PAN.

La presencia de Peña Nieto en la pantalla lo hizo el político más mencionado por Televisa en 2010 y 2011, pero años antes ya otros monitoreos habían demostrado que su presencia no solo era frecuente, sino regularmente vinculada a "menciones positivas".

Y el costo, decíamos, no es sólo económico, de recursos públicos. Esta campaña electoral nos ha recordado que hay más: la coalición de partidos que postula a Peña Nieto ha lanzado a una quincena de candidatos a diputados y senadores, todos ex colaboradores de las dos televisoras y aspirantes a integrar la llamada telebancada.

Por ello, esta alianza nos puede al menos ayudar a entender por qué el priista arrancó la campaña electoral con una ventaja de casi 30 puntos sobre sus oponentes, aunque no sea la única explicación de su anunciada victoria, todavía pendiente de confirmarse en las urnas.

¿Dos más dos son cuatro?

Es probable que este texto suene determinista. Y por ello habría que subrayar los matices. En las democracias, no sólo pueden sumarse dos más dos para entender el resultado. El elector no responde mecánicamente al "estímulo" de la televisión. La ventaja del PRI hay que buscarla en muchos otros elementos, como el fracaso de este Gobierno, la ineficacia de las estrategias electorales de los otros partidos, la pobre satisfacción que genera la democracia, los bajos niveles educativos, el control que ejercen gobernadores estatales del PRI en la mayor parte del país...

Sin embargo, nada de ese puede hacernos olvidar si con la imagen que le construyeron las televisoras, un posible triunfo del candidato del PRI alguna vez estuvo en riesgo su triunfo, si sus opositores tuvieron realmente oportunidad.

Y, sobre todo, valdrá la pena volverse a preguntar si la televisión es capaz de imponer un presidente.