Los médicos que no amaban a sus pacientes

Los médicos que no amaban a sus pacientes

Los pacientes deberían estar en el centro de la práctica médica, y no ser un mero fin para conseguir otros propósitos, ya sean prestigio académico o abrir nuevas vías de investigación. Es ahí donde la ética y la deontología médica tienen un papel fundamental.

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Imagen: ISTOCK

Los pacientes confían en sus médicos. ¿Pero qué pasa cuando los intereses del médico no solo son contrapuestos, sino incluso nocivos para sus pacientes? El doctor Paolo Macchiarini es (era) uno de los mejores y más reputados cirujanos del mundo. Una autentica celebrity de la ciencia, capaz tanto de publicar en The Lancet, la más prestigiosa revista científica en el ámbito de la medicina, como de que Vanity Fair le dedicara un reportaje sobre su vida.

Macchiriani consiguió fama universal al realizar el primer trasplante del mundo de un órgano sintético, desarrollado por ingenieros en un laboratorio. Según lo que publicó en The Lancet, Macchiriani y su equipo implantaron una tráquea artificial, bañada en células-madre, en un paciente con dificultades respiratorias. El pequeño tubo fue colocado entre la laringe y el mediastino del paciente, permitiendo el flujo de aire a los pulmones. La tráquea no fue rechazada, debido que el organismo reconocía las células-madre que envolvían el artefacto como propias. Fue considerado como un milagro médico, el inicio de la era de la medicina regenerativa: se podían trasplantar órganos artificiales sin necesidad de inmunosupresores. Al trasplante le siguió la fama, el prestigio, y el dinero. Pacientes de todo el mundo solicitaron un tratamiento similar, y durante los años siguientes el cirujano y su equipo realizaron siete intervenciones similares más, siempre en un contexto de investigación.

Hoy, cinco años después del primer trasplante, el balance no puede ser más descorazonador. De ocho pacientes trasplantados, seis han muerto, y otro está en coma desde la operación. Julia Tuulik era una joven rusa que después de haber sufrido un accidente de coche y una traqueotomía se puso en las manos del Dr. Macchiriani. Quería tener una vida normal, para poder jugar con su hijo pequeño. A las pocas semanas del trasplante, comenzó a no poder respirar bien, y continuó tosiendo esputos malolientes y sangre durante los meses siguientes. Murió apenas cinco meses después de la operación. Actualmente, sólo vive uno de los ocho intervenidos. Se le había retirado la tráquea artificial poco después del trasplante.

Aunque en algunas especialidades como la psiquiatría o la medicina de familia se trabaja la relación médico-paciente en profundidad, en muchos otros casos no se realizan esfuerzos significativos para reducir esa asimetría de poder.

Estos días el caso ha llegado a la prensa especializada internacional. El cirujano ha sido acusado de mala praxis, de no informar adecuadamente de los riesgos a los pacientes, de falsear o exagerar sus resultados publicados, y de no respetar los procedimientos de consentimiento informado. La institución donde trabaja, el Instituto Karolinska, que es quien concede los permios Nobel de medicina, le absolvió del cargo de mala praxis. El comité ético que ha estudiado el caso redujo las denuncias a un debate filosófico- científico entre dos visiones quirúrgicas contrapuestas, y ha valorado que no se trata de un asunto de ética médica. Sin embargo, después de un reportaje de la televisión sueca, parece que el caso se va a reabrir.

No sabemos cuál será el resultado final de las denuncias y alegaciones, pero sí que varios pacientes han fallecido, y que probablemente esas muertes eran evitables si se hubiesen empleado técnicas quirúrgicas más convencionales; o simplemente sin recurrir a una terapia experimental. Entre los médicos y sus pacientes existe una relación asimétrica (de información, de poder: poder de prescribir, de solicitar pruebas,...) que tiene que ser manejada cuidadosamente por las dos partes. Aunque en algunas especialidades como la psiquiatría o la medicina de familia se trabaja la relación médico-paciente en profundidad, en muchos otros casos no se realizan esfuerzos significativos para reducir esa asimetría de poder. Julia Tuulik confiaba en lo que le decía uno de los mejores cirujanos del mundo, y eso hacía difícil que juzgase con objetividad los riesgos que asumía.

Los pacientes deberían estar en el centro de la práctica médica, y no ser un mero fin para conseguir otros propósitos, ya sean prestigio académico o abrir nuevas vías de investigación. Es ahí donde la ética y la deontología médica tienen un papel fundamental. Y no son suficientes unas horas de clase en la facultad, o seminarios de ética cuando surge un escándalo, sino que son necesarios cambios profundos en la cultura y prácticas de la profesión, basados en la autonomía del paciente, ser estrictos en los conflictos de intereses, y garantizar los derechos de los pacientes. Lo que necesitamos, en resumen, son más médicos que amen a sus pacientes.