El derecho al asilo y la marca Europa

El derecho al asilo y la marca Europa

La doble moral de Europa sigue siendo la norma: condenar a algunos países por no ser democráticos y mantener luego toda clase de relaciones con los que no lo son. La crisis de refugiados en Europa es el resultado de este tipo de políticas, que tarde o temprano pasan factura.

EFE

Lo que está ocurriendo estas últimas semanas en las fronteras húngaras es sencillamente una vergüenza. Dudo que haya una palabra que lo pueda calificar mejor. Después de que el mar Mediterráneo se haya convertido, estos últimos meses, en un cementerio para miles de personas que escapaban de todo tipo de desgracias, la búsqueda de asilo en territorio europeo presenta una de sus peores caras: la práctica pasividad de los países europeos frente a la violación masiva de derechos humanos por parte del Gobierno húngaro. La decisión de la Unión Europea o de los países europeos de acoger a miles de refugiados no es ―y, por tanto, no debe ser considerado― ningún acto de caridad. Acoger a estas personas atrapadas en un éxodo totalmente entendible y justificado por la situación de guerra insostenible en Siria es cumplir con una obligación internacional: la de hacer efectivo un derecho reconocido en muchos instrumentos internacionales, a saber, el derecho al asilo. Por lo tanto, estas personas tienen derecho a ser tratadas con dignidad en el ejercicio de su derecho: el de poder encontrar amparo en otro territorio en situaciones, como esta, en que sus vidas peligran en sus países de origen.

La Europa abanderada de los derechos humanos debe demostrar que no son un negocio que solo hay que tener en cuenta de forma estratégica, y ha de unirse para proporcionar una solución efectiva a la situación actual. En este sentido, mientras sigue con la famosa política de las cuotas obligatorias y las discusiones con quienes se quieran desentender, totalmente o en parte, de esta crisis humanitaria, debe pararle los pies al cinismo del Gobierno húngaro, cuya máxima preocupación parecen ser las bases cristianas de Europa. Unas bases que considera en la cuerda floja si no se reprimen o se cierran las barreras a este colectivo, castigado por una inestabilidad política que la misma Europa, quizás, entienda mejor que los propios refugiados. La hemeroteca no perdona y es el mejor aliado de estos refugiados; es asimismo el peor enemigo de muchos de estos países que ahora consideran o abordan esta situación como una lacra. Lo cierto es que hay quienes estaban dispuestos a armar a grupos rebeldes para derrocar a al-Asad, y hasta los hay que se planteaban atacar en solitario en Siria.

La doble moral de Europa sigue siendo la norma: condenar a algunos países por no ser democráticos y mantener luego toda clase de relaciones con los que no lo son. La crisis de refugiados en Europa es el resultado de este tipo de políticas, que tarde o temprano pasan factura. La doble vara con la que se mide en Europa me hace dudar que se pida resolutivamente a Hungría lo mismo que a Venezuela: que respete los derechos humanos; que, en su caso, respete el derecho al asilo de los refugiados reconocido tanto en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, entre otros. Hay que exigir, sin más consideraciones, el respeto por los derechos humanos en las fronteras húngaras en el más breve plazo posible. Por otra parte, es curioso constatar que el titular de la única institución democrática de la Unión Europea, Martin Schulz, no ha contestado a la última carta abierta, publicada en dos medios de comunicación y a la que seguramente ha tenido acceso, que le ha sido dirigida por ocho jóvenes preocupados por el funcionamiento de la Unión Europea en temas tan serios como este.

Que conste que si hay un favor que hacer a los refugiados no es, en todo caso, el de acogerlos por cierto sentido de caridad o humanidad, sino más bien el de respetar sus derechos; entre ellos, el inminente al asilo. De la pasividad frente a la vergonzosa escena de innumerables muertes en el Mediterráneo a la militarización de las fronteras en Hungría para reprimir «delincuentes», me quedo aún con más ganas de seguir leyendo estos «papeles mojados» en que se reconocen derechos y derechos y que, en la práctica, parecen depender de cada gallo, del capricho de cada Estado.

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