La política como necesidad

La política como necesidad

La política es indisociable de todos los cambios estructurales necesarios para la construcción de la sociedad a la que aspiramos. Es la herramienta idónea para redefinir una sociedad capaz de garantizar los derechos de los ciudadanos y resistir la tiranía de los poderes financieros, que esclavizan cada vez más a los Estados.

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Si los ciudadanos aspiramos a cambios reales y duraderos en la sociedad, la política deja de ser automáticamente una opción cualquiera. Por más que lo parezca, la política no es el arte de marear la perdiz. Hacer política es decidir: apostar por anteponer determinados intereses a otros cuando son claramente incompatibles, o cuando los consideramos sencillamente ilegítimos. En este sentido, la desafección política en una sociedad es un suicidio ciudadano colectivo, por lo que el divorcio de esta con aquella -bajo el riesgo de que seamos constantemente víctimas del «cambiémoslo todo para que todo siga igual»- no debe tardar en consumarse a fin de que podamos aspirar a una sociedad mejor: aquella en la que caben todos los colectivos con sus reivindicaciones en condiciones de igualdad.

Si creemos que el Estado debería invertir más en sanidad, educación, I+D y cultura; que los derechos de los ciudadanos peligran en muchos ámbitos, como el laboral, y deberían ser blindados; que los recortes en sanidad son ataques frontales al derecho a la vida de numerosísimas personas; que es insultante que el rescate de la banca se haga con dinero público mientras sus beneficios son exclusivamente privados; que los jueces no son suficientemente independientes; que la televisión pública está supeditada a intereses particulares; que los bancos han estafado impunemente y de forma descarada con las preferentes; que la corrupción es una plaga que hay que erradicar, y contra la cual hay que legislar sin concesiones; que el indulto es uno de los instrumentos más antidemocráticos en las sociedades democráticas de hoy en día, y hay que suprimirlo o, cuando menos, limitarlo a contadas circunstancias, y que, a estas alturas, es imprescindible una reforma constitucional, entonces necesitamos hacer política.

Si pensamos que la desigualdad social en España es preocupante; que los derechos de las personas con discapacidad física son innegociables; que hay todavía mucho por hacer para conseguir la igualdad efectiva entre hombres y mujeres; que la política no puede servir para promocionar intereses privados en detrimento de los públicos; que es un total sinsentido que los intereses de la deuda prevalezcan sobre cualquier derecho o interés de los ciudadanos; que un Gobierno en una situación de crisis económica como la actual debería, para garantizar el derecho a la vivienda digna, restringir las condiciones para desahuciar a familias enteras; que la dignidad humana es el primer límite al poder político...; y si nos negamos a aceptar que España no es país para jóvenes; si sostenemos que la libertad de prensa no debería ser coartada; que la ley mordaza es una ofensiva contra los derechos de los ciudadanos a defender libre y legítimamente sus reivindicaciones; en definitiva, si creemos que la política debe estar al servicio de la ciudadanía, debemos hacer política.

La política es indisociable de todos los cambios estructurales necesarios para la construcción de la sociedad a la que aspiramos. Es la herramienta idónea para redefinir una sociedad capaz de garantizar los derechos de los ciudadanos y resistir la tiranía de los poderes financieros, que esclavizan cada vez más a los Estados. Es más que obvio que la renovación de la clase política y estos cambios no se conseguirán únicamente a golpe de tuit, sino que hace falta una implicación ciudadana directa. O somos los ciudadanos quienes decidimos, u otros decidirán hasta lo impensable por nosotros. Queramos admitirlo o no, la política es una necesidad. Más aún: es el verdadero campo de batalla.

Ilustración: Irina Colomer Llamas

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